NO SOY PARANOICO, SOY PERSPICAZ

lunes, 2 de marzo de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo VIII

El plan era dormir dos noches en su casa, porque después ya tenía que volver a Platja d’Aro para abrir la pileta del Vall Bravo una vez más. El 19 de septiembre llegué, ya pasadas las 10 de la noche, a Barcelona, a la estación de Sants. La verdad es que yo estaba medio perdido, por no decir total y absolutamente perdido. Sants es una de las estaciones más concurridas de Barcelona. Es un núcleo ferroviario, de metro y de autobuses, por lo que cualquier persona que quiera entrar o salir de la ciudad puede tranquilamente terminar en este lugar. Le hablé por teléfono, le dije mi ubicación como pude, y en veinte minutos llegó. Yo ya la había visto en bikini, pensé que sería insuperable, que ya nada en su imagen me sorprendería. Sin embargo, mi cuerpo se aflojó apenas la vi aparecer. Te aburriría volviéndotela a describir, pero creeme que estaba terrible. Esa mujer tiene que haber sido un sueño.
Le dije que ella eligiera el lugar para comer, así me enseñaba un poco de su ciudad. Tomamos el metro y bajamos en la Plaza Catalunya. Este lugar estaba lleno de gente de todas las nacionalidades. Por primera vez ponía un pie en una de esas ciudades cosmopolitas de las que tanto se habla. Había chinos, árabes, blancos, colorados, negros; había de todo. Empezamos a caminar por La Rambla, nos internamos en el casco antiguo de esta mágica ciudad y terminamos en un bar que vendía comida marroquí, dentro del Raval, el barrio más representativo de ese casco antiguo, junto con el Barrio Gótico. Comimos un shawarma cada uno. Jamás en mi vida había escuchado ese nombre, pero recuerdo habérselo preguntado como cinco veces, sólo para recordarlo por si alguna vez contaba esa historia. El shawarma es un pan árabe abierto al medio a modo de bolsillo, y en su interior se pone carne de pollo o de cordero, rallada y acompañada de cebolla, tomate, lechuga, mostaza, mayonesa, y toda clase de etcéteras. Lo comimos afuera del lugar, mientras caminábamos y continuábamos viendo una ciudad que no parece dormir jamás. Igualmente, mucho shawarma pero yo no paraba de mirarla. Disfrutaba de verla caminar, de verla enseñándome su tierra, de verla reír, de verla mirarme a mí también. Y cuando se hizo tarde, nos tomamos un taxi hasta su casa.
El departamento de Laia estaba situado en el Clot, un barrio de gente clase media, muy populoso, con muchos edificios y con avenidas que lo surcan, como la Meridiana, o como Aragón, que era la calle sobre la cual quedaba el piso en cuestión. Al llegar, encontré una sala de estar y cocina en el mismo lugar, y una habitación, más un baño, obvio. El lugar me pareció muy chico, y no paré de imaginarla a ella en su vida normal, sola en ese lugar. Supuse que se deprimiría con asiduidad, porque ni siquiera tenía ventanas que dieran a la calle. Es más, me dijo que mantenía la persiana de su pieza baja, porque lo único que encontraba era la mirada pervertida de unos extranjeros que vivían frente a ella. Nos sentamos en el sofá de la sala y nos quedamos hablando un rato. Yo lo único que pensaba en ese momento es cómo haría para besarla. Quería hacerlo e imaginé que ella no estaría en desacuerdo. De todos modos, no encontraba la manera de acercarme a ella, y si estás lejos, no es un buen síntoma. Finalmente la rodeé con mis brazos y me acerqué a ella. No me hizo una escena escandalosa para apartarme, pero me apartó totalmente. “Gonzalo, ya te expliqué, yo tengo novio, tengo una vida ya en curso, no puedo interrumpirla por nada” –me dijo. No sé si fue cuando me dijo “tengo novio”, o “tengo una vida”, o “no puedo interrumpirla”, o peor aún, “por nada” pero comencé a incomodarme –algo habitual en mí– mientras yo seguía disparando en una batalla plenamente perdida. “Yo no me creí que ya te tuviera en mis manos porque me hubieras invitado a dormir acá.” –le dije, y seguí– “Simplemente creí que podría ganarte en este día. Además, convengamos que me has dado señales ambiguas. Tu silencio inicial me dice que te olvide, después me invitás a tu casa y tengo que volver a tenerte en mi mente, y por si fuera poco, me das ese mensaje de que el destino es incierto. Claro que es incierto, y estoy tratando de escribirlo.” Ella estaba incómoda con el momento que le estaba haciendo vivir. Notó mi desequilibrio emocional, notó mis ojos, se llenaron los suyos de compasión, pensando vaya a saber Dios qué mierda, y dijo: “Mira, mejor terminemos aquí el día, nos vamos a dormir y punto”. Me saqué la ropa y me acosté en el sofá, mientras ella se iba a dormir con un pijama que parecía querer recordarme que me negó. La chica hermosa, que moraba bajo ese precioso pijama, me acababa de decir que no. Apagó la luz y quedamos totalmente a oscuras, separados por una delgada pared. Empecé a dar vueltas para acomodarme, no encontraba una posición favorable, y parece que hice muchos ruidos, porque me dijo: “Deja de dar vueltas ahí, ese sofá es incómodo, vente a dormir a mi cama.”
–¡Ah, bueno! ¡Entonces se te dio gordito! –gritó Ale emocionado.
–Pero ¿qué parte de la historia no entendiste? Me llamó a su cama para no hacer ruido, ¿no entendés? Ella no quería nada, simplemente me había invitado de onda a su casa, para que yo conozca la ciudad, y ahora que dormía en su sofá notaba que hacía mucho ruido, y entonces, con más onda aún, me invitó a su cama, pero no para hacer nada, sino para dormir.
–Pero qué… ¿ni siquiera lo intentaste? –preguntó el Negro boquiabierto.
–¡No! Ahí afloró finalmente el Gonzalo que vos conocés. Después de tanto animarme a hablarle y animarme a todo, llegó el Gonzalo que no soporta el rechazo. Está claro que nadie soporta el rechazo, pero sabés que yo lo tomo de una manera patética. No me sobrepongo, me duele mucho y quedo sin fuerzas para nada, simplemente maldigo a la vida y ya. Me sentía humillado, no por ella, ella no había hecho nada malo, pero estaba muy vulnerado. No podía articular palabra sin irritarme.
–Y… se fueron a dormir los dos en la misma catrera y ¿no pasó nada? –inquirió Ale desilusionado.
–Mirá, si la rocé fue durmiendo y no lo noté, así que sí, eso fue lo que pasó.
–¡Qué mierda de sueño! –gritó– ¿Eso es todo lo que te tiene sin dormir?
–No, todavía no llegué a lo que me tiene sin dormir… Esto es recién el comienzo de nuestra historia…

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