Alejandro se quedó pasmado en la silla, boquiabierto, contemplando a su amigo, que le acababa de contar una historia de esas que no se olvidan más. Además, estaba cargada de contenido no apto para menores de dieciocho.
–Me dejás helado gordo –fue lo único que atinó a decir.
–¿Viste? Te dije que era un sueño loquísimo. Y eso es todo, ahí termina.
–¿Eh? ¿No pasa más nada? –se sorprendió Ale.
–Nada de nada. Hace noches y noches que vengo teniendo el mismo sueño, y termina ahí, con los dos en la cama. Te lo tenía que contar, hace mucho que me impide dormir en paz, y a alguien se lo tenía que contar.
–No gordo, hiciste bien, pero es que no sé qué decirte.
–Está bien, no me tenés que decir nada. Ya me siento un poco mejor. Creo que me lo tenía que sacar de adentro, ¿viste? Bueno me vuelvo a casa, que ya va a llegar Vero y ustedes van a comer, tampoco quiero estar de invitado todos los días.
–Bueno gordo como quieras. Sabés que podés comer las veces que quieras acá.
Así, nuestro protagonista se fue a su casa, cabizbajo pero en paz. Cabizbajo porque seguía pensando de qué se trataría en definitiva ese sueño, y porqué lo dejaba ahí, justo tras esa acalorada escena, pero sin nada que le dé un final. En paz porque ya no lo pensaba para sí mismo, sino que lo había compartido. El solo contarle a un amigo acerca de los problemas de uno mismo, hace que el alma se tranquilice un poco, es una manera de saber que uno no está solo enfrentando a ese problema, cuenta nada más y nada menos que con su amigo. Y cuando uno tiene a un amigo a su lado es casi invencible, del mismo modo que cuando uno está solo es muy vulnerable y tropieza ante la primera adversidad.
En lugar de encarar para su casa, se quedó caminando por la costa, buscando en el río Paraná que corría deprisa las respuestas que necesitaba. ¿Quién era esa chica, Laia? ¿Por qué el sueño terminaba ahí una y otra vez? ¿Por qué no la veía más?
Así estuvo por más de seis horas, caminando, recostándose en alguna baranda para contemplar la inmensa corriente de agua marrón a sus pies, sentándose bajo un árbol. Eran las ocho y media cuando finalmente se sintió vacío, vacío de comida esta vez, y volvió a su morada.
Las habitaciones le quedaban muy grandes, más de lo habitual. Se sentía sin nada, sin nadie. Estaba sin nadie. Se hablaba a sí mismo en voz alta. En realidad siempre lo hacía, no eran pocos los que lo encontraban un tanto loco, pero ahora parecía hacerlo para no sentirse tan solo. Se preguntaba si esa chica del sueño existía en realidad. Se preguntaba si tendría que rastrearla e ir a buscarla. Se preguntaba si era un sueño o si lo había vivido. Se preguntaba por qué –de haberlo vivido– nunca tuvo noticias de ella. Hasta que se le ocurrió una idea para intentar desvelar muchas de esas incógnitas. “Le voy a escribir una carta” –le dijo a nadie.
La tarea no le fue fácil. El sueño le decía que la chica se hospedaba en el camping Vall Bravo de Platja d’Aro. Buscó entonces Vall Bravo en Internet, y se encontró con que era real; por lo menos el camping. Recordó que su nombre era Laia Llunell, pero ella estaba hospedándose ahí por una semana, ahí sólo veraneaban sus padres. Decidió entonces hacer dos sobres: en el sobre que estaría en el exterior se leía la dirección del camping y Familia Llunell. Con eso le llevarían el sobre a los padres. Dentro de éste, un segundo sobre, que decía “PARA LAIA LLUNELL”, cuestión de que los padres le hicieran llegar a su hija, donde quiera que estuviera, el envío. Finalmente, dentro de ese sobre estaría la carta que escribiría. La cuestión ahora era qué escribirle…
“Laia:
Mi nombre es Gonzalo, quizás me recuerdes, quizás no sabés ni siquiera quién soy. Yo soy guardavidas, y espero haber trabajado el verano pasado en el camping Vall Bravo. Si fue así, nos conocemos; sino, no me preguntes como sé tu nombre porque me sería imposible explicártelo. En realidad sólo quiero que me escribas para contestarme ese dilema. ¿Nos conocemos o no? ¿Existís o no? Si me respondés ya voy a tener una pregunta contestada, en cuanto a la otra, si es negativa no voy a parar hasta encontrarte.
Espero verte algún día. Gonzalo”
Puso la carta dentro del sobre, éste dentro del otro, y dejó ese último arriba de la mesa, listo para mandarlo mañana mismo a primera hora. Se preparó algo de comer, miró algo de tele, y por fin, se fue a dormir. Esa noche volvió a soñar, pero soñó diferente. No tuvo el sueño donde conoce a Laia, donde la ama. Soñó más.
–Me dejás helado gordo –fue lo único que atinó a decir.
–¿Viste? Te dije que era un sueño loquísimo. Y eso es todo, ahí termina.
–¿Eh? ¿No pasa más nada? –se sorprendió Ale.
–Nada de nada. Hace noches y noches que vengo teniendo el mismo sueño, y termina ahí, con los dos en la cama. Te lo tenía que contar, hace mucho que me impide dormir en paz, y a alguien se lo tenía que contar.
–No gordo, hiciste bien, pero es que no sé qué decirte.
–Está bien, no me tenés que decir nada. Ya me siento un poco mejor. Creo que me lo tenía que sacar de adentro, ¿viste? Bueno me vuelvo a casa, que ya va a llegar Vero y ustedes van a comer, tampoco quiero estar de invitado todos los días.
–Bueno gordo como quieras. Sabés que podés comer las veces que quieras acá.
Así, nuestro protagonista se fue a su casa, cabizbajo pero en paz. Cabizbajo porque seguía pensando de qué se trataría en definitiva ese sueño, y porqué lo dejaba ahí, justo tras esa acalorada escena, pero sin nada que le dé un final. En paz porque ya no lo pensaba para sí mismo, sino que lo había compartido. El solo contarle a un amigo acerca de los problemas de uno mismo, hace que el alma se tranquilice un poco, es una manera de saber que uno no está solo enfrentando a ese problema, cuenta nada más y nada menos que con su amigo. Y cuando uno tiene a un amigo a su lado es casi invencible, del mismo modo que cuando uno está solo es muy vulnerable y tropieza ante la primera adversidad.
En lugar de encarar para su casa, se quedó caminando por la costa, buscando en el río Paraná que corría deprisa las respuestas que necesitaba. ¿Quién era esa chica, Laia? ¿Por qué el sueño terminaba ahí una y otra vez? ¿Por qué no la veía más?
Así estuvo por más de seis horas, caminando, recostándose en alguna baranda para contemplar la inmensa corriente de agua marrón a sus pies, sentándose bajo un árbol. Eran las ocho y media cuando finalmente se sintió vacío, vacío de comida esta vez, y volvió a su morada.
Las habitaciones le quedaban muy grandes, más de lo habitual. Se sentía sin nada, sin nadie. Estaba sin nadie. Se hablaba a sí mismo en voz alta. En realidad siempre lo hacía, no eran pocos los que lo encontraban un tanto loco, pero ahora parecía hacerlo para no sentirse tan solo. Se preguntaba si esa chica del sueño existía en realidad. Se preguntaba si tendría que rastrearla e ir a buscarla. Se preguntaba si era un sueño o si lo había vivido. Se preguntaba por qué –de haberlo vivido– nunca tuvo noticias de ella. Hasta que se le ocurrió una idea para intentar desvelar muchas de esas incógnitas. “Le voy a escribir una carta” –le dijo a nadie.
La tarea no le fue fácil. El sueño le decía que la chica se hospedaba en el camping Vall Bravo de Platja d’Aro. Buscó entonces Vall Bravo en Internet, y se encontró con que era real; por lo menos el camping. Recordó que su nombre era Laia Llunell, pero ella estaba hospedándose ahí por una semana, ahí sólo veraneaban sus padres. Decidió entonces hacer dos sobres: en el sobre que estaría en el exterior se leía la dirección del camping y Familia Llunell. Con eso le llevarían el sobre a los padres. Dentro de éste, un segundo sobre, que decía “PARA LAIA LLUNELL”, cuestión de que los padres le hicieran llegar a su hija, donde quiera que estuviera, el envío. Finalmente, dentro de ese sobre estaría la carta que escribiría. La cuestión ahora era qué escribirle…
“Laia:
Mi nombre es Gonzalo, quizás me recuerdes, quizás no sabés ni siquiera quién soy. Yo soy guardavidas, y espero haber trabajado el verano pasado en el camping Vall Bravo. Si fue así, nos conocemos; sino, no me preguntes como sé tu nombre porque me sería imposible explicártelo. En realidad sólo quiero que me escribas para contestarme ese dilema. ¿Nos conocemos o no? ¿Existís o no? Si me respondés ya voy a tener una pregunta contestada, en cuanto a la otra, si es negativa no voy a parar hasta encontrarte.
Espero verte algún día. Gonzalo”
Puso la carta dentro del sobre, éste dentro del otro, y dejó ese último arriba de la mesa, listo para mandarlo mañana mismo a primera hora. Se preparó algo de comer, miró algo de tele, y por fin, se fue a dormir. Esa noche volvió a soñar, pero soñó diferente. No tuvo el sueño donde conoce a Laia, donde la ama. Soñó más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario