NO SOY PARANOICO, SOY PERSPICAZ

lunes, 20 de abril de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo XV

Pasó el tiempo, Gonzalo volvió a sumergirse en su vida, ya no en sueños o realidades irreales. A mediados de 2007 viajó a España, por primera o segunda vez. Conoció Barcelona, aunque muchos paisajes de la ciudad de Gaudí le resultaron conocidos. Conoció gente nueva, aunque muchas caras él hubiera jurado que ya las había visto antes. Visitó el barrio del Clot, se paró frente a un edificio donde él estaba seguro que vivía Laia. Le resultaba todo familiar: el frente, la placita cruzando la calle, el bar al lado. “Este bar…” –pensó para sí, y entró. Ordenó un bocata de lomo y pimiento y se sentó frente al televisor. No dio crédito a sus ojos cuando vio que en la tele estaban dando un partido de fútbol argentino, y jugaba “su” Newell’s. Se emocionó y obviamente se quedó a verlo hasta el final. La Lepra le ganó 2 a 0 a Racing, y según el comentarista se ubicaba en la tercera colocación. Salió del bar rebozando de alegría, y volvió a mirar el edificio. Se quedó parado cerca de quince minutos como un tonto, frente a la puerta. La gente entraba y salía, y él miraba. Igualmente no se animó a tocar timbre en ningún departamento. Tenía miedo de que alguna fuera Laia, o de que ninguna lo fuera. La alegría que portaba su semblante desde el final del partido que acababa de ver, se transformó rápidamente en una mueca de dolor. Se le cruzaron muchas cosas por la cabeza. El día en su departamento, aquella vez que le robaron y ella estuvo a su lado, la noche inolvidable, la despedida en Nord.
Cruzó a la plaza de enfrente y se puso a escribir. Le estaba redactando otra carta, aún cuando la primera nunca tuvo respuesta.

“Laia,
Vuelvo a decirte que no sé si existís o no, y si nos conocemos o no. Si nos llegamos a conocer supongo que tu negativa a contestar mi carta anterior sea por una razón que recién ahora entiendo: fui sólo una noche interesante para vos, nada más.
De mi parte lo entiendo, ¿quién no lo ha hecho alguna vez? Igualmente jamás te sacaré de mi cabeza, tal y como te dije que nunca lo haría. Te quise mucho y eso me hizo suponer que vos sentirías lo mismo, pero no estabas obligada a hacerlo. Sé que no te caigo mal, sino que te resulta más fácil para olvidarme no escribirme más que mantener un contacto sólo como amigos y a trece mil kilómetros de distancia.
Lo que sí te había prometido y no cumpliré es que te dije que no me rendiría y no pararía de buscarte. Habiendo entendido todo lo que escribí arriba, me rindo; aunque no para cuidar mi orgullo, sino para facilitarte la tarea de olvidarme, que supongo ya habías logrado hasta hoy que leés de mí otra vez.
De mi parte sigo agradecido a la vida por ese par de días maravillosos que viví a tu lado.
Gonzalo

P.D.: Y si todo fue un sueño, ¡maldita sea!”

Una vez terminado, fue hasta un kiosco, se hizo de un sobre y metió adentro la carta. En el frente sólo escribió LAIA LLUNELL. Volvió al edificio y tiró el sobre por debajo de la puerta. Se quedó un momento mirándolo, como arrepentido, pero sabiendo que no había vuelta atrás. Se marchó, y nunca más volvió al lugar. Mientras doblaba en la esquina rumbo a la boca del metro, pasó a su lado una joven de pelo castaño largo y ondulado. Tenía un lunar bajo su nariz. Al tiempo que se cruzaban, Gonzalo quitaba alguna basurita de su ojo, que lo hacía lagrimear. No se vieron, y nunca más lo harán.
THE END
(... y al que no le gustó se jodió)

lunes, 13 de abril de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo XIV

Se levantó a la una del mediodía. Se preparó el café con leche, las tostaditas con manteca –ritual que sólo puede cambiar por medialunas saladas– y salió hacia el correo. Tras estampillar el sobre, lo entregó en la oficina correspondiente y se fue a lo de Ale. Estaba radiante. Acababa de jugársela para ver si conoce a esa chica, para ver si cuanto menos existe, y además le tenía que contar a su amigo el sueño de ayer.
–¿Qué hacés gordo? –saludó Alejandro.
–Bien che, estoy mejor. Ayer soñé de nuevo con ella…
–¿Otra vez lo mismo? –preguntó el Negro como aburrido.
–No, tuve un sueño diferente. Siempre sueño que la conozco, que nos vemos, que voy a su departamento, que dormimos juntos. Ayer fue distinto.
Amanezco solo en su habitación. Ella se fue, supongo que a trabajar. Miro para todos lados, examino. Nada. Me levanto para pasar a la cocina y noto que estoy desnudo, lo que me termina de confirmar que es la continuación del sueño anterior. Llego a la mesa del comedor y algo me llama la atención: es un pasaje de ómnibus para ir desde Estació d’Autobusos de Barcelona Nord hasta Aeroport del Prat. Sin comprender lo que sucede miro la fecha y me doy cuenta de que hoy me vuelvo a Argentina. Me cambio rápidamente y salgo volando para la estación Nord. Me doy cuenta de que afortunadamente llegué una hora antes de que llegue el colectivo, así que aprovecho y me voy a la cafetería.
Una cafetería en lugares como éstos –estaciones de ómnibus, puertos, aeropuertos, etc.– se construye por dos razones. La primera, la obvia, es para lucrar. Es fácil; un tipo toma la concesión del establecimiento y le sirve café y otras yerbas a cualquiera para que le den dinero a cambio y así poder subsistir, nada raro. La otra razón es, aún sin haber sido la razón inicial de aquél que toma la concesión, para darle a la gente un punto de despedida. ¿Con qué otra razón se va a uno de estos lugares si no se viaja? Para saludar a alguien que sí lo hará. Es entonces la cafetería de una estación un lugar para los abrazos, para las lágrimas. Para los corazones rotos, para aquellos por romperse; para los que no olvidan, para los que sí lo harán. Para el último adiós, o para el primero de muchos últimos adioses que vendrán. Para inmortalizar la imagen de alguien. Su rostro, su cuerpo, su aroma, su aliento, sus manos, sus caricias, sus abrazos; su risa y sus lágrimas. Las últimas lágrimas que le vas a ver a esa persona. ¿Cuánto cuestan esas últimas lágrimas? ¿Un par de cafés? Bien vale la pena entonces beberlos.
Miro a todos lados y veo esta escena. Un estudiante haciéndole entender a quien supongo será su novia que sólo serán dos semanas, que visitará a sus padres y volverá con ella. Una familia entera que saluda a su hija, de unos 18 años, que se va de vacaciones con sus amigas por un mes a Francia. Veo un tipo vestido de chofer que le da el último beso a su mujer, le tocan cinco días seguidos viajando por toda España hasta volver a Barcelona. Detrás de ellos, un espejo, donde choco con mi propia mirada. Observo mi mesa y sólo hay una persona sentada en ella: yo.
Una voz femenina por el altoparlante anuncia que en quince minutos saldrá el colectivo, que por otra parte ya está listo para abordar. “¿Se podrá subir ya?” –me pregunto, cansado ya de ver despedidas. Enfilo para el ómnibus, esquivo gente que sigue abrazándose, dejo mi mochila en el portaequipaje y una mano me llama la atención, tomándome por el hombro.
“Niño” –escucho al tiempo que me daba vuelta. “Te invito un café” –le dije a ese rostro celestial, a sabiendas que en cualquier momento exteriorizaría mis sentimientos por los ojos.
A partir de ahí no escucho más nada. Estamos los dos en la cafetería, pero la imagen se aleja, como si fuera el final de una película, que termina justo ahí, y la cámara sube y se aleja, mientras empiezan a verse las letras del elenco. Se filmó mi despedida: la abracé muchas veces, como sabiendo que la estaba perdiendo, lloré sabiendo que la perdía. Ella también lloró. Y me desperté…
–¡Qué groso, boludo! –dijo Ale tras unos instantes de silencio.
–Sí, creo que lo necesitaba. Necesitaba despedirme bien de ella, sea sueño, sea realidad, sea lo que sea. Espero que, sí viví todo aquello con ella, también haya vivido esa despedida en Nord, porque me hizo sentir verdaderamente con alguien a mi lado. A decir verdad los sentimientos fueron encontrados. Por un lado sí, me sentí al lado de ella y feliz; y por el otro, eso no dejaba de ser una cafetería, no dejaba de ser una despedida, y no sé si veré a esa chica, o si existe siquiera. De una u otra manera, ya no está en mi vida… y yo tampoco en la de ella.

lunes, 6 de abril de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo XIII

Alejandro se quedó pasmado en la silla, boquiabierto, contemplando a su amigo, que le acababa de contar una historia de esas que no se olvidan más. Además, estaba cargada de contenido no apto para menores de dieciocho.
–Me dejás helado gordo –fue lo único que atinó a decir.
–¿Viste? Te dije que era un sueño loquísimo. Y eso es todo, ahí termina.
–¿Eh? ¿No pasa más nada? –se sorprendió Ale.
–Nada de nada. Hace noches y noches que vengo teniendo el mismo sueño, y termina ahí, con los dos en la cama. Te lo tenía que contar, hace mucho que me impide dormir en paz, y a alguien se lo tenía que contar.
–No gordo, hiciste bien, pero es que no sé qué decirte.
–Está bien, no me tenés que decir nada. Ya me siento un poco mejor. Creo que me lo tenía que sacar de adentro, ¿viste? Bueno me vuelvo a casa, que ya va a llegar Vero y ustedes van a comer, tampoco quiero estar de invitado todos los días.
–Bueno gordo como quieras. Sabés que podés comer las veces que quieras acá.
Así, nuestro protagonista se fue a su casa, cabizbajo pero en paz. Cabizbajo porque seguía pensando de qué se trataría en definitiva ese sueño, y porqué lo dejaba ahí, justo tras esa acalorada escena, pero sin nada que le dé un final. En paz porque ya no lo pensaba para sí mismo, sino que lo había compartido. El solo contarle a un amigo acerca de los problemas de uno mismo, hace que el alma se tranquilice un poco, es una manera de saber que uno no está solo enfrentando a ese problema, cuenta nada más y nada menos que con su amigo. Y cuando uno tiene a un amigo a su lado es casi invencible, del mismo modo que cuando uno está solo es muy vulnerable y tropieza ante la primera adversidad.
En lugar de encarar para su casa, se quedó caminando por la costa, buscando en el río Paraná que corría deprisa las respuestas que necesitaba. ¿Quién era esa chica, Laia? ¿Por qué el sueño terminaba ahí una y otra vez? ¿Por qué no la veía más?
Así estuvo por más de seis horas, caminando, recostándose en alguna baranda para contemplar la inmensa corriente de agua marrón a sus pies, sentándose bajo un árbol. Eran las ocho y media cuando finalmente se sintió vacío, vacío de comida esta vez, y volvió a su morada.
Las habitaciones le quedaban muy grandes, más de lo habitual. Se sentía sin nada, sin nadie. Estaba sin nadie. Se hablaba a sí mismo en voz alta. En realidad siempre lo hacía, no eran pocos los que lo encontraban un tanto loco, pero ahora parecía hacerlo para no sentirse tan solo. Se preguntaba si esa chica del sueño existía en realidad. Se preguntaba si tendría que rastrearla e ir a buscarla. Se preguntaba si era un sueño o si lo había vivido. Se preguntaba por qué –de haberlo vivido– nunca tuvo noticias de ella. Hasta que se le ocurrió una idea para intentar desvelar muchas de esas incógnitas. “Le voy a escribir una carta” –le dijo a nadie.
La tarea no le fue fácil. El sueño le decía que la chica se hospedaba en el camping Vall Bravo de Platja d’Aro. Buscó entonces Vall Bravo en Internet, y se encontró con que era real; por lo menos el camping. Recordó que su nombre era Laia Llunell, pero ella estaba hospedándose ahí por una semana, ahí sólo veraneaban sus padres. Decidió entonces hacer dos sobres: en el sobre que estaría en el exterior se leía la dirección del camping y Familia Llunell. Con eso le llevarían el sobre a los padres. Dentro de éste, un segundo sobre, que decía “PARA LAIA LLUNELL”, cuestión de que los padres le hicieran llegar a su hija, donde quiera que estuviera, el envío. Finalmente, dentro de ese sobre estaría la carta que escribiría. La cuestión ahora era qué escribirle…

“Laia:
Mi nombre es Gonzalo, quizás me recuerdes, quizás no sabés ni siquiera quién soy. Yo soy guardavidas, y espero haber trabajado el verano pasado en el camping Vall Bravo. Si fue así, nos conocemos; sino, no me preguntes como sé tu nombre porque me sería imposible explicártelo. En realidad sólo quiero que me escribas para contestarme ese dilema. ¿Nos conocemos o no? ¿Existís o no? Si me respondés ya voy a tener una pregunta contestada, en cuanto a la otra, si es negativa no voy a parar hasta encontrarte.
Espero verte algún día. Gonzalo”

Puso la carta dentro del sobre, éste dentro del otro, y dejó ese último arriba de la mesa, listo para mandarlo mañana mismo a primera hora. Se preparó algo de comer, miró algo de tele, y por fin, se fue a dormir. Esa noche volvió a soñar, pero soñó diferente. No tuvo el sueño donde conoce a Laia, donde la ama. Soñó más.

jueves, 2 de abril de 2009

Ayer, hoy y siempre - 27 años de la Guerra de Malvinas

Nada de lo que les diga yo o cuantos escribimos algo al respecto podrá cambiarles algo de la vida que les tocó vivir. Por eso, simplemente gracias de nuevo a todos nuestros héroes de Malvinas. Ya sea que quisieron serlo o que no lo hayan deseado son nuestros héroes para siempre, y sus nombres forman parte de la historia de nuestra Nación. Lamentablemente, el papel en el que fueron escritos sus nombres fue usado -y seguirá siéndolo- por nuestros políticos con fines de higiene personal. Ojalá alguno los recuerde como merecen y a ninguno de ustedes les falte aunque sea un trabajo digno. De nuevo ¡GRACIAS!


P.D.: If you are a citizen of the "Great" Britain, don't forget... YOU OWE US TWO ISLANDS!

lunes, 30 de marzo de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo XII

–Hola niño, ¿que tal has terminado el día? –me dijo mientras cerraba la puerta de entrada de su departamento.

–No sé, se podría decir que por lo menos conocí también la cara buena de tu ciudad. Sinceramente me parece hermosa.

–¡Bueno claro, que no son todos ladrones aquí!

–No, no, lo sé… Fui a ver la cancha del Barça y también visité el parque Güell. Extraordinario. Después caminé por el Passeig de Gràcia, y por Las Ramblas. Fui hasta la zona del puerto y estuve caminando por ahí. Traté de relajarme, de olvidarme de algún golpe que la vida me asestó.

–¿Has hecho la denuncia ya? –me preguntó.

–Sí, ya fui. También me dieron un turno en el consulado argentino para hacerme un pasaporte provisorio; sino, no podría volverme. Igual, no hablaba de ese golpe…

–Niño, otra vez con eso. Yo estoy intentando organizar de nuevo mi vida, ¿sabes? Yo he cometido pecados de juventud, me casé en el pasado, me separé y estoy intentando rehacer todo. No podría resistir estar sola otra vez, y entonces no puedo tirarlo todo al diablo por una aventura.

–Ya sé, es que para mí no se trata de una aventura. Y no digo que me vaya a quedar acá a vivir, ni que seas el amor de mi vida, pero es que me moviste el piso muy fuerte, ¿me entendés? Pusiste una sal que hacía rato no sentía en mi vida. Me siento feliz.

–Una vez escuché a alguien hablar acerca de la gente buscando la felicidad en su vida. Este tío decía que en realidad nunca se encuentra la felicidad eterna, simplemente hay que aprovechar los pequeños momentos de felicidad efímera que encontramos. –me dijo.

–Me estás dando la razón. Hoy me acaban de robar, a trece mil kilómetros de mi casa, solo como un perro y en una ciudad que no conozco, y estoy feliz, feliz porque simplemente puedo volver a verte. –le dije con la mirada clavada en sus ojos.

–Niño: el tiempo borra todo, dentro de un año, tú de nuevo en Argentina y no me recordarás, y no está mal que así sea. –me dijo y, pese a que sonaba frío, noté sus ojos encendidos, casi como los míos, como si ella sintiera la necesidad de borrarme de su mente pero no pudiera.

La conversación se volvió más banal, la tele estaba encendida y entonces sólo hacíamos comentarios sobre la patética programación a esas horas. Hablamos horas y horas, yo la miraba, la veía reírse y me esforzaba en hacer algún comentario idiota, sólo para que vuelva a reír. Era sencillamente encantadora. Ya se había puesto cómoda, vestía un pantalón de algodón negro –que le dibujaba una gloriosa figura– y una remerita blanca sin mangas. El resto de la escena lo adornaba ella solita con su energía. Decidí entonces reencauzar la conversación…

–Decime, ¿nunca quisiste ni se te pasó por la cabeza tener algo conmigo? Yo ya te dije, nunca pensé que te tuviera en mis manos pero convengamos que cuando me invitaste pensé que alguna chance tenía… –le pregunté.

–Bueno niño, no sé, cuando nos vimos en la piscina te encontré guapo y nada más, entonces, dedicas una miradilla y ves si tienes respuesta del otro lado, es una buena sensación el saber que todavía tienes algo, que puedes atraer a alguien. –contestó zafando y agregó– Entonces alguien se acerca a hablarme –tú–, y la adrenalina que recorre mi cuerpo me hace continuar, pero en el fondo sé que termina ahí, porque es lo que corresponde; hasta ahí está bien, más sería peligroso.

–¿Entonces a lo único que debo quejarme es al destino por haberte puesto en mi camino justo cuando ya tenés pareja? –indagué.

–Quizás…

–Entonces… si las cosas fueran distintas, ¿vos me hubieras dado bola?

–Pero no son distintas –me contestó como quejándose ella misma de la cochinada que nos acababa de hacer el destino.

–Ya está, me conforma tu respuesta –le dije riendo.

Era verdad, es decir, por un lado con mi conformidad le quitaba un poco de presión a ella que ya no sabía para dónde correr. Es que sé cuánta pasión le pongo a lo que quiero y entonces por momentos puedo abrumar. Y por otro lado, de verdad me conformaba su respuesta. Ella era la primera chica en muchos años a la que yo abordaba sólo por el hecho de haber intercambiado miradas. Mi autoestima nunca me da para hacerlo más seguido. Esta vez sentía algo; algo dentro de mí que me decía que no podía dejar pasar a esta mujer. Y de haberme dicho que no le movía un pelo, hubiera caído en mis conocidos bajones anímicos. Por lo menos, podía echarle la culpa al destino.

–Quizás en otra vida –me dijo abrazándome con su mirada.

–Así será, pero debo advertirte: en aquella otra vida vas a tener que ser vos la que tome la iniciativa –le dije al notar que entreabría la puerta–, porque mi falta de confianza hace que si me rechazan una vez, no vuelva a intentarlo, y ayer fui rechazado.

Ella notó que me reía al hablarle. Que no estaba apesadumbrado como el día anterior. Se rió también y me dijo que lo pensaría. Ya eran las dos de la mañana; ella trabajaba al día siguiente y yo tenía que volver a Platja d’Aro para seguir trabajando. Mientras me quitaba la ropa del día, ella aprovechó y se metió en la cama. Con un poco de pudor pasé delante de ella en calzoncillos hasta encontrar mi lugar en la cama. Sí, otra vez en su cama. Otra vez dormir al lado de una belleza que pasmaba, al lado de una chica que sabía cómo tenerme siempre ahí, pese a que eso era lo único que quería, al lado de una mujer que cuando le caés bien, no tiene ningún problema en ayudarte más de lo que corresponde para sacarte del embrollo.

Me metí bajo sus sábanas y sentí el calor que irradiaba su humanidad como una cálida primavera para mi cuerpo. Toda la conversación me da vueltas en la cabeza. Muero por abrazarla contra mí. No me imagino tocándole el culo, simplemente quiero abrazarla, sentir su cuerpo contra el mío. Siento que ella da vueltas sobre la cama. Me estoy desesperando, se me hace imposible pensar en dormir, pensar en mañana, pensar en nada. Una vez más, sólo ella habita mi mente. Ella sigue dando vueltas buscando su mejor posición. Para un costado, para el otro, boca abajo; nada. Ahora se pone boca arriba. Yo por mi parte, no me moví un centímetro: es que yo sí encontré mi mejor posición, estoy recostado a la derecha, estoy de frente a ella y no encuentro mejor manera de acostarme. El silencio de la nada lo corta ella murmurando algo ininteligible, pero con claro malestar.

–¿Qué pasa? –le pregunto.

–Es que no me puedo dormir –contestó.

–¿Qué te pasa mamucha?

–Nada –me dijo. Al mismo tiempo que contestó ese “nada”, me tomó la mano y giró hacia la derecha, llevándome consigo, como si se hubiera abrigado con mi cuerpo. Ella quedó recostada hacia el borde de la cama, y yo estaba atrás de ella, abrazándola como lo había delirado hacía sólo un minuto. Yo me quedé paralizado, me tomó totalmente desprevenido su actitud y, mientras me apoyaba sobre ella, me sinceré:

–No sé qué hacer –le dije recordando en mi cabeza todas las veces que me había dicho que no tendría nada conmigo.

–Yo sí –sentenció ella y fueron las últimas palabras de aquella noche. Ya no hubo tiempo para más charlas.

Se recostó sobre el lecho y atrajo mi cuerpo sobre ella. Me besó y al hacerlo sentí que ya ninguna experiencia en todo el viaje superaría lo que quedaba de esa noche. La besé yo y la aferré contra mí. Me cansé de besarla, me cansé de acariciarla, de sentirla mía aunque fuera sólo por esa noche. La miré a la cara, sin creer lo que estaba frente a mí. Acaricié su rostro, delicado como el pétalo de una flor. Bajé mi mano y recorrí su cuerpo. Le quité la remera y recosté mi torso contra su pecho desnudo. Es imposible de explicar la sensación de hacer eso por primera vez. Sentir su cuerpo contra el mío, sin inventos textiles del hombre; sólo ella y yo, abrazándonos. Seguí recorriendo su humanidad con mis manos, llevaba un ritmo delicado pero firme. Sentí sus pechos, de un tamaño ideal para su precioso cuerpo. Los besé mientras mis manos viajaban hacia el sur. Encontré su entallada cadera. Sus muslos me tomaron del cuello y no me soltaron más. Bebí largo rato de ella, sólo escuchaba sus gemidos, mientras estrujaba las sábanas conteniendo un placer que estaba golpeando a la puerta. Acaricié su sexo y sentí todo su cuerpo estremecerse sobre mí. Tomó mi masculinidad con su diestra y la agrandó más de lo que ya estaba, casi ordenándome que la penetre. Le susurré algo al oído, nunca olvidaré lo que le dije. Nunca mientras viva. Ella también susurró. Gimió. Gozó. Gozamos. Esa noche la amé.

lunes, 23 de marzo de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo XI

Eran las once de la mañana cuando Gonzalo agarró su bicicleta rojinegra y pedaleó rumbo a la casa de su amigo. Vivían relativamente cerca, unas veinticinco cuadras, lo cual no es mucho en la ciudad de Rosario. Avanzó por la avenida Pellegrini, la más característica de Rosario, y dobló en contramano por Mitre para hacer dos cuadras y llegar a lo del Negro.
Tocó el timbre y nadie respondió. Tocó de nuevo. Nada. Golpeó la puerta con la mano, suavemente primero, luego más fuerte, después enfadado y, finalmente, dando lugar a las patadas. Nada. Bordeó la casa, llegó a la ventana de la cocina y la empujó. Afortunadamente estaba abierta, y entonces se metió en la casa de su amigo. Buscó en el comedor, en el living, en el baño. Nada. Fue a la habitación y ahí estaba, despanzurrado sobre la cama, roncando a más no poder.

–¡Levantate gordo boludo! –le gritó Gonzalo, e insistió al no encontrar respuesta en aquél– ¡Dale pelotudo!
Se sobresaltó Alejandro al escuchar los gritos y vio a su amigo parado al pie de la cama. Se asustó primero, pero después se tomó su tiempo para desperezarse. Tras estirarse como nunca, preguntó:
–¿Quién murió?
–Nadie, idiota. Me dijiste ayer que venga a tu casa, acá estoy.
–Gordo hijo de puta, pero ¿por qué me hacés madrugar?
–Negro boludo, ya son las once y media.
–Uh, odio esta hora, no sé si desayunar o pensar en el almuerzo. Bueno, me clavo un par de alfajores y a la mierda. Vamos al comedor.
Se acercaron al comedor y Alejandro sacó de un estante contra la pared, una caja con una docena de alfajores Havanna, los más ricos de Argentina, que tienen su origen en Mar del Plata, la ciudad costera donde todo el país veranea desde hace más de cien años. Igual, el Negro no pensó ni en Mar del Plata, ni en el veraneo, ni en nada más cuando sacó los alfajores. Pensó en su hambre.
–Bueno dale Gordo, seguí. –dijo Ale mientras atacaba al primer alfajor– Habías quedado en que te robaron la riñonera, con el pasaporte y toda la bocha, y me dijiste que fue el mejor día que pasaste en España… Contame.
Apenas me di cuenta que me robaron, quedé aturdido, no sabía para dónde correr, no tenía idea de qué hacer, por dónde empezar. Empecé a correr rumbo a algún cajero, porque me robaron la tarjeta de débito pero mantenía una libretita que te dan, y que te permite hacer extracciones. Encontré uno y por suerte pude sacar casi toda la plata; tené en cuenta que ya era 20 de septiembre, y tenía casi todos los ahorros de lo trabajado en aquel verano. Le pedí a Dios que no se olvide de mí, aunque nunca lo hace. A los cinco minutos me llamó Laia. Claro, era mediodía y me llamaba para ver si nos encontrábamos para ir a comer algo, es lo que podría pensar cualquiera. Yo en cambio, creo que fue Dios, que me escuchó una vez más, y mandó a aquel ángel suyo para que me tranquilizara. Me ayudó a cancelar la tarjeta y quedamos en encontrarnos en la plaza Catalunya, el corazón mismo de Barcelona.
Pleno mediodía, esa plaza es un auténtico conglomerado de gente, parece una ciudad en sí misma. Se hace imposible caminar sin chocarse con alguien. Imagino muy difícil encontrar a Laia en semejante lugar. No obstante, la veo. Es que viene caminando y juraría que tiene como un aura que la rodea, un brillo, un resplandor. La veo y parece que estuviera sola. Es como aquella vez en la pileta, la primera vez que la vi: ya no veo a nadie más, parece tener algún poder que hace que desaparezca la gente a su alrededor. La dulzura de su voz al decirme simplemente: “Hola niño, ¿qué te ha pasado?” me pone de buen humor. Casi olvido que me acaban de robar. Igualmente le explico todo lo sucedido y ella, tras tranquilizarme un poco, me invita a comer algo. Así se hacen las dos y se tiene que ir nuevamente al trabajo. Maldigo para mis adentros que tenga que volver a irse, ya no porque la necesite, sino porque simplemente la quiero a mi lado.
La acompañé al metro, la vi irse otra vez de mis manos, y quedé nuevamente solo con Barcelona, a la que decido darle una nueva chance. Me voy a recorrer lo que me queda: la Villa Olímpica, el Camp Nou, el Parque Güell, etc. Cada lugar que veo me parece fascinante, y aún así, no veo la hora que se haga de noche para volver a ver a Laia. Alguien me podrá decir que esa no sería manera de aprovechar un viaje. Yo no encuentro mejor manera de hacerlo.
Como esa noche no podríamos cenar juntos porque ella tenía que visitar a una amiga, me quedé por el centro y no comí más que un sándwich –un bocadillo, como dicen ellos– de lomo y pimiento. Riquísimo; esta gente sabe comer, se nota. No obstante, está claro que no pensaba mucho en este bocadillo, sino en otras cosas. Laia ahora sumaba más puntos de los que ya había reunido antes. Es que a toda la descripción física que pude hacer de su belleza, y a toda su simpatía y tranquilidad al hablar, le tenía que agregar todo lo que se había movido y preocupado para ayudarme en el robo. Parecía como que le había pasado a ella. Siempre vas a escuchar las frases hechas como “es lo que vos hubieras hecho por mí”, pero todos sabemos que no es así. Ella y yo reuníamos, contando todo momento, no más de doce o quince horas juntos, y muchas de ellas durmiendo, así que tampoco se podría haber preocupado mucho. Aún así, la tuve a mi lado cuando la necesité, y eso casi vale más que su belleza y su candidez. Casi… bueno es que es muy linda, hay que verla y entenderlo, nada más.
Llegué a su casa a las nueve, me bañé y encendí la tele. Nada era interesante, el que no hablaba en catalán era algún salame de Madrid que no decía nada, y aburría hasta el hartazgo. Además, había tenido un día agotador, y sólo quería estar tirado un rato en el sofá. Casi quedándome dormido, escucho el timbre. Laia, que me había dado sus llaves, estaba abajo. Le abro con el portero eléctrico y espero que suba.

lunes, 16 de marzo de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo X

–¡No! ¿Te robaron? –se sorprendió Ale, e inquirió. Fue la pareja ¿no? ¿Los corriste?
–No, miré a la pareja de arriba abajo y ellos no fueron. Lo peor de todo fue ni siquiera darme cuenta que me robaron. Yo, argentino, advertido de oportunistas habidos y por haber, no la vi venir y caí como un salame. Después se acercó un viejo con acento italiano, diciéndome que había visto a un chico salir corriendo.
–¡Qué garrón! ¿Qué perdiste? ¿Tenías mucha guita?
–Cerca de cien euros. Pero además tenía mi tarjeta de débito y mi… pasaporte.
Al decir esta última palabra ambos se dieron una mirada cómplice.
–Dale boludo, ahora ya sabés dónde está tu pasaporte. Vos seguí pensando que es un sueño nomás. –le dijo el Negro desde el sarcasmo.
–No pienso que fue un sueño –contestó el Gordo aturdido– estoy seguro que fue un sueño.
–Sí, un sueño lleno de realismo, por lo que escucho…
–Surrealismo, un sueño repleto de surrealismo, es una idea totalmente inverosímil. No te fijes en los detalles como si me robaron o dejaron de robar, fijate en la idea principal. En esta chica de fantasía, con actitudes ambiguas para conmigo, a trece mil kilómetros de casa. Todo es producto de mi cabeza, producto de mi viaje frustrado y producto también de lo que yo imagino como la mujer ideal, la mujer que querría a mi lado para siempre.
–Pero si hace rato que me venís rompiendo las pelotas con que no te sentís feliz estando en pareja. –se quejó Ale.
–Dijiste la palabra clave: feliz. Todos y cada uno de los minutos que pasé con ella fui feliz. No sé si quería que fuese mi pareja, simplemente la quería al lado mío. No tengo otra forma de imaginar la felicidad que no sea viendo su rostro, que no sea escucharla hablar, que no sea sintiendo su fragancia. Si toda mi vida transcurriera pudiendo estar con ella, creo que por más que no hubiera nada entre nosotros sería el tipo más feliz del mundo.
No obstante todo lo lindo que Gonzalo acababa de decir de sus sentimientos por Laia, igual se le pasaba por la cabeza ahora que quizás no había sido un sueño. Contemplaba su tobillera hecha con la senyera, recordaba que ya no tenía pasaporte, eran signos claros de que él había estado en Barcelona. Por su parte, Ale volvía a estar seguro de que su amigo se había ausentado de Rosario por cuatro meses, aunque cayó en sus viejas dudas cuando recordó la tarjeta de teléfono sin usar, o la foto en la radio.
Volvió a su casa el Negro, tratando de recordar alguna pista para dilucidar si lo de Gonzalo había sido un sueño o si en verdad había viajado a España. De ser esto último, naturalmente que todo su relato habría sido algo que en realidad pasó. Justo en el momento en que abría la puerta de entrada a su casa, pareció recordar algo: le había prestado dinero de sus ahorros al Gordo para que éste pudiera viajar, ya que de otra manera le hubiera resultado imposible pagar el pasaje al viejo continente. Corrió inmediatamente hacia su habitación y empujó la mesita de luz. Vio tras el mueble y movió un gancho de la pared, que parecía sujetar un panel de ésta. Al hacerlo, la placa cayó y dejó al descubierto un pequeño hueco con una caja metálica dentro. Alejandro tomó la caja y la abrió. Para su sorpresa, no le faltaba nada de todo el dinero que había ahorrado producto de sus propios viajes a España. Esto podía significar, tanto que el de Gonzalo fue un sueño y entonces jamás le prestó la plata, o que fue realidad, que se la prestó, pero que el Gordo se la devolvió apenas llegó. Había sólo una manera de averiguarlo: llamar al Gordo y que él le saque la duda.
Seguía Gonzalo recordando su sueño fantástico, pensando en esa chica que le impedía pegar un ojo.
“Qué lindo sería conocerla un día, llegar a encontrarme un día con una chica así, que me mueva tantos sentimientos –pensaba–. Es que a esta altura del partido, ya ni me importa que no me dé pelota. Lo importante es que exista en mi vida. Creo que es preferible tener un sentimiento de desamor, tener una profunda desazón, que no sentir nada en absoluto. Es preferible sufrir un poco, que no encontrar motivación alguna en la vida.” –deliraba mientras sonó el teléfono…
–Es como dijo Alejandro Dolina: –dijo Gonzalo al levantar el tubo– “…pero este hombre ha nacido en Flores, y no tiene ninguna intención de gambetear al dolor”
–Gordo boludo, naciste en Rosario, no en Flores. –contestó el Negro tras escuchar semejante absurdo de alguien que acaba de atender un teléfono– Che, te llamaba para agradecerte por devolverme toda la guita que te presté…
–¿Qué guita me prestaste? –preguntó Gonzalo sorprendido.
–Cuando vos viajaste, ¿no me pediste plata?
–¡Boludo! ¡Ni viajé ni te pedí plata!
–¡La puta madre, nada cierra! Creo que tenés razón Gonzalo, quizás fue todo un sueño. Bueno, te dejo, venite mañana a casa y la seguimos eh, me tenés que terminar de contar ese día de mierda en el que te robaron.
–Pará, pará… lo de “día de mierda” lo dijiste vos. Ese día, el día que me robaron, fue sin duda alguna el mejor de toda mi onírica estadía en España.

lunes, 9 de marzo de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo IX

Esa noche no dormí. Me la pasé dando vueltas en la cama, en su cama, y con ella al lado, sin poder pegar un ojo. A veces la miraba dormir, pero era hermosa y me hacía mal. Entonces me daba vuelta y quedaba mirando la pared, tan fría como inofensiva. No podía creer lo que me estaba pasando; no la entendía a ella. ¿Qué fue lo que malinterpreté? Si yo ya le había dicho que me iba a olvidar de ella y justo en ese momento me llama, como diciendo: “ey, no me olvides, no me saques de tu cabeza”.
Al día siguiente se levantó a las 8, ya que entraba a trabajar a las 9 y tenía que tomar el metro. La miré mientras se cambiaba, y la veía tan inalcanzable como la vi al principio, aquel día en el camping. Ella me devolvió la mirada, y en su expresión imaginé lo que hubiera querido decirme: “Perdón niño –siempre me llamaba niño–, pero yo apunto más alto. No puedo arriesgar lo que tengo por esto”. Abandonó el departamento a las 8.30 y me dejó las llaves, ya que yo iría después a recorrer Barcelona.
Quedé solo en el pequeño piso. Me sentía más solo de lo que ya estaba. Tenía ante mí una ciudad maravillosa, de las más lindas del mundo, que me esperaba para que la conociera y, sin embargo, no tenía siquiera fuerzas para levantarme de esa cama. Estaba realmente deprimido. Mi abatimiento, como un grifo que gotea, repercutía en mi cabeza, recordándome cada cinco segundos lo horrible que era mi vida. Estudié la habitación; olía a ella. Su fragancia penetraba hasta mi cerebro y me dejaba idiota. En la mesita de luz había una foto de ella. La observé. La encontré sonriente, parecía disfrutar de ese momento retratado por la cámara. A su lado, también contento, un tipo en el que adiviné a su novio. Y rodeándolos, el marco. Claro como el agua: no había lugar ahí para mí.
Se levantó Gonzalo de su silla, golpeado por lo que él mismo acababa de decir. Fue a preparar algo de comer para los dos –que no pasaría de unos tallarines con salsa mixta– y, cuando ya estaba colando los fideos, sonó el teléfono. Era su madre, Graciela, que lo llamaba desde el consulado italiano en Rosario. Hacía dos años que Graciela tramitaba ahí la ciudadanía italiana para toda su familia, para así poder entrar y salir de Europa sin tener que esperar por un visado laboral y otras yerbas. Ahora, con el papeleo casi en su final, necesitaba que Gonzalo buscara su pasaporte, porque al día siguiente debería ella presentar el de toda la familia para darle curso al asunto. Gonzalo fue a buscar el documento, buscó en su mesita de luz, en el cajón de ésta, en el ropero, en las repisas, en fin, dio vuelta la habitación y no pudo encontrar el pequeño cuadernito azul. “Mamá, no lo encuentro, dejame que lo busque bien y después te lo doy” –dijo el Gordo a su madre, y colgó.
–¿Sabés que creo que perdí mi pasaporte? –le dijo Gonzalo a Alejandro. No sé dónde mierda lo dejé, no lo encuentro por ningún lado.
–Bueno, se nota que de boludo no tenés sólo la cara –arremetió el Negro–. Sólo a vos se te ocurriría perder el pasaporte.
–Sí che, lo perdí, ya revisé toda la casa y no está. ¡Qué pelotudo! ¿Dónde mierda está? –se enojó con sí mismo el Gordo mientras terminaba de chequear si su pasaporte estaba o no debajo de la alfombra del baño. Bueno, dejame que siga contándote mi sueño…
Finalmente tomé coraje y me levanté. Dejé su casa y me fui a desayunar a un bar de la cuadra. Las donuts y el café con leche me dieron envión para empezar el día –supongo que habrá sido el azúcar– y me tomé el metro. Me bajé en el corazón de la ciudad, para ver la obra que hace latir a Barcelona: la Sagrada Familia. Una construcción colosal, sin terminar, que fue diseñada por Antoni Gaudí en el siglo XIX. El edificio es majestuoso, imponente. En realidad otro había sido el arquitecto, pero al dimitir éste por diferencias con los interesados en la construcción de la iglesia, el proyecto quedó en manos de Gaudí. La obra fue comenzada en 1882, y tiene una altura de 170 metros. Pese a que Gaudí murió en los albores del siglo XX, atropellado por un tranvía en 1926, su sueño se completa día a día con la donación que fieles de todo el mundo hacen diariamente en sus visitas.
Había gente de todas partes del globo contemplando la maravillosa obra. Españoles, los reconozco porque visten mal si son mayores, y visten a la moda si son jóvenes, con corte de pelo “a lo Niño Torres” incluido. Argentinos, fáciles de detectar porque los escuchás hablar y salpican alardes por todos lados: es al pedo, siempre fanfarrones. También veo marroquíes, donde el hombre va vestido con zapatos, pantalón de vestir y camisa, obvio que siempre con barba o bigotes, mientras que las mujeres todavía llevan en la cabeza esa prenda a mitad de camino entre pañuelo y turbante. Los tipos andan siempre como enojados, y no me fío de ellos. Hay africanos, normalmente de Gambia o Senegal, que llegan a España desde “cayucos” –que son balsas precarias– con la esperanza de vencer el hambre. Igualmente, siempre están con buena onda. Después están los latinos (peruanos, brasileños, colombianos, bolivianos, mexicanos, etc.). Los reconozco por su tez morena y porque siempre van con pulseras, aros, anillos y collares adornando sus cuerpos. Hay chinos y japoneses, unos vendiendo chucherías, otros sacando fotos a la iglesia. Está lleno de “guiris”, que es el calificativo que reciben en España los extranjeros, especialmente los de piel rosita (ingleses, holandeses, daneses, yanquis, etc.). Siempre bien vestidos, y con cámara en mano, aunque no tanto como los Hijos del Sol Naciente, claro. Finalmente, descifro a los rumanos, normalmente vestidos con indumentaria deportiva, con el pelo muy corto, rubios y con ojos claros. Siempre dan la sensación de estar en algo raro, aunque sólo estoy prejuzgando.
Frente a la entrada de la iglesia había una plaza, donde estaba toda esta gente sacando fotos, filmando, artistas realizando pinturas de la obra maestra, o gente vendiendo el “merchandising no oficial de la Sagrada Familia”, por llamarlo de alguna manera. Me tomé yo también fotos desde todos los ángulos. Finalmente, encontré el lugar perfecto para inmortalizar la escena: un laguito, una pequeña arboleda, la iglesia de fondo, y yo, por supuesto, delante de todo. Le pedí a una pareja de canadienses que me retraten y dejé mi bolso de viaje y mi riñonera al pie de ellos. Cuando hubo terminado chequeamos que estuviera bien la foto, les agradecí y me volví a tomar mis cosas. Entonces, mi sorpresa fue enorme: ¡me faltaba la riñonera!

lunes, 2 de marzo de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo VIII

El plan era dormir dos noches en su casa, porque después ya tenía que volver a Platja d’Aro para abrir la pileta del Vall Bravo una vez más. El 19 de septiembre llegué, ya pasadas las 10 de la noche, a Barcelona, a la estación de Sants. La verdad es que yo estaba medio perdido, por no decir total y absolutamente perdido. Sants es una de las estaciones más concurridas de Barcelona. Es un núcleo ferroviario, de metro y de autobuses, por lo que cualquier persona que quiera entrar o salir de la ciudad puede tranquilamente terminar en este lugar. Le hablé por teléfono, le dije mi ubicación como pude, y en veinte minutos llegó. Yo ya la había visto en bikini, pensé que sería insuperable, que ya nada en su imagen me sorprendería. Sin embargo, mi cuerpo se aflojó apenas la vi aparecer. Te aburriría volviéndotela a describir, pero creeme que estaba terrible. Esa mujer tiene que haber sido un sueño.
Le dije que ella eligiera el lugar para comer, así me enseñaba un poco de su ciudad. Tomamos el metro y bajamos en la Plaza Catalunya. Este lugar estaba lleno de gente de todas las nacionalidades. Por primera vez ponía un pie en una de esas ciudades cosmopolitas de las que tanto se habla. Había chinos, árabes, blancos, colorados, negros; había de todo. Empezamos a caminar por La Rambla, nos internamos en el casco antiguo de esta mágica ciudad y terminamos en un bar que vendía comida marroquí, dentro del Raval, el barrio más representativo de ese casco antiguo, junto con el Barrio Gótico. Comimos un shawarma cada uno. Jamás en mi vida había escuchado ese nombre, pero recuerdo habérselo preguntado como cinco veces, sólo para recordarlo por si alguna vez contaba esa historia. El shawarma es un pan árabe abierto al medio a modo de bolsillo, y en su interior se pone carne de pollo o de cordero, rallada y acompañada de cebolla, tomate, lechuga, mostaza, mayonesa, y toda clase de etcéteras. Lo comimos afuera del lugar, mientras caminábamos y continuábamos viendo una ciudad que no parece dormir jamás. Igualmente, mucho shawarma pero yo no paraba de mirarla. Disfrutaba de verla caminar, de verla enseñándome su tierra, de verla reír, de verla mirarme a mí también. Y cuando se hizo tarde, nos tomamos un taxi hasta su casa.
El departamento de Laia estaba situado en el Clot, un barrio de gente clase media, muy populoso, con muchos edificios y con avenidas que lo surcan, como la Meridiana, o como Aragón, que era la calle sobre la cual quedaba el piso en cuestión. Al llegar, encontré una sala de estar y cocina en el mismo lugar, y una habitación, más un baño, obvio. El lugar me pareció muy chico, y no paré de imaginarla a ella en su vida normal, sola en ese lugar. Supuse que se deprimiría con asiduidad, porque ni siquiera tenía ventanas que dieran a la calle. Es más, me dijo que mantenía la persiana de su pieza baja, porque lo único que encontraba era la mirada pervertida de unos extranjeros que vivían frente a ella. Nos sentamos en el sofá de la sala y nos quedamos hablando un rato. Yo lo único que pensaba en ese momento es cómo haría para besarla. Quería hacerlo e imaginé que ella no estaría en desacuerdo. De todos modos, no encontraba la manera de acercarme a ella, y si estás lejos, no es un buen síntoma. Finalmente la rodeé con mis brazos y me acerqué a ella. No me hizo una escena escandalosa para apartarme, pero me apartó totalmente. “Gonzalo, ya te expliqué, yo tengo novio, tengo una vida ya en curso, no puedo interrumpirla por nada” –me dijo. No sé si fue cuando me dijo “tengo novio”, o “tengo una vida”, o “no puedo interrumpirla”, o peor aún, “por nada” pero comencé a incomodarme –algo habitual en mí– mientras yo seguía disparando en una batalla plenamente perdida. “Yo no me creí que ya te tuviera en mis manos porque me hubieras invitado a dormir acá.” –le dije, y seguí– “Simplemente creí que podría ganarte en este día. Además, convengamos que me has dado señales ambiguas. Tu silencio inicial me dice que te olvide, después me invitás a tu casa y tengo que volver a tenerte en mi mente, y por si fuera poco, me das ese mensaje de que el destino es incierto. Claro que es incierto, y estoy tratando de escribirlo.” Ella estaba incómoda con el momento que le estaba haciendo vivir. Notó mi desequilibrio emocional, notó mis ojos, se llenaron los suyos de compasión, pensando vaya a saber Dios qué mierda, y dijo: “Mira, mejor terminemos aquí el día, nos vamos a dormir y punto”. Me saqué la ropa y me acosté en el sofá, mientras ella se iba a dormir con un pijama que parecía querer recordarme que me negó. La chica hermosa, que moraba bajo ese precioso pijama, me acababa de decir que no. Apagó la luz y quedamos totalmente a oscuras, separados por una delgada pared. Empecé a dar vueltas para acomodarme, no encontraba una posición favorable, y parece que hice muchos ruidos, porque me dijo: “Deja de dar vueltas ahí, ese sofá es incómodo, vente a dormir a mi cama.”
–¡Ah, bueno! ¡Entonces se te dio gordito! –gritó Ale emocionado.
–Pero ¿qué parte de la historia no entendiste? Me llamó a su cama para no hacer ruido, ¿no entendés? Ella no quería nada, simplemente me había invitado de onda a su casa, para que yo conozca la ciudad, y ahora que dormía en su sofá notaba que hacía mucho ruido, y entonces, con más onda aún, me invitó a su cama, pero no para hacer nada, sino para dormir.
–Pero qué… ¿ni siquiera lo intentaste? –preguntó el Negro boquiabierto.
–¡No! Ahí afloró finalmente el Gonzalo que vos conocés. Después de tanto animarme a hablarle y animarme a todo, llegó el Gonzalo que no soporta el rechazo. Está claro que nadie soporta el rechazo, pero sabés que yo lo tomo de una manera patética. No me sobrepongo, me duele mucho y quedo sin fuerzas para nada, simplemente maldigo a la vida y ya. Me sentía humillado, no por ella, ella no había hecho nada malo, pero estaba muy vulnerado. No podía articular palabra sin irritarme.
–Y… se fueron a dormir los dos en la misma catrera y ¿no pasó nada? –inquirió Ale desilusionado.
–Mirá, si la rocé fue durmiendo y no lo noté, así que sí, eso fue lo que pasó.
–¡Qué mierda de sueño! –gritó– ¿Eso es todo lo que te tiene sin dormir?
–No, todavía no llegué a lo que me tiene sin dormir… Esto es recién el comienzo de nuestra historia…

jueves, 26 de febrero de 2009

¡Tomá mate!

Como argentinos ya de por sí nos gusta ser diferentes y que se nos marque en el mundo como gente única por sus particularidades. Nos gusta decir que somos el famoso crisol de razas, cuando muchos países del globo lo son y más que nosotros; nos vanagloriamos de los reconocimientos que alcanza el tango, aunque ninguno de nosotros –y me incluyo– podría cantar entero ni siquiera alguno de los más famosos, como Uno; y hasta en el afán de ser los mejores, Maradona sí o sí es más grande que Pelé (por otra parte, un hecho indiscutible).
Con el mate pasa algo similar, y nos hemos querido apropiar de algo que, si bien es nuestro, no es sólo nuestro. En Paraguay se toma mate, como también lo hacen los gaúchos en el sur de Brasil. El porcentaje de la población uruguaya que toma mate será sin lugar a dudas mayor que el de argentinos que lo hacen, al punto que el termo parece ser un tumor benigno que tienen los orientales bajo la axila. Se ha llegado a ver gente tomando mate hasta en Chile, Bolivia y Perú. No importa. No estoy escribiendo para cuestionar nada de esto, sino que simplemente quiero informarte un poco más sobre esta infusión que de seguro alguna vez tomaste, y te sirvió para escuchar a tu vieja, a tu viejo, a tu abuela, para matizar horas de estudio, para compartir largas charlas con tus amigos o hasta de excusa para llevar a una chica al parque.
Origen
La palabra mate deriva de mati, término de origen quechua y que significa vaso o recipiente. Nace en la calabaza que, ya seca, se usa justamente para contener líquidos. Originariamente se la llamó Yerba del Paraguay, ya que se encontraba entre las selvas de los territorios actuales de Paraguay, Misiones y Corrientes (provincias argentinas las últimas dos). Pese a que no hay registros acerca de la fecha en que comenzó a beberse el mate, se sabe que existía desde la época precolonial, ya que fueron justamente los españoles los que extendieron su consumo hasta llegar a Perú o incluso Colombia.
Curación del mate
De acuerdo al tipo de mate que tengas, es probable que debas curarlo. Los mates pueden ser de calabaza, de madera, de metal, de vidrio, de plástico y hasta de partes del animal, como el cuerno (guampa) o la pezuña. Estos últimos me parecen de muy mal gusto. Los de material sintético ni califican, y eso nos deja con los que se curan: los de calabaza y madera.
Antes que nada dejo aclarado que hay que terminar con el extremismo de decir que el mate se toma amargo. Hay amargos, dulces, fríos, con naranja, etc., y son todos mates, punto. Básicamente, si vas a tomar mates amargos: lavás bien el interior del mate con agua caliente, lo llenás de yerba (algunos aconsejan yerba ya usada) y lo llenas con agua caliente. Lo dejás reposar toda la noche y al día siguiente quitás esa yerba y, sin lavarlo, repetís la operación. Al tercer día ya estará listo para usarse. Para los mates dulces: lavás el mate con agua caliente, le echás dos cuacharadas de azúcar, lo sacudís para que se impregne en las paredes del mate, y tirás dentro dos bracitas. Cubrís el mate y lo sacudís por dos minutos hasta que las bracitas se apaguen. Luego lo lavás y lo llenás de yerba. La humedecés y lo dejás reposar toda la noche. Al día siguiente, estará listo.
Cebando el mate
Primero se llenan dos tercios del mate con yerba. Se tapa con la mano y se da vuelta, para quitar el polvillo de yerba que pudiera haber. Volvemos lentamente el mate a la posición original, entonces (y al hacerlo lento) la yerba quedará inclinada, dejando un lugar con muy poca yerba, y estando en el otro casi en la boca del mate. Se echa un poco de agua tibia en la parte más vacía y se deja por un minuto a que absorba. En ese mismo lado se introduce la bombilla, tapando la boquilla para que no se tape. Entonces se echa el agua caliente (80ºC aprox. es importante que no hierva el agua) por ese mismo hueco donde se puso la bombilla. Cuando se lave, esto es, cuando el mate ya perdió el gusto y sólo se ve agua con algún palo de yerba nadando en ella, simplemente se corre la bombilla a un sector con yerba sin utilizar.
Cualidades del mate
Dejando mitos de lado, lo que está científicamente probado es su caracter diurético y antioxidante. Reduce el colesterol malo y aumenta el bueno. Además, es un buen antidepresivo y, al contener cafeína, favorece la atención.
¿Qué tul? ¡Tomá mate! Y nunca dés las gracias al que te ceba, que sólo se agradece para indicar que no se quiere tomar más.

lunes, 23 de febrero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo VII

Para los que se pregunten si esta gente no trabaja –porque estos muchachos se encuentran todos los días–, se puede decir que Alejandro sólo trabaja en verano, y que Gonzalo estaba sin trabajo hacía un mes. Razón por la cual –y como Fabrizio sí trabaja– también al día siguiente se encontraron, esta vez fue Ale a lo de Gonzalo, y retomaron el onírico asunto.
–Gordo, estuve pensando. –empezó Ale– Creo que podés tener razón. Quizás fue todo un sueño…
–¡Ah, pero sos un idiota! –bramó Gonzalo– Si yo me estaba empezando a convencer que tal vez fue todo verdad… o por lo menos, algo.
–Creo que somos dos boludos importantes, pero bueno, olvidémonos de lo que acabamos de decir y seguí con la historia. –dijo Ale– Pero eso sí, volvamos a lo de antes, vos creés que fue un sueño y yo que no. Hay veces que la realidad y la ficción están separadas por una línea imperceptible. Y no la estoy yendo de filósofo, sino que hay mucha gente que piensa así. De esa manera termina naciendo el movimiento artístico llamado surrealismo. Lo que hacía Dalí, por ejemplo, es representar en sus obras el subconsciente, despojados de toda razón. Y los cuadros suyos existen. No te olvides que cuando yo fui a España fui y los vi.”
–Sí, yo también lo tengo de algún lado a ese Dalí –contestó Gonzalo con la mirada en el piso, como abstraído de la realidad–. Pero bueno, te sigo contando…
Como te decía ayer, seguí mandándole por el celular mensajes que yo creía ocurrentes, sin obtener respuesta alguna. Finalmente, pese a que era extraño lo que yo estaba haciendo, porque sabés que si una mina no me da bola la dejo de lado y en cambio, con ésta insistí como nunca; finalmente, te decía, me rendí. Me dije “basta, date cuenta, no quiere saber nada, sólo fue simpática aquel día en la pileta y nada más. Si te dijo que tiene novio y todo”, y desistí. Le envié un mensaje despidiéndome y agradeciéndole la buena onda, y prometí no joderla más. Y bueno, sería el final de la historia, pero esa noche, juro que ya sin esperarlo, recibí un mensaje de ella: “Lamento que las cosas no se hayan dado como tú querías. Igualmente, si algún día vienes a Barcelona, no dudes en avisarme. El destino es incierto. Laia.”
–¡No te puedo creer, Gordo! –dijo Ale y saltó de su silla.
Es difícil explicar cómo me sentí cuando leí ese mensajito. Sentí mi sangre correr por todo el cuerpo, sentí eso que te definen como “mariposas en el estómago” sólo porque evidentemente nadie encontró manera de definir ésa, que es una de las mejores sensaciones que ofrece la vida, y alguno que la iba de poeta creyó que diciendo boludeces acerca de las mariposas y los intestinos, podía llegar a acercarse a esa sensación. O no sé, tal vez sólo di un par de vueltas en la cama y seguí durmiendo. En los días que siguieron trabajé sin ganas, no viendo la hora de que terminara la temporada en el camping Vall Bravo y yo pueda comenzar mis vacaciones. Entonces arrancaría sin dudas por Barcelona, que además de ser la ciudad importante que más cerca tenía, era por otra parte la única que me interesaba en ese momento. Eso sí; me interesaba por primera vez sin pensar mucho en el Camp Nou y Ronaldinho, o en La Rambla y la Sagrada Familia.
Bien interesante estaba lo que Gonzalo relataba cuando Ale miraba la habitación y fijó su vista en un cuadro colgado en la pared. En la foto; Gonzalo, Ale y el Fabri –el grupo que estaba unido desde tiempos de secundaria, mejores amigos entre sí– estaban en el estudio de radio, conduciendo su programa, “Es lo que Hay”, donde obviamente, decían disparates a más no poder. “Un momento. –pensó Ale– Si el Gordo está en esa foto entonces no viajó, si el programa hace ya un año que lo hacemos… salvo que la foto sea vieja.” El Turco se dio cuenta que estaba mirando a Gonzalo con cara de “qué pillo soy, ahora todo encaja”, cuando notó que el Gordo llevaba el mismo semblante. El pensamiento de Gonzalo de hacía diez segundos se había disparado cuando, mirando para abajo, percibió que en su tobillo llevaba una cinta de color rojo y amarillo a rayas. “Si no viajé, ¿por qué tengo puesta la senyera en el tobillo? Y peor aún, si no viajé ¿cómo carajo sé qué es la senyera?”. Nadie sabía ya a esta altura quién tenía razón y quién no; ambos fueron cayendo víctimas del surrealismo imperante desde el comienzo.
El resto de mi laburo en el Vall Bravo transcurre igual, monótono y rutinario hasta el fin de los días. Abro la piscina, me siento bajo la sombrilla, casi no le presto atención a nadie más que mis pensamientos sobre Laia, se hacen las ocho y cierro. Ahí, me baño, como algo en la cocina y me voy a dormir. Finalmente, promediando septiembre el destino me mandó un centro: me llamó mi jefe y me dijo que tenía que tomarme dos días libres porque necesitaba darle mis horas de trabajo a alguien que no llegaba al básico. Igual yo quería seguir trabajando, pero me vendría genial para tratar de visitar a Laia. Le mandé un mensaje diciéndole esto y acto seguido, recibí su llamado. Al volver a oír su voz sentí como que estaba flotando. ¡Si hasta me ofreció dormir en su casa!, lo que hizo que yo estuviera al borde del delirio. No obstante, me bajó de un gomerazo repitiéndome que tenía novio y qué sé yo… ya no la escuchaba, sólo repercutía en mi mente aquella frase en el mensaje que me envió: “El destino es incierto”. Así que yo lo iba a intentar una vez más. Estaba con fuerzas renovadas para volver a intentarlo. Ya había olvidado todas las veces que me había ignorado, había olvidado que si era tan linda yo nunca me hubiera animado a hablarle, y acababa de olvidar que me repetía que estaba comprometida, que su corazón tenía dueño. ¡Y yo no quería una chica de una noche! ¡Yo justamente me quería ganar su corazón! Aunque fuera un rinconcito nomás…

lunes, 16 de febrero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo VI

Gonzalo sigue pensando que ha tenido su sueño más surrealista. Ale sigue pensando que su amigo ha vivido casualidades inverosímiles. Para Gonzalo no puede haber sido real, hay muchas cosas que no recuerda ya, especialmente los nombres de mucha de la gente que conoció. Para Ale, si no es verdad perdió el juicio, porque juraría que hace cinco meses despidió a su amigo que se iba a España, y juraría que hace treinta días lo recibió a la vuelta.
Desde ese mismo momento en que entró en mi vida, ya no fui el mismo. Dejé de ordenar la recorrida que iba a hacer por España en base a los lugares que realmente quería ver, para cambiarlo por estar mucho tiempo en Barcelona, para volver a ver a Laia. Desde que me dejaron en el camping no conocí todavía ninguna ciudad, pienso hacerlo cuando termine, en el tiempo libre que tendré hasta volver a Argentina. Ahora me imagino en Barcelona. Es que pese a que siempre me recordó que tenía novio, también me dijo que si algún día iba a su ciudad no deje de llamarla y nos veíamos. Su mensaje es ambiguo, y creo que lo hace a propósito. Creo que sabe que no puede, y que no quiere nada conmigo, pero es muy tentadora la sensación de tener a alguien interesado en vos.
¿Justo Laia se viene a llamar? Nunca en mi vida conocí una chica con ese nombre, y en este sueño ya es la tercera. Los sueños son muy locos, pero ¿qué significa la superpoblación repentina de Laias en mi vida? La única conclusión que puedo sacar es que las primeras fueron borradores, fue una manera de que se me grabe el nombre, y que la siguiente será la que cuenta, la definitiva, la que hará que todo valga la pena. Siempre que uno se va de viaje, tenés una relación que te revoluciona todo, y que te hace recordar con nostalgia su ciudad, sus costumbres, su casa, sus olores, su risa. Si estás de viaje por París, indudablemente que te va a resultar hermosa –aunque nunca fui–, pero hasta que no conozcas a la parisina que te volará la cabeza, París sólo será otra ciudad en el mapa, con torre Eiffel, Louvre y toda la bocha, pero una ciudad más. Bueno, mi París será Barcelona gracias a Laia. Lo intuí desde el mismo instante en que la vi…
–Ah, ¿sabés qué? En el sueño aparece Ñubel. Yo me levantaba a las 2 de la mañana para ver un partido de Newell’s que televisaban y se veía allá. Claro, es que la diferencia horaria…
–¡Pero qué me importa Newell’s! –cortó Ale, un poco porque simpatiza con el rival de toda la vida de Newell’s y otro poco porque, convengamos, no era el momento– Seguí, ¿que pasó con la mina?
–Desde ese día no pasó más nada. Ella se volvió a Barcelona y yo seguía laburando, sólo que lo hacía terriblemente abrumado por su imagen, que me seguía a donde sea que yo fuera. Además, convengamos, es un viaje en solitario, y te dije que en mi pieza estaba solo, la verdad es que tenía mucho tiempo para pensar.
–¿Todavía pensás que fue un sueño? –inquirió el Negro
–Tiene que haber sido un sueño, no queda otra –contestó Gonzalo con la cabeza gacha, la mirada perdida–. Es todo muy surrealista, mirá si sería surrealista que el día que nos conocimos, se escuchaba por el parlante del bar que la radio estaba pasando “Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo”. ¿La ubicás? Esa canción de Vicentino que grabó en solitario cuando se pensó que tenía que dejar a los Cadillacs. Los sueños son así, además, la historia no podría terminar como termina, ¿qué sentido tendría?
–La cuestión es que seguí mi vida normal en el camping. Obviamente extrañaba montones a la familia, y también a ustedes. Pensaba en mamá, en papá, en mis hermanos, Gabriel y Valeria. Soñaba que llamaba a casa y hablaba con Gabriel.
–Pero si estás peleado con Gabriel… –recordó el Negro.
–Sí, no sé, es como que el estar tan lejos nos volvía a unir. Nos habíamos peleado hacía cerca de diez años por una boludez, por ser dos boludos calentones, y desde entonces estábamos distanciados. Bueno, la distancia nos unía. Después los veía a ustedes, soñaba que te llamaba, que lo llamaba al Fabri, a Tenazas, al Mudo, a todos. Soñaba que me llamaban ustedes a mí.
–¡Te llamamos, boludo! ¡Nos salió 10 pesos la tarjeta para llamarte! –le dijo el Negro.
Uno de los dos estaba totalmente abstraído de la realidad. Si Alejandro está seguro de haber comprado esa tarjeta y de haber hecho la llamada, Gonzalo había viajado. El Gordo, no obstante, seguía pensando que todo había sido un sueño, un sueño muy surrealista.
–¿Por qué decís que fue un sueño? –repreguntó el Negro.
–No sé, fue una vivencia única. Fue totalmente diferente a mi vida. Allá yo importaba, era alguien. Yo le hablaba a la gente y me escuchaban, ¿me entendés? Escucharme era interesante, me prestaban atención.
Laia desapareció por completo. Yo tenía su número y le mandaba prácticamente un mensaje por día. Le mandaba elogios, e imaginaba que se emocionaba. Le mandaba algún comentario chistoso, e imaginaba que sonreía. Le mandaba todo tipo de mensajes e imaginaba sus reacciones. Pero sus reacciones deberían ser de borrarlos, porque nunca recibía una respuesta. Todas mis palabras caían en un pozo sin fondo. Así pasaron como diez días; yo enviando cosas, yo queriendo agradar a alguien, y esa alguien no diciéndome nada, ni una palabra. Supongo que sabría que cualquier palabra me daría esperanzas de algo, y querría extinguirlas. Quizás me hacía un favor. El favor que yo no le hice a la segunda Laia. Tendría que haberla ignorado. No lo hice, y aquella Laia entraba en la piel de ésta para, sin decirme nada, decírmelo todo. Claro como el agua, pero yo insistí e insistí. Como nunca en mi vida. Si yo a la primera que me dicen que no, me voy a la mierda. ¿Qué hago insistiendo con esta chica con la que sólo cambié dos palabras? ¿Me entendés? Es un sueño, yo no habría actuado así, al primer mensaje sin responder no lo hubiera intentado más…
Gonzalo ensayaba este monólogo cuando se abrió la puerta y llegó Verónica, que había vuelto de la casa de sus padres. Eran las cinco de la tarde y el Gordo consideró que era tiempo de volver a casa. “Mañana la seguimos, vamos Lucho” –dijo, y, tras salir los dos, cada uno enfiló para su departamento.
Alejandro se quedó pensando en las palabras de su amigo. “Pero al final, ¿este boludo fue o no fue a España?” –se preguntó a sí mismo. Después repitió la pregunta, pero en voz alta; le habló a Verónica. “No sé, Gordo. Para mí fue, pero sólo porque vos hace unos meses me dijiste que se fue, qué sé yo si en realidad fue o dejó de ir. Más vale que no hayas usado que tu amigo se iba a España como excusa para organizar otra salida rara aquel día eh” –le contestó su compañera. Mientras la chica contestaba eso, Alejandro abría su billetera y encontraba una tarjeta telefónica, para hacer llamadas al exterior, válida por diez pesos y sin sacar del envoltorio. “¿Entonces no lo llamamos?” –se preguntó.
Por su parte, Gonzalo ya estaba llegando a su casa y le seguían repercutiendo las palabras de su amigo, diciéndole que nada de esto fue un sueño, que tienen que haber sido todas vivencias reales de él en España, porque definitivamente, él viajó a España. Empezó a dudar. “Quizás sí fui a España, no sé. Eso sí, lo de Laia sí tendrá que haber sido un sueño, porque fue muy gratificante, pero fue efímero.” –se decía a sí mismo y siguió– “Los sueños son efímeros, no duran más que un día. Además, en ese breve lapso en el que estuve con ella, fui feliz. ¿Cómo podría serlo en apenas un día?”. No obstante, podríamos aclararle a Gonzalo en este momento, que dijo una vez una gran persona, que a su vez citaba a algún filósofo, que el ser humano no consigue la felicidad absoluta. En realidad se trata de buscar la felicidad, y aprovecharla, porque no durará mucho. Son los pequeños momentos en los que sos feliz los que cuentan, y te hacen ver la vida con buenos ojos.
El ladrido de un perro disipó los pensamientos en los que el Gordo venía absorto. Era Lola, su perra, que lo saludaba al verlo entrar. Desde hacía unos días, Lola lo saludaba muy efusivamente al llegar. A decir verdad siempre se mostraba alborotada cuando llegaba alguien de la familia, pero cuando llegaba él, es como si lo hubiera extrañado, como si no lo hubiera visto en mucho tiempo.Cuando se hizo la noche, Gonzalo se fue a dormir pensando todavía en todo lo que había hablado con Ale, y fue natural entonces lo que terminó sucediendo. Sí, soñó con Laia. Otra vez, si él tenía razón, o por vez primera si el que estaba en lo cierto era su amigo. Lo concreto es que soñó con ella. Para ser sinceros, tiene que haber sido ella, pero no veía la cara con nitidez. Sólo divisaba su hermoso pelo cayendo sobre sus hombros, y un rostro iluminado, con un lunar sobre la boca. Igual, seguiremos hablando del sueño histórico, del que lo tiene a maltraer, porque éste fue poco más que un sueño erótico.

lunes, 9 de febrero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo V

Mientras comían las “milangas” –es decir, las milanesas–, Gonzalo siguió con su relato. Su sueño ya estaba llegando a la parte más importante. A la parte donde llegarían sus problemas en su travesía por España, con inconvenientes que sortearía sin dificultad gracias a la ayuda de gente buena que habita el mundo. Y todos nos cruzamos alguna vez en nuestras vidas con alguien bueno o buena, muy buena.
Y ahora viene lo mejor, y lo más raro. Lo atractivo y lo que me hace pasar la noche en vela. Lo único lindo de este sueño, por lo que lucharía toda una vida, y aún así sería una vida perdida.
Es bien entrado agosto, y estoy agobiado por la cantidad de gente que me tiene de un lado a otro: que si usan una pelota en el agua, que si usan los hinchables descomunales, que si dan vueltas mortales para tirarse al agua; no tengo paz. Me quedo bajo la sombrilla deseando que alguno de los idiotas que corren alrededor de la pileta se tropiece y se caiga, así escarmienta. Así entienden todos que cuando les digo algo es para ellos, no para mí. Ya hasta le estoy metiendo cara de culo cuando siento por el rabillo del ojo una silueta a unos metros. Me doy vuelta a mirar: no te puedo explicar. Una chica hermosa, aparenta poco más de veinte, con pelito largo y castaño, liso arriba, se le va ondulando cuando cae, ya en su espalda. Su figura resplandece, no veo a nadie más en todo el recinto. Me olvido de desear que alguien se caiga y me olvido de fijarme si se está cayendo. Sus hermosas piernas la están llevando hacia la pileta. Se tira. No veo absolutamente a nadie más. La espero. La veo salir. Siento como que mi mandíbula se afloja, y sigo mirándola fijamente. Ya no hay nadie más en la piscina. Si me atrajo su cuerpo, imaginate ahora que está mojado. Su pelo, mojado también. Sigo mirándola y lo nota. Me sonríe apenas y sigue rumbo a su lugar. Su cara es un ángel. “Dios me quiere decir algo y entonces envió uno de sus ángeles” –pienso. Sus ojos son castaños también, una naricita delicada y bajo ella un lunar como firma del Creador. “Este trabajito es mío” –puso Dios ahí. No puedo hablarte de su sonrisa. Para eso nos fueron dados los ojos; porque el lenguaje es vasto, pero hay cosas a las que simplemente no llega. Me doy cuenta que la sigo mirando, me doy cuenta que lo vuelve a notar, me doy cuenta que la estoy asustando. En el trabajo no le hablé a nadie en toda la temporada, no quise mezclar las cosas, no quise perder la atención de la gente que se baña, que es mi responsabilidad. Noté que hace rato que perdí la atención y entonces me digo: “Tengo que hablarle, no puede pasar de largo de mi vida así como así”. Y fui a hablarle.
–¿Le hablaste? –dijo Lucho sorprendido. Acá nunca te hubieras animado. Cuando la chica es tan linda como me contás, la considerás fuera de tu alcance.
–Para serte sincero sí, a esta chica también la vi fuera de mi alcance, pero sentí como nunca en mi vida el impulso que te dije, el de decir que no puede alejarse de vos para siempre sin que te hayas sacado la duda. Y sí, le hablé. –dijo Gonzalo visiblemente emocionado.
–¿Y qué le dijiste? –preguntó Ale.
–No, boludeces, ¿que puedo decir yo? –dijo el Gordo que siempre tiraba una broma en el momento más delicado. “Para cortar la acidez” –decía.
Me acerqué y le pregunté si era nueva, porque no la había visto antes. Estaba visitando a sus padres, que tenían una caravana por algún lugar del camping. Hablamos un rato. Trabajaba en un estudio de televisión. Pero ¿sabés que más me dijo? Que tenía novio…
–¡No! –gritó el Negro. ¡Boludo, ahora sí que te creo, tenés un imán para las inalcanzables, para aquellas historias que no terminan bien! ¿Termina bien ésta?
–Mmmm… bueno, igual fue un sueño, pero… –comenzó Gonzalo.
–¡Pero qué sueño, boludo! –interrumpió el Negro.–Esperá que sigo. Se iba al día siguiente, era de Barcelona, otro punto de inaccesibilidad para con esta chica. Pero seguimos hablando. Era muy simpática. Es cuando finalmente encontrás esa chica que la cara le hace juego con la personalidad. Sonríe por fuera porque es simpática por dentro. Muestra un aplomo al hablar que contrasta con los nervios que estoy sintiendo por estar hablándole quizás a la chica más linda de mi vida. Ella muestra buena onda, pero hasta ahí. Pone paños fríos a la conversación, porque claro, tiene novio. De hecho, nos despedimos, sin siquiera un beso, pero me da su número de celular. Estoy tan aturdido por el momento que me olvido de preguntarle su nombre. Ella, que ya se estaba yendo, vuelve sobre sí. Se acerca a la sombrilla, sólo veo sus piernas. Agacha la cabeza, veo otra vez su hermosa sonrisa y me dice: “Ah, por cierto, mi nombre es Laia”.

lunes, 2 de febrero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo IV

El Fabri llegó cerca de la una y media. Fabrizio –o Lucho, como lo llamaban– había sido compañero de secundaria del Negro y el Gordo. Siempre a bordo de un Fiat Uno negro en el que apenas entraba debido a su metro noventa y ocho de altura. Le gustaba subirse a cualquier fiesta y terminaba siendo el centro de atención de la misma. El apodo de Lucho provenía de un malentendido. El tipo siempre pensaba en positivo y le gritaba a quien lo escuchara, sobre todo al negativo Gonzalo que la vida había que pelearla. “Yo soy un peleador, yo lucho” –decía. Algún lerdo escuchó ese “yo lucho” y pensó que se estaba presentando. Y ahí le quedó. Pero volvamos a lo nuestro…
–¡Vos sos un pelotudo! –le gritó el Negro a Gonzalo– ¡La dejaste ir!
–Sí, la dejé ir. No fue nada más que un buen rato, no era la historia que ese sueño necesitaba.
–¡Pero qué sueño, salame! –vociferó cada vez más enojado.
–Esperá que te presente a la protagonista vos tampoco vas a dormir, pero todavía falta.
–Che, no tengo ni idea de lo que están hablando. –dijo Fabrizio.
–Acompañame a la cocina y te explico. –espetó el Negro enojado por lo que escuchaba.
Alejandro se levantó y fue con el Fabri rumbo a la cocina. Puso a calentar aceite y sacó de la heladera una bolsa con ocho milanesas. Mientras el Negro terminaba de explicar el curioso problema de Gonzalo, éste se les acercó para continuar contándoles, para continuar descargando sus penas.
Lo de esa chica fue más o menos a mediados de julio. A fin de mes, el destino golpeó mis puertas para jugarme otra broma. Una chica de Barcelona, que era monitora del camping, se me acerca, empieza a simpatizar conmigo y termina viniendo a cada rato para charlar un poco más. Su nombre: Laia.
–¿Y entonces? –preguntó el Negro sin entender.
–¡Laia boludo, como la anterior!
–Ah, claro, seguro. –dijo Ale que notó que no había escuchado ni la mitad de lo que Gonzalo le decía.
–Esta chica era alta para mi gusto, sabés que me gusta que sean petisas, las encuentro más agraciadas. Además era medio hippie y no sé, no me atrajo –explicó el Gordo.
–Sí, a mi también me gustan petisas. –opinó el Negro– Y con anteojos que le den un aire intelectual, como de secretaria, y...
La cuestión –intervino Gonzalo mirando fijo a su amigo, recordándole con la mirada que estaban hablando de su historia, y no de los gustos de aquél en mujeres– es que me tiró onda desde ese momento, y un sábado, que era la despedida de año para unos compañeros suyos, fuimos a comer unas pizzas al centro de Platja. Copa va, copa viene, empecé a perder el control de mis decisiones y tomé la que menos hubiera querido: le di un beso. No quería hacerlo porque yo no me sentía atraído a ella y sabía que ella quería algo. Es decir, no quería darle falsas expectativas, pero lamentablemente se las di. Conclusión, hasta el día de hoy tuve que mentirle para no decirle que no me gusta. Sabés que soy totalmente incapaz de decirle a una chica que no la encuentro atractiva para mí.
–Sí, tu problema es claro; sos un cagón, no te animás a decirle eso en la cara a nadie. Ya sé que es porque no te gusta cuando escuchás que te lo dicen a vos, pero aquel dicho de “no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a vos” tiene un límite. –aclaró Fabrizio.
–Tenés razón, pero no me sale, no puedo. Es más fuerte que yo.
–Bueno no importa, siéntense a la mesa que ya están las milangas. –tranquilizó el Turco– Vamos a comer.

lunes, 26 de enero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo III

Te mentiría si te dijera que ese sueño me mostró disconforme en algún momento de mi estadía en España. La verdad es que disfruté en él todo lo que siempre pensé que sería cuando estuviera en Europa: los edificios de época romana, los de época medieval, los modernísimos, los museos mundialmente conocidos, pero por sobre todas las cosas, la gente. Gente atenta, educada y con buena onda en cualquier rincón que visitara. Ya sea que tratara con holandeses en el trabajo, o con catalanes a la hora de ir a comprar algo, o mexicanos mientras visitaba alguna ciudad (porque no sólo fui a trabajar), toda esa gente tenía muy buena onda, era simpática por naturaleza. Eslovacos, italianos, alemanes, mexicanos, brasileños, ingleses, rusos. Vi gente de todas partes del planeta, y en todas noté la misma predisposición a escuchar en mí una historia diferente. Eso es algo que me hizo sentir muy bien, acostumbrado como estoy a ser un punto más en la ciudad de Rosario, sin nadie a quien le importe escuchar lo que estoy diciendo.
–Aha... –dijo Ale mientras hacía zapping. Pensaba en si llamar al Fabri o no. El Fabri era Fabrizio, el amigo de ambos que completaba esta trilogía de tipos sin mucha idea sobre qué hacer en esta vida. Sí, tendría que llamarlo -pensó para sí mismo.
Pero si todo el mundo era simpático, si todo el mundo quería escucharte, si todo el mundo veía que vos eras alguien, bueno, qué queda entonces para las chicas españolas. No sé qué les pasa a esas chicas, apenas notan que sos argentino, sos el centro de la conversación para ellas. Bueno claro, después te lo tendrás que ganar, que tampoco es soplar y hacer botellas. Les gusta cómo hablamos –pese a que hablamos como el culo–, les gusta que somos muy entradores –pese a que yo por ejemplo soy menos entrador que nadie–, les gusta que somos simpáticos y la chispa que tenemos. Siempre me dijeron esto todos los que viajaron a España, pero en mi sueño, todo aparece exagerado. Bastaba que hablara con una chica para que apenas se diera cuenta me dijera: “¿eres argentino? Me encantan los argentinos”. No es que hablaba con una chica y terminábamos en la cama, pero me encantaba hablarle y que ella no estuviera pensando cuánto tiempo faltaría para que ese pesado desapareciera de su vida (o sea, como me pasa acá). Así, vos les decís “acá”, “vos”, “viste” y ellas ya te dan una sonrisa. Se exagera cuando decís “boludo”, o cuando decís “cashe” en vez de “calle”. No sé, es como que no la entienden. Igual las comprendo, porque nosotros las escuchamos decir “lavabo” o “braguitas” y nos ponemos locos.
-Sí, voy a llamarlo al Fabri. -se dijo el Negro.
Y acá comienzan entonces las rarezas. En pleno verano español, y mientras yo me estaba haciendo la comida en la cocina del camping, cae Nerea, la chica de recepción, con dos amigas. Yo mostrando mi peor faceta, porque estaba con el pantalón de Newell’s y una remera haciendo ilusión a una fecha histórica rojinegra, de cuando salimos campeón en cancha de nuestro mayor rival. Es decir, nada atractivo al ojo femenino. Es que sabés qué es lo que pienso: quiero mostrarle al mundo lo que siento, aún cuando ya sé –porque ya te lo he dicho– que estoy mal vestido cuando uso esas cosas. Me importa más que conozcan ese fanatismo mío. La cuestión es que llegan sus amigas y Nerea las presenta: Neus y Laia. Eran lindas chicas, y esta Laia, cuando me oye presentarme, tira la frase que te dije: “¿eres argentino? Me encantan los argentinos”. La miré de arriba abajo. Era una morocha petisita, con una linda sonrisa. Ya está, esa es toda la descripción, pero sabés que una buena sonrisa, una mina simpática, me compra. Nos quedamos hablando toda la noche, y quedamos en vernos al día siguiente, que yo tenía la tarde libre, para ir a la playa. Lo que siguió fue muy interesante: me llevó a una playa nudista, aunque ninguno de los dos se sacó nada. Estuvimos hablando media hora y cuando caía el sol me dijo que tenía dolor de espalda, que si le podía hacer un masaje.
Bastó pronunciar la palabra “masaje” para que el Negro parara la oreja y pusiera atención a lo que Gonzalo le contaba. No se puede explicar qué sienten los hombres cuando una chica desconocida les pide un masaje. Y menos aún cuando se los da. Las mujeres también sienten algo similar, sólo que cuando el chico les gusta. Los chicos siempre sienten lo mismo, con cualquiera que se ofrezca…
Su puso boca abajo y empecé a masajear su espalda, mientras se desabrochaba el corpiño para que no molestara. Después de un tiempo, pasé a las piernas, primero los muslos y luego la cara interna, acercándome demasiado a la imprudencia. Igual, parece que fue prudente, porque me dijo que ya que estábamos en una playa nudista, no habría problemas en quitarse todo. Y sí: se quitó todo. Continué como pude con lo mío, sin quitar un segundo la vista de encima de su cola. Y el único momento en que lo hice fue cuando separó sus piernas para que la masajeara mejor. El paisaje era ideal. Pude ver y sentir su excitación, y cuando no me quedaba otra que acercarme a aquel bosque que llamaba la atención entre tanta arena, me dijo: “Espera, ahora te hago yo a ti”.
–¡Ah, bueno! –gritó Ale que ya caminaba por toda la habitación, y por supuesto ya había olvidado de momento la idea de llamar a Fabrizio.
Me tumbó boca abajo e imitó mis movimientos. Cuando llegó a la última prenda que me quedaba, me la quitó, y supongo que ella también me habrá encontrado excitado. Continuó su faena, hasta que me hizo dar vuelta e hicimos lo que era evidente que había que hacer.
–¿Y así me lo contás? ¿Ya está, terminó todo? –se enojó el Negro.
–Eh… sí, es que no era importante. Ese fue un momento único e inigualable, pero fue sólo ese momento. Después me vino con que tenía novio y que no sabía qué hacer. Sabés que pienso de eso, que tengo un imán para las chicas con las que no voy a poder estar, tengo atracción para las que no son ni serán para mí, para las que nunca tendré. Bueno, ya me conocés, así que sabrás que me ortivé y la mandé a la mierda, quizás más enojado con el destino que con ella. Era buena mina, pero no me llenó. Esa chica no apareció nunca más en el sueño. ¿Viste que hay veces que parece que uno dominara el sueño? ¿Que fuera una película y uno fuera el director? Bueno, éste fue uno de esos momentos, y me parece que hice limpieza de elenco. Para serte sincero, apareció una vez más, pero para cuando lo hizo, yo tenía la cabeza en otra cosa, en alguien que opacó el resto de las personas que conocí, y casi el resto del viaje mismo.
-Yo lo voy a llamar al Fabri. -dijo Ale meneando la cabeza.

domingo, 25 de enero de 2009

Feliz cumple!!

Un día como hoy, 25 de enero, nace un tipo muy especial para mí. Lo de muy especial no sé muy bien por qué lo escribí, ya que él no mueve un pelo para serlo, pero la vida planteó las cosas de manera tal que para mí el tipo lo sea. Especial no es ni bueno ni malo tampoco, es especial; es decir, en mi vida el se destaca por sobre mucha gente, existe.
Este tipo no es tampoco como que me caiga gran cosa, pero bueno, alguna estima le tengo. Es justo decir que igual tengo más aprecio por la gente que lo rodea -su familia, sus amigos- que por él mismo. Es que en realidad él no tiene mucho para hacerse querer: es bastante egoísta, no en el sentido material, sino que es ese típico idiota al que le pedís un favor y empieza a mirar para otro lado. A veces hasta silba y todo. Además, basta que le toques los cojones (expresión ibérica) un poquito para que reaccione como si fuera el fin del mundo. Y te grita, se enoja, se raya; en fin, un histérico.
Su ambiente más cercano, en cambio, lo primero que tiene para que se le destaque es justamente la paciencia, para tolerar todos estos arranques que tiene, no sólo su ira, sino fundamentalmente su no comprensión de que una amistad es un ida y vuelta; uno no te ayuda esperando algo a cambio, pero ya que estamos, si te toca esta vez a vos, algo podés hacer ¿no? Pero bueno, yo muchas veces le he destacado estos defectos de su personalidad, le digo que no merece a su familia, que no merece a sus amigos. "Mirá que esa gente vale la pena, eh. Algún día se van a hinchar las pelotas y te van a mandar a la mierda" -le digo. Él se hace el boludo y mira para otro lado. A veces hasta me silba.
En fin, que vaya un feliz cumpleaños para ti, a ver si cambias un poquito –aunque es difícil ya con treinta y un eneros a cuesta-. Aprovecho para saludarlos también justamente a toda esta gentuza que le aguanta su galpón lleno de errores, y permanece estoicamente junto a él, aún sabiendo que los volverá a decepcionar. Gracias por bancarlo como es. Gracias si se acordaron de llamarlo para saludarlo en su día, y si no lo hicieron no importa, que tampoco se lo merece. Yo mismo no lo pienso saludar. Es que si llego a hacerlo me va a decir que estoy loco o algo así, lo conozco. Sólo una cosa a su favor: si es tan salame como lo pinto, ¿por qué tiene gente tan buena a su lado? ¿Qué le ven? Es que entonces debe tener su lado amable, o su lado cortés, su lado sentimental, o de buen amigo… Yo todavía no se lo vi.

lunes, 19 de enero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo II

Al despertar, desayunaron con unos mates y unas medialunas que había ido a comprar Vero, la novia de Ale. El Turco se comió como seis, pero Gonzalo comió ocho (que él también es de buen comer). Cuando Verónica dejó el departamento rumbo a la casa de sus viejos, aprovechó para seguir con su relato.
Llego al aeropuerto del Prat de Llobregat sin saber muy bien dónde estoy. Sólo sé que así se llama el aeropuerto de Barcelona, pero ruego a Dios que alguien de la empresa me esté esperando, porque sé que es una ciudad muy grande, y no tendría idea de para dónde salir disparando. Por suerte llega Alfredo, un chofer de Socorrisme Català –la empresa en cuestión– buscando a todos sus argentinitos que vinieron a hacerse unos mangos a España. Él también es argentino, pero está radicado en Tarragona hace más de seis años.
Rápidamente van dejando a cada guardavidas (socorrista desde que pisé suelo español) en su lugar de trabajo. A mí me llevan a Platja d’Aro; jamás oí hablar de ese lugar. Claro, yo sólo sé de geografía gracias al fútbol, es decir; sé que Manchester es una ciudad inglesa por el Manchester United, o que Kiev queda en Ucrania por el Dynamo de Kiev, y así hasta el infinito, pero jamás escuché nombrar un equipo que sea de Platja d’Aro.
Sobre la medianoche me depositan en el que será mi lugar de trabajo por los próximos tres meses: Camping Vall Bravo. Jamás estuve en un camping en Argentina, y nunca me gustó tampoco la vida de campo, pero le tengo una fe ciega a que todo va a salir bien. Esta gente me da alojamiento, que me va a servir para no gastar en alquiler y así poder ahorrar más guita. La vivienda de los empleados es una casita que no es más que un pasillo con varias habitaciones. Por suerte tengo una para mí solo. Digo por suerte porque ya sabés que no me gusta mucho abrirme demasiado con la gente, sólo lo justo y necesario. Al lado mío duermen juntos un catalán, que es otro socorrista, Carles, y un holandés, Martin, que trabaja en recepción. Frente a ellos vive una pareja de chilenos (el tipo labura en seguridad). La habitación siguiente es de una chica catalana muy linda, Nerea. También es de recepción, como el que duerme en la última pieza, Francesc, al que todos llaman Cesc. Cesc comparte la suya con el otro socorrista, un franchute de poco hablar, llamado Pierre. En el poco tiempo que pasé desde que llegué hasta que terminé de ubicar mis cosas, estuve conversando con todos ellos, mientras se emborrachaban en la terracita, aprestándose a salir de joda. Parecen todos muy buena gente, y yo ya estoy disfrutando. Es que, parecerá una boludez, pero nunca había hablado con un holandés, o con un francés. Bueno, probablemente tampoco con un catalán, pero hay tantos españoles en Argentina que quizás lo haya hecho sin darme cuenta. Igualmente, ya le estoy haciendo idea a los catalanes, porque todos hablan al lado mío en catalán; o sea, ya entendí, te gusta la independencia pero, ¿no podés hablar el castellano, que lo dominás bien? Parece que lo hicieran a propósito, que estuvieran hablando mal de vos a tus espaldas, o que quisieran dejarte de lado en la conversación.
–¿Te molesta si le pongo Fast Forward a tu sueño? –interrumpió Alejandro encontrando a Gonzalo atrapado en su relato– Dejame adivinar, ¿esto termina tratándose de una minita, eh?
Por la cara que puso, pareció como que a Gonzalo se le hubiera cruzado por la cabeza que quizás su sueño no era algo original.
–Bueno, siempre se trata de una mina –dijo–, pero tenés que prestarme atención. En mi sueño pasan cosas raras.
–Estoy seguro que sí –dijo el Negro con desdén al tiempo que prendía la TV–. ¿No te jode que mire la tele mientras vos seguís, no? Y por favor, pasá a la parte de la mina.
El reloj marcaba las 12 en punto. Alejandro miraba absorto al televisor, viendo las imágenes sin prestar atención, pero poniendo menos aún en la historia que Gonzalo le contaba. Éste por su parte, iba a cumplir con lo que su amigo había sugerido, y le iba a contar la parte interesante, la parte de la mina… o de las minas, pero había una muy en particular, y como todos se irán dando cuenta, esa chica en cuestión, esa deidad que lo visitaba en su sueño, era el motivo mismo por el cual no podía dormir, por el cual le estaba contando esa historia a Ale, y por la cual existe esta misma historia.

viernes, 16 de enero de 2009

Rastas

La onda rasta es algo que creemos se está extendiendo y ganando en popularidad, no sólo en Argentina sino en todo el mundo. Pero quizás no sea del todo así. Cuando uno piensa en rasta, se le viene a la cabeza Bob Marley, el reggae, el porro y las trencitas raras; y entonces se cree que si a uno le gusta algo de esto -sobre todo los dreadlocks-, ya es un rasta. Pero eso es sólo el comienzo, enterate...
Primero que nada, la palabra rasta, viene de rastafari. El Rastafari es un movimiento social, político, cultural, religioso, que considera al emperador de Etiopía Haile Selassie I como la encarnación de Jah, que es el término abreviado de la palabra hebrea para referirse a Yahweh, Jehová, Dios. Además, considera a Marcus Garvey como Profeta Divino y a Emmanuel Charles Edwards como Sumo Sacerdote, lo que conformaría una Santa Trinidad entre los tres. El nombre anterior del emperador era Ras (que significa príncipe) Tafari Makonnen, de ahí lo de Rastafari.
Marcus Garvey, industrial jamaicano, anunció en 1922: "Mirad a África, un rey negro será coronado, porque la liberación está cerca". La salvación sólo se completa con la vuelta a la patria africana, a Etiopía. En 1930, Haile Selassie I llega al poder en ese país y se cumple la profecía. Los fundamentos acerca de la divinidad del emperador etíope fueron extraídos de aquellas partes bíblicas que se referían a la gloria del reino antiguo de Etiopía y sus descendientes, de los cuales se decía que Selassie era el último digno descendiente del Rey Salomón y Makeda, la Reina de Saba.
En 1935 la Italia de Mussolini invade Etiopía y Selassie se exilia en Gran Bretaña, desde donde sigue bregando activamente por los derechos de los negros. Su visita a Etiopía el 21 de abril de 1966 fijó esta fecha como el Groundation Day, algo así como el Día de la Fundamentación. Fue durante esta visita cuando Selassie dijo a los líderes de la comunidad rastafari que no debían emigrar a Etiopía hasta que hubieran liberado al pueblo de Jamaica. Liberación antes de la repatriación.

Creencias

Para el Movimiento Rastafari, Etiopía es Zion (Sion, la Tierra Prometida). Proclaman la Supremacía Negra. Mientras algunos creen en el mensaje de Paz y Amor, otros difieren y toman cartas activas en el asunto, como los guerreros Nyahbinghi, que defienden los principios contra los opresores. Además comparten prejuicios contra la mujer y la homosexualidad, ya que es antinatural. Tampoco creen en el aborto, lo que consideran un asesinato. Pese a esto, la gran mayoría del movimiento predica el amor al prójimo y a la vida. Creen que el Ganja (Cannabis) es una hierba sagrada que ayuda a entrar en contacto directo con Jah. Babylon (Babilonia) es la encarnación del Mal, la policía, el sistema, el poder.

Símbolos

La bandera con el rojo, amarillo y verde. El rojo es por la sangre de los mártires, el amarillo la riqueza y prosperidad de África, y el verde la tierra y vegetación de Zion. El rojo siempre va arriba, ya que si está abajo del verde (sangre debajo de tierra), significa "muerte". El León de Judá representa a África, a Haile Selassie o a Jah mismo. Los Dreadlocks, que no son obligatorios pese a ser uno de los símbolos más representativos del movimiento.

Música

El Reggae es posiblemente la forma musical más difundida del siglo XX junto al rock, siendo Bob Marley la figura más influyente de este género. Reggae es una derivación del término Raggamuffin, que significa Harapiento. El Dub es un reggae primitivo en el que se elimina la voz y se distorsionan las frecuencias graves. El Ska, resultado de la mezcla del Mento (música indígena de Jamaica) y géneros estadounidenses como el Jazz o el Rhythm & Blues. Considerada la primera música popular jamaicana. Desde los años setenta, el Roots es la música del gueto, la que lleva el mensaje combativo auténtico de la calle y que sigue los preceptos rastafaris.

Fuente: http://www.wikipedia.org/, http://www.mundorasta.com.ar/