NO SOY PARANOICO, SOY PERSPICAZ

lunes, 16 de marzo de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo X

–¡No! ¿Te robaron? –se sorprendió Ale, e inquirió. Fue la pareja ¿no? ¿Los corriste?
–No, miré a la pareja de arriba abajo y ellos no fueron. Lo peor de todo fue ni siquiera darme cuenta que me robaron. Yo, argentino, advertido de oportunistas habidos y por haber, no la vi venir y caí como un salame. Después se acercó un viejo con acento italiano, diciéndome que había visto a un chico salir corriendo.
–¡Qué garrón! ¿Qué perdiste? ¿Tenías mucha guita?
–Cerca de cien euros. Pero además tenía mi tarjeta de débito y mi… pasaporte.
Al decir esta última palabra ambos se dieron una mirada cómplice.
–Dale boludo, ahora ya sabés dónde está tu pasaporte. Vos seguí pensando que es un sueño nomás. –le dijo el Negro desde el sarcasmo.
–No pienso que fue un sueño –contestó el Gordo aturdido– estoy seguro que fue un sueño.
–Sí, un sueño lleno de realismo, por lo que escucho…
–Surrealismo, un sueño repleto de surrealismo, es una idea totalmente inverosímil. No te fijes en los detalles como si me robaron o dejaron de robar, fijate en la idea principal. En esta chica de fantasía, con actitudes ambiguas para conmigo, a trece mil kilómetros de casa. Todo es producto de mi cabeza, producto de mi viaje frustrado y producto también de lo que yo imagino como la mujer ideal, la mujer que querría a mi lado para siempre.
–Pero si hace rato que me venís rompiendo las pelotas con que no te sentís feliz estando en pareja. –se quejó Ale.
–Dijiste la palabra clave: feliz. Todos y cada uno de los minutos que pasé con ella fui feliz. No sé si quería que fuese mi pareja, simplemente la quería al lado mío. No tengo otra forma de imaginar la felicidad que no sea viendo su rostro, que no sea escucharla hablar, que no sea sintiendo su fragancia. Si toda mi vida transcurriera pudiendo estar con ella, creo que por más que no hubiera nada entre nosotros sería el tipo más feliz del mundo.
No obstante todo lo lindo que Gonzalo acababa de decir de sus sentimientos por Laia, igual se le pasaba por la cabeza ahora que quizás no había sido un sueño. Contemplaba su tobillera hecha con la senyera, recordaba que ya no tenía pasaporte, eran signos claros de que él había estado en Barcelona. Por su parte, Ale volvía a estar seguro de que su amigo se había ausentado de Rosario por cuatro meses, aunque cayó en sus viejas dudas cuando recordó la tarjeta de teléfono sin usar, o la foto en la radio.
Volvió a su casa el Negro, tratando de recordar alguna pista para dilucidar si lo de Gonzalo había sido un sueño o si en verdad había viajado a España. De ser esto último, naturalmente que todo su relato habría sido algo que en realidad pasó. Justo en el momento en que abría la puerta de entrada a su casa, pareció recordar algo: le había prestado dinero de sus ahorros al Gordo para que éste pudiera viajar, ya que de otra manera le hubiera resultado imposible pagar el pasaje al viejo continente. Corrió inmediatamente hacia su habitación y empujó la mesita de luz. Vio tras el mueble y movió un gancho de la pared, que parecía sujetar un panel de ésta. Al hacerlo, la placa cayó y dejó al descubierto un pequeño hueco con una caja metálica dentro. Alejandro tomó la caja y la abrió. Para su sorpresa, no le faltaba nada de todo el dinero que había ahorrado producto de sus propios viajes a España. Esto podía significar, tanto que el de Gonzalo fue un sueño y entonces jamás le prestó la plata, o que fue realidad, que se la prestó, pero que el Gordo se la devolvió apenas llegó. Había sólo una manera de averiguarlo: llamar al Gordo y que él le saque la duda.
Seguía Gonzalo recordando su sueño fantástico, pensando en esa chica que le impedía pegar un ojo.
“Qué lindo sería conocerla un día, llegar a encontrarme un día con una chica así, que me mueva tantos sentimientos –pensaba–. Es que a esta altura del partido, ya ni me importa que no me dé pelota. Lo importante es que exista en mi vida. Creo que es preferible tener un sentimiento de desamor, tener una profunda desazón, que no sentir nada en absoluto. Es preferible sufrir un poco, que no encontrar motivación alguna en la vida.” –deliraba mientras sonó el teléfono…
–Es como dijo Alejandro Dolina: –dijo Gonzalo al levantar el tubo– “…pero este hombre ha nacido en Flores, y no tiene ninguna intención de gambetear al dolor”
–Gordo boludo, naciste en Rosario, no en Flores. –contestó el Negro tras escuchar semejante absurdo de alguien que acaba de atender un teléfono– Che, te llamaba para agradecerte por devolverme toda la guita que te presté…
–¿Qué guita me prestaste? –preguntó Gonzalo sorprendido.
–Cuando vos viajaste, ¿no me pediste plata?
–¡Boludo! ¡Ni viajé ni te pedí plata!
–¡La puta madre, nada cierra! Creo que tenés razón Gonzalo, quizás fue todo un sueño. Bueno, te dejo, venite mañana a casa y la seguimos eh, me tenés que terminar de contar ese día de mierda en el que te robaron.
–Pará, pará… lo de “día de mierda” lo dijiste vos. Ese día, el día que me robaron, fue sin duda alguna el mejor de toda mi onírica estadía en España.

No hay comentarios: