Para los que se pregunten si esta gente no trabaja –porque estos muchachos se encuentran todos los días–, se puede decir que Alejandro sólo trabaja en verano, y que Gonzalo estaba sin trabajo hacía un mes. Razón por la cual –y como Fabrizio sí trabaja– también al día siguiente se encontraron, esta vez fue Ale a lo de Gonzalo, y retomaron el onírico asunto.
–Gordo, estuve pensando. –empezó Ale– Creo que podés tener razón. Quizás fue todo un sueño…
–¡Ah, pero sos un idiota! –bramó Gonzalo– Si yo me estaba empezando a convencer que tal vez fue todo verdad… o por lo menos, algo.
–Creo que somos dos boludos importantes, pero bueno, olvidémonos de lo que acabamos de decir y seguí con la historia. –dijo Ale– Pero eso sí, volvamos a lo de antes, vos creés que fue un sueño y yo que no. Hay veces que la realidad y la ficción están separadas por una línea imperceptible. Y no la estoy yendo de filósofo, sino que hay mucha gente que piensa así. De esa manera termina naciendo el movimiento artístico llamado surrealismo. Lo que hacía Dalí, por ejemplo, es representar en sus obras el subconsciente, despojados de toda razón. Y los cuadros suyos existen. No te olvides que cuando yo fui a España fui y los vi.”
–Sí, yo también lo tengo de algún lado a ese Dalí –contestó Gonzalo con la mirada en el piso, como abstraído de la realidad–. Pero bueno, te sigo contando…
Como te decía ayer, seguí mandándole por el celular mensajes que yo creía ocurrentes, sin obtener respuesta alguna. Finalmente, pese a que era extraño lo que yo estaba haciendo, porque sabés que si una mina no me da bola la dejo de lado y en cambio, con ésta insistí como nunca; finalmente, te decía, me rendí. Me dije “basta, date cuenta, no quiere saber nada, sólo fue simpática aquel día en la pileta y nada más. Si te dijo que tiene novio y todo”, y desistí. Le envié un mensaje despidiéndome y agradeciéndole la buena onda, y prometí no joderla más. Y bueno, sería el final de la historia, pero esa noche, juro que ya sin esperarlo, recibí un mensaje de ella: “Lamento que las cosas no se hayan dado como tú querías. Igualmente, si algún día vienes a Barcelona, no dudes en avisarme. El destino es incierto. Laia.”
–¡No te puedo creer, Gordo! –dijo Ale y saltó de su silla.
Es difícil explicar cómo me sentí cuando leí ese mensajito. Sentí mi sangre correr por todo el cuerpo, sentí eso que te definen como “mariposas en el estómago” sólo porque evidentemente nadie encontró manera de definir ésa, que es una de las mejores sensaciones que ofrece la vida, y alguno que la iba de poeta creyó que diciendo boludeces acerca de las mariposas y los intestinos, podía llegar a acercarse a esa sensación. O no sé, tal vez sólo di un par de vueltas en la cama y seguí durmiendo. En los días que siguieron trabajé sin ganas, no viendo la hora de que terminara la temporada en el camping Vall Bravo y yo pueda comenzar mis vacaciones. Entonces arrancaría sin dudas por Barcelona, que además de ser la ciudad importante que más cerca tenía, era por otra parte la única que me interesaba en ese momento. Eso sí; me interesaba por primera vez sin pensar mucho en el Camp Nou y Ronaldinho, o en La Rambla y la Sagrada Familia.
Bien interesante estaba lo que Gonzalo relataba cuando Ale miraba la habitación y fijó su vista en un cuadro colgado en la pared. En la foto; Gonzalo, Ale y el Fabri –el grupo que estaba unido desde tiempos de secundaria, mejores amigos entre sí– estaban en el estudio de radio, conduciendo su programa, “Es lo que Hay”, donde obviamente, decían disparates a más no poder. “Un momento. –pensó Ale– Si el Gordo está en esa foto entonces no viajó, si el programa hace ya un año que lo hacemos… salvo que la foto sea vieja.” El Turco se dio cuenta que estaba mirando a Gonzalo con cara de “qué pillo soy, ahora todo encaja”, cuando notó que el Gordo llevaba el mismo semblante. El pensamiento de Gonzalo de hacía diez segundos se había disparado cuando, mirando para abajo, percibió que en su tobillo llevaba una cinta de color rojo y amarillo a rayas. “Si no viajé, ¿por qué tengo puesta la senyera en el tobillo? Y peor aún, si no viajé ¿cómo carajo sé qué es la senyera?”. Nadie sabía ya a esta altura quién tenía razón y quién no; ambos fueron cayendo víctimas del surrealismo imperante desde el comienzo.
El resto de mi laburo en el Vall Bravo transcurre igual, monótono y rutinario hasta el fin de los días. Abro la piscina, me siento bajo la sombrilla, casi no le presto atención a nadie más que mis pensamientos sobre Laia, se hacen las ocho y cierro. Ahí, me baño, como algo en la cocina y me voy a dormir. Finalmente, promediando septiembre el destino me mandó un centro: me llamó mi jefe y me dijo que tenía que tomarme dos días libres porque necesitaba darle mis horas de trabajo a alguien que no llegaba al básico. Igual yo quería seguir trabajando, pero me vendría genial para tratar de visitar a Laia. Le mandé un mensaje diciéndole esto y acto seguido, recibí su llamado. Al volver a oír su voz sentí como que estaba flotando. ¡Si hasta me ofreció dormir en su casa!, lo que hizo que yo estuviera al borde del delirio. No obstante, me bajó de un gomerazo repitiéndome que tenía novio y qué sé yo… ya no la escuchaba, sólo repercutía en mi mente aquella frase en el mensaje que me envió: “El destino es incierto”. Así que yo lo iba a intentar una vez más. Estaba con fuerzas renovadas para volver a intentarlo. Ya había olvidado todas las veces que me había ignorado, había olvidado que si era tan linda yo nunca me hubiera animado a hablarle, y acababa de olvidar que me repetía que estaba comprometida, que su corazón tenía dueño. ¡Y yo no quería una chica de una noche! ¡Yo justamente me quería ganar su corazón! Aunque fuera un rinconcito nomás…
–Gordo, estuve pensando. –empezó Ale– Creo que podés tener razón. Quizás fue todo un sueño…
–¡Ah, pero sos un idiota! –bramó Gonzalo– Si yo me estaba empezando a convencer que tal vez fue todo verdad… o por lo menos, algo.
–Creo que somos dos boludos importantes, pero bueno, olvidémonos de lo que acabamos de decir y seguí con la historia. –dijo Ale– Pero eso sí, volvamos a lo de antes, vos creés que fue un sueño y yo que no. Hay veces que la realidad y la ficción están separadas por una línea imperceptible. Y no la estoy yendo de filósofo, sino que hay mucha gente que piensa así. De esa manera termina naciendo el movimiento artístico llamado surrealismo. Lo que hacía Dalí, por ejemplo, es representar en sus obras el subconsciente, despojados de toda razón. Y los cuadros suyos existen. No te olvides que cuando yo fui a España fui y los vi.”
–Sí, yo también lo tengo de algún lado a ese Dalí –contestó Gonzalo con la mirada en el piso, como abstraído de la realidad–. Pero bueno, te sigo contando…
Como te decía ayer, seguí mandándole por el celular mensajes que yo creía ocurrentes, sin obtener respuesta alguna. Finalmente, pese a que era extraño lo que yo estaba haciendo, porque sabés que si una mina no me da bola la dejo de lado y en cambio, con ésta insistí como nunca; finalmente, te decía, me rendí. Me dije “basta, date cuenta, no quiere saber nada, sólo fue simpática aquel día en la pileta y nada más. Si te dijo que tiene novio y todo”, y desistí. Le envié un mensaje despidiéndome y agradeciéndole la buena onda, y prometí no joderla más. Y bueno, sería el final de la historia, pero esa noche, juro que ya sin esperarlo, recibí un mensaje de ella: “Lamento que las cosas no se hayan dado como tú querías. Igualmente, si algún día vienes a Barcelona, no dudes en avisarme. El destino es incierto. Laia.”
–¡No te puedo creer, Gordo! –dijo Ale y saltó de su silla.
Es difícil explicar cómo me sentí cuando leí ese mensajito. Sentí mi sangre correr por todo el cuerpo, sentí eso que te definen como “mariposas en el estómago” sólo porque evidentemente nadie encontró manera de definir ésa, que es una de las mejores sensaciones que ofrece la vida, y alguno que la iba de poeta creyó que diciendo boludeces acerca de las mariposas y los intestinos, podía llegar a acercarse a esa sensación. O no sé, tal vez sólo di un par de vueltas en la cama y seguí durmiendo. En los días que siguieron trabajé sin ganas, no viendo la hora de que terminara la temporada en el camping Vall Bravo y yo pueda comenzar mis vacaciones. Entonces arrancaría sin dudas por Barcelona, que además de ser la ciudad importante que más cerca tenía, era por otra parte la única que me interesaba en ese momento. Eso sí; me interesaba por primera vez sin pensar mucho en el Camp Nou y Ronaldinho, o en La Rambla y la Sagrada Familia.
Bien interesante estaba lo que Gonzalo relataba cuando Ale miraba la habitación y fijó su vista en un cuadro colgado en la pared. En la foto; Gonzalo, Ale y el Fabri –el grupo que estaba unido desde tiempos de secundaria, mejores amigos entre sí– estaban en el estudio de radio, conduciendo su programa, “Es lo que Hay”, donde obviamente, decían disparates a más no poder. “Un momento. –pensó Ale– Si el Gordo está en esa foto entonces no viajó, si el programa hace ya un año que lo hacemos… salvo que la foto sea vieja.” El Turco se dio cuenta que estaba mirando a Gonzalo con cara de “qué pillo soy, ahora todo encaja”, cuando notó que el Gordo llevaba el mismo semblante. El pensamiento de Gonzalo de hacía diez segundos se había disparado cuando, mirando para abajo, percibió que en su tobillo llevaba una cinta de color rojo y amarillo a rayas. “Si no viajé, ¿por qué tengo puesta la senyera en el tobillo? Y peor aún, si no viajé ¿cómo carajo sé qué es la senyera?”. Nadie sabía ya a esta altura quién tenía razón y quién no; ambos fueron cayendo víctimas del surrealismo imperante desde el comienzo.
El resto de mi laburo en el Vall Bravo transcurre igual, monótono y rutinario hasta el fin de los días. Abro la piscina, me siento bajo la sombrilla, casi no le presto atención a nadie más que mis pensamientos sobre Laia, se hacen las ocho y cierro. Ahí, me baño, como algo en la cocina y me voy a dormir. Finalmente, promediando septiembre el destino me mandó un centro: me llamó mi jefe y me dijo que tenía que tomarme dos días libres porque necesitaba darle mis horas de trabajo a alguien que no llegaba al básico. Igual yo quería seguir trabajando, pero me vendría genial para tratar de visitar a Laia. Le mandé un mensaje diciéndole esto y acto seguido, recibí su llamado. Al volver a oír su voz sentí como que estaba flotando. ¡Si hasta me ofreció dormir en su casa!, lo que hizo que yo estuviera al borde del delirio. No obstante, me bajó de un gomerazo repitiéndome que tenía novio y qué sé yo… ya no la escuchaba, sólo repercutía en mi mente aquella frase en el mensaje que me envió: “El destino es incierto”. Así que yo lo iba a intentar una vez más. Estaba con fuerzas renovadas para volver a intentarlo. Ya había olvidado todas las veces que me había ignorado, había olvidado que si era tan linda yo nunca me hubiera animado a hablarle, y acababa de olvidar que me repetía que estaba comprometida, que su corazón tenía dueño. ¡Y yo no quería una chica de una noche! ¡Yo justamente me quería ganar su corazón! Aunque fuera un rinconcito nomás…
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