NO SOY PARANOICO, SOY PERSPICAZ

lunes, 13 de abril de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo XIV

Se levantó a la una del mediodía. Se preparó el café con leche, las tostaditas con manteca –ritual que sólo puede cambiar por medialunas saladas– y salió hacia el correo. Tras estampillar el sobre, lo entregó en la oficina correspondiente y se fue a lo de Ale. Estaba radiante. Acababa de jugársela para ver si conoce a esa chica, para ver si cuanto menos existe, y además le tenía que contar a su amigo el sueño de ayer.
–¿Qué hacés gordo? –saludó Alejandro.
–Bien che, estoy mejor. Ayer soñé de nuevo con ella…
–¿Otra vez lo mismo? –preguntó el Negro como aburrido.
–No, tuve un sueño diferente. Siempre sueño que la conozco, que nos vemos, que voy a su departamento, que dormimos juntos. Ayer fue distinto.
Amanezco solo en su habitación. Ella se fue, supongo que a trabajar. Miro para todos lados, examino. Nada. Me levanto para pasar a la cocina y noto que estoy desnudo, lo que me termina de confirmar que es la continuación del sueño anterior. Llego a la mesa del comedor y algo me llama la atención: es un pasaje de ómnibus para ir desde Estació d’Autobusos de Barcelona Nord hasta Aeroport del Prat. Sin comprender lo que sucede miro la fecha y me doy cuenta de que hoy me vuelvo a Argentina. Me cambio rápidamente y salgo volando para la estación Nord. Me doy cuenta de que afortunadamente llegué una hora antes de que llegue el colectivo, así que aprovecho y me voy a la cafetería.
Una cafetería en lugares como éstos –estaciones de ómnibus, puertos, aeropuertos, etc.– se construye por dos razones. La primera, la obvia, es para lucrar. Es fácil; un tipo toma la concesión del establecimiento y le sirve café y otras yerbas a cualquiera para que le den dinero a cambio y así poder subsistir, nada raro. La otra razón es, aún sin haber sido la razón inicial de aquél que toma la concesión, para darle a la gente un punto de despedida. ¿Con qué otra razón se va a uno de estos lugares si no se viaja? Para saludar a alguien que sí lo hará. Es entonces la cafetería de una estación un lugar para los abrazos, para las lágrimas. Para los corazones rotos, para aquellos por romperse; para los que no olvidan, para los que sí lo harán. Para el último adiós, o para el primero de muchos últimos adioses que vendrán. Para inmortalizar la imagen de alguien. Su rostro, su cuerpo, su aroma, su aliento, sus manos, sus caricias, sus abrazos; su risa y sus lágrimas. Las últimas lágrimas que le vas a ver a esa persona. ¿Cuánto cuestan esas últimas lágrimas? ¿Un par de cafés? Bien vale la pena entonces beberlos.
Miro a todos lados y veo esta escena. Un estudiante haciéndole entender a quien supongo será su novia que sólo serán dos semanas, que visitará a sus padres y volverá con ella. Una familia entera que saluda a su hija, de unos 18 años, que se va de vacaciones con sus amigas por un mes a Francia. Veo un tipo vestido de chofer que le da el último beso a su mujer, le tocan cinco días seguidos viajando por toda España hasta volver a Barcelona. Detrás de ellos, un espejo, donde choco con mi propia mirada. Observo mi mesa y sólo hay una persona sentada en ella: yo.
Una voz femenina por el altoparlante anuncia que en quince minutos saldrá el colectivo, que por otra parte ya está listo para abordar. “¿Se podrá subir ya?” –me pregunto, cansado ya de ver despedidas. Enfilo para el ómnibus, esquivo gente que sigue abrazándose, dejo mi mochila en el portaequipaje y una mano me llama la atención, tomándome por el hombro.
“Niño” –escucho al tiempo que me daba vuelta. “Te invito un café” –le dije a ese rostro celestial, a sabiendas que en cualquier momento exteriorizaría mis sentimientos por los ojos.
A partir de ahí no escucho más nada. Estamos los dos en la cafetería, pero la imagen se aleja, como si fuera el final de una película, que termina justo ahí, y la cámara sube y se aleja, mientras empiezan a verse las letras del elenco. Se filmó mi despedida: la abracé muchas veces, como sabiendo que la estaba perdiendo, lloré sabiendo que la perdía. Ella también lloró. Y me desperté…
–¡Qué groso, boludo! –dijo Ale tras unos instantes de silencio.
–Sí, creo que lo necesitaba. Necesitaba despedirme bien de ella, sea sueño, sea realidad, sea lo que sea. Espero que, sí viví todo aquello con ella, también haya vivido esa despedida en Nord, porque me hizo sentir verdaderamente con alguien a mi lado. A decir verdad los sentimientos fueron encontrados. Por un lado sí, me sentí al lado de ella y feliz; y por el otro, eso no dejaba de ser una cafetería, no dejaba de ser una despedida, y no sé si veré a esa chica, o si existe siquiera. De una u otra manera, ya no está en mi vida… y yo tampoco en la de ella.

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