Al despertar, desayunaron con unos mates y unas medialunas que había ido a comprar Vero, la novia de Ale. El Turco se comió como seis, pero Gonzalo comió ocho (que él también es de buen comer). Cuando Verónica dejó el departamento rumbo a la casa de sus viejos, aprovechó para seguir con su relato.
Llego al aeropuerto del Prat de Llobregat sin saber muy bien dónde estoy. Sólo sé que así se llama el aeropuerto de Barcelona, pero ruego a Dios que alguien de la empresa me esté esperando, porque sé que es una ciudad muy grande, y no tendría idea de para dónde salir disparando. Por suerte llega Alfredo, un chofer de Socorrisme Català –la empresa en cuestión– buscando a todos sus argentinitos que vinieron a hacerse unos mangos a España. Él también es argentino, pero está radicado en Tarragona hace más de seis años.
Rápidamente van dejando a cada guardavidas (socorrista desde que pisé suelo español) en su lugar de trabajo. A mí me llevan a Platja d’Aro; jamás oí hablar de ese lugar. Claro, yo sólo sé de geografía gracias al fútbol, es decir; sé que Manchester es una ciudad inglesa por el Manchester United, o que Kiev queda en Ucrania por el Dynamo de Kiev, y así hasta el infinito, pero jamás escuché nombrar un equipo que sea de Platja d’Aro.
Sobre la medianoche me depositan en el que será mi lugar de trabajo por los próximos tres meses: Camping Vall Bravo. Jamás estuve en un camping en Argentina, y nunca me gustó tampoco la vida de campo, pero le tengo una fe ciega a que todo va a salir bien. Esta gente me da alojamiento, que me va a servir para no gastar en alquiler y así poder ahorrar más guita. La vivienda de los empleados es una casita que no es más que un pasillo con varias habitaciones. Por suerte tengo una para mí solo. Digo por suerte porque ya sabés que no me gusta mucho abrirme demasiado con la gente, sólo lo justo y necesario. Al lado mío duermen juntos un catalán, que es otro socorrista, Carles, y un holandés, Martin, que trabaja en recepción. Frente a ellos vive una pareja de chilenos (el tipo labura en seguridad). La habitación siguiente es de una chica catalana muy linda, Nerea. También es de recepción, como el que duerme en la última pieza, Francesc, al que todos llaman Cesc. Cesc comparte la suya con el otro socorrista, un franchute de poco hablar, llamado Pierre. En el poco tiempo que pasé desde que llegué hasta que terminé de ubicar mis cosas, estuve conversando con todos ellos, mientras se emborrachaban en la terracita, aprestándose a salir de joda. Parecen todos muy buena gente, y yo ya estoy disfrutando. Es que, parecerá una boludez, pero nunca había hablado con un holandés, o con un francés. Bueno, probablemente tampoco con un catalán, pero hay tantos españoles en Argentina que quizás lo haya hecho sin darme cuenta. Igualmente, ya le estoy haciendo idea a los catalanes, porque todos hablan al lado mío en catalán; o sea, ya entendí, te gusta la independencia pero, ¿no podés hablar el castellano, que lo dominás bien? Parece que lo hicieran a propósito, que estuvieran hablando mal de vos a tus espaldas, o que quisieran dejarte de lado en la conversación.
–¿Te molesta si le pongo Fast Forward a tu sueño? –interrumpió Alejandro encontrando a Gonzalo atrapado en su relato– Dejame adivinar, ¿esto termina tratándose de una minita, eh?
Por la cara que puso, pareció como que a Gonzalo se le hubiera cruzado por la cabeza que quizás su sueño no era algo original.
–Bueno, siempre se trata de una mina –dijo–, pero tenés que prestarme atención. En mi sueño pasan cosas raras.
–Estoy seguro que sí –dijo el Negro con desdén al tiempo que prendía la TV–. ¿No te jode que mire la tele mientras vos seguís, no? Y por favor, pasá a la parte de la mina.
El reloj marcaba las 12 en punto. Alejandro miraba absorto al televisor, viendo las imágenes sin prestar atención, pero poniendo menos aún en la historia que Gonzalo le contaba. Éste por su parte, iba a cumplir con lo que su amigo había sugerido, y le iba a contar la parte interesante, la parte de la mina… o de las minas, pero había una muy en particular, y como todos se irán dando cuenta, esa chica en cuestión, esa deidad que lo visitaba en su sueño, era el motivo mismo por el cual no podía dormir, por el cual le estaba contando esa historia a Ale, y por la cual existe esta misma historia.
Llego al aeropuerto del Prat de Llobregat sin saber muy bien dónde estoy. Sólo sé que así se llama el aeropuerto de Barcelona, pero ruego a Dios que alguien de la empresa me esté esperando, porque sé que es una ciudad muy grande, y no tendría idea de para dónde salir disparando. Por suerte llega Alfredo, un chofer de Socorrisme Català –la empresa en cuestión– buscando a todos sus argentinitos que vinieron a hacerse unos mangos a España. Él también es argentino, pero está radicado en Tarragona hace más de seis años.
Rápidamente van dejando a cada guardavidas (socorrista desde que pisé suelo español) en su lugar de trabajo. A mí me llevan a Platja d’Aro; jamás oí hablar de ese lugar. Claro, yo sólo sé de geografía gracias al fútbol, es decir; sé que Manchester es una ciudad inglesa por el Manchester United, o que Kiev queda en Ucrania por el Dynamo de Kiev, y así hasta el infinito, pero jamás escuché nombrar un equipo que sea de Platja d’Aro.
Sobre la medianoche me depositan en el que será mi lugar de trabajo por los próximos tres meses: Camping Vall Bravo. Jamás estuve en un camping en Argentina, y nunca me gustó tampoco la vida de campo, pero le tengo una fe ciega a que todo va a salir bien. Esta gente me da alojamiento, que me va a servir para no gastar en alquiler y así poder ahorrar más guita. La vivienda de los empleados es una casita que no es más que un pasillo con varias habitaciones. Por suerte tengo una para mí solo. Digo por suerte porque ya sabés que no me gusta mucho abrirme demasiado con la gente, sólo lo justo y necesario. Al lado mío duermen juntos un catalán, que es otro socorrista, Carles, y un holandés, Martin, que trabaja en recepción. Frente a ellos vive una pareja de chilenos (el tipo labura en seguridad). La habitación siguiente es de una chica catalana muy linda, Nerea. También es de recepción, como el que duerme en la última pieza, Francesc, al que todos llaman Cesc. Cesc comparte la suya con el otro socorrista, un franchute de poco hablar, llamado Pierre. En el poco tiempo que pasé desde que llegué hasta que terminé de ubicar mis cosas, estuve conversando con todos ellos, mientras se emborrachaban en la terracita, aprestándose a salir de joda. Parecen todos muy buena gente, y yo ya estoy disfrutando. Es que, parecerá una boludez, pero nunca había hablado con un holandés, o con un francés. Bueno, probablemente tampoco con un catalán, pero hay tantos españoles en Argentina que quizás lo haya hecho sin darme cuenta. Igualmente, ya le estoy haciendo idea a los catalanes, porque todos hablan al lado mío en catalán; o sea, ya entendí, te gusta la independencia pero, ¿no podés hablar el castellano, que lo dominás bien? Parece que lo hicieran a propósito, que estuvieran hablando mal de vos a tus espaldas, o que quisieran dejarte de lado en la conversación.
–¿Te molesta si le pongo Fast Forward a tu sueño? –interrumpió Alejandro encontrando a Gonzalo atrapado en su relato– Dejame adivinar, ¿esto termina tratándose de una minita, eh?
Por la cara que puso, pareció como que a Gonzalo se le hubiera cruzado por la cabeza que quizás su sueño no era algo original.
–Bueno, siempre se trata de una mina –dijo–, pero tenés que prestarme atención. En mi sueño pasan cosas raras.
–Estoy seguro que sí –dijo el Negro con desdén al tiempo que prendía la TV–. ¿No te jode que mire la tele mientras vos seguís, no? Y por favor, pasá a la parte de la mina.
El reloj marcaba las 12 en punto. Alejandro miraba absorto al televisor, viendo las imágenes sin prestar atención, pero poniendo menos aún en la historia que Gonzalo le contaba. Éste por su parte, iba a cumplir con lo que su amigo había sugerido, y le iba a contar la parte interesante, la parte de la mina… o de las minas, pero había una muy en particular, y como todos se irán dando cuenta, esa chica en cuestión, esa deidad que lo visitaba en su sueño, era el motivo mismo por el cual no podía dormir, por el cual le estaba contando esa historia a Ale, y por la cual existe esta misma historia.
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