NO SOY PARANOICO, SOY PERSPICAZ

lunes, 9 de febrero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo V

Mientras comían las “milangas” –es decir, las milanesas–, Gonzalo siguió con su relato. Su sueño ya estaba llegando a la parte más importante. A la parte donde llegarían sus problemas en su travesía por España, con inconvenientes que sortearía sin dificultad gracias a la ayuda de gente buena que habita el mundo. Y todos nos cruzamos alguna vez en nuestras vidas con alguien bueno o buena, muy buena.
Y ahora viene lo mejor, y lo más raro. Lo atractivo y lo que me hace pasar la noche en vela. Lo único lindo de este sueño, por lo que lucharía toda una vida, y aún así sería una vida perdida.
Es bien entrado agosto, y estoy agobiado por la cantidad de gente que me tiene de un lado a otro: que si usan una pelota en el agua, que si usan los hinchables descomunales, que si dan vueltas mortales para tirarse al agua; no tengo paz. Me quedo bajo la sombrilla deseando que alguno de los idiotas que corren alrededor de la pileta se tropiece y se caiga, así escarmienta. Así entienden todos que cuando les digo algo es para ellos, no para mí. Ya hasta le estoy metiendo cara de culo cuando siento por el rabillo del ojo una silueta a unos metros. Me doy vuelta a mirar: no te puedo explicar. Una chica hermosa, aparenta poco más de veinte, con pelito largo y castaño, liso arriba, se le va ondulando cuando cae, ya en su espalda. Su figura resplandece, no veo a nadie más en todo el recinto. Me olvido de desear que alguien se caiga y me olvido de fijarme si se está cayendo. Sus hermosas piernas la están llevando hacia la pileta. Se tira. No veo absolutamente a nadie más. La espero. La veo salir. Siento como que mi mandíbula se afloja, y sigo mirándola fijamente. Ya no hay nadie más en la piscina. Si me atrajo su cuerpo, imaginate ahora que está mojado. Su pelo, mojado también. Sigo mirándola y lo nota. Me sonríe apenas y sigue rumbo a su lugar. Su cara es un ángel. “Dios me quiere decir algo y entonces envió uno de sus ángeles” –pienso. Sus ojos son castaños también, una naricita delicada y bajo ella un lunar como firma del Creador. “Este trabajito es mío” –puso Dios ahí. No puedo hablarte de su sonrisa. Para eso nos fueron dados los ojos; porque el lenguaje es vasto, pero hay cosas a las que simplemente no llega. Me doy cuenta que la sigo mirando, me doy cuenta que lo vuelve a notar, me doy cuenta que la estoy asustando. En el trabajo no le hablé a nadie en toda la temporada, no quise mezclar las cosas, no quise perder la atención de la gente que se baña, que es mi responsabilidad. Noté que hace rato que perdí la atención y entonces me digo: “Tengo que hablarle, no puede pasar de largo de mi vida así como así”. Y fui a hablarle.
–¿Le hablaste? –dijo Lucho sorprendido. Acá nunca te hubieras animado. Cuando la chica es tan linda como me contás, la considerás fuera de tu alcance.
–Para serte sincero sí, a esta chica también la vi fuera de mi alcance, pero sentí como nunca en mi vida el impulso que te dije, el de decir que no puede alejarse de vos para siempre sin que te hayas sacado la duda. Y sí, le hablé. –dijo Gonzalo visiblemente emocionado.
–¿Y qué le dijiste? –preguntó Ale.
–No, boludeces, ¿que puedo decir yo? –dijo el Gordo que siempre tiraba una broma en el momento más delicado. “Para cortar la acidez” –decía.
Me acerqué y le pregunté si era nueva, porque no la había visto antes. Estaba visitando a sus padres, que tenían una caravana por algún lugar del camping. Hablamos un rato. Trabajaba en un estudio de televisión. Pero ¿sabés que más me dijo? Que tenía novio…
–¡No! –gritó el Negro. ¡Boludo, ahora sí que te creo, tenés un imán para las inalcanzables, para aquellas historias que no terminan bien! ¿Termina bien ésta?
–Mmmm… bueno, igual fue un sueño, pero… –comenzó Gonzalo.
–¡Pero qué sueño, boludo! –interrumpió el Negro.–Esperá que sigo. Se iba al día siguiente, era de Barcelona, otro punto de inaccesibilidad para con esta chica. Pero seguimos hablando. Era muy simpática. Es cuando finalmente encontrás esa chica que la cara le hace juego con la personalidad. Sonríe por fuera porque es simpática por dentro. Muestra un aplomo al hablar que contrasta con los nervios que estoy sintiendo por estar hablándole quizás a la chica más linda de mi vida. Ella muestra buena onda, pero hasta ahí. Pone paños fríos a la conversación, porque claro, tiene novio. De hecho, nos despedimos, sin siquiera un beso, pero me da su número de celular. Estoy tan aturdido por el momento que me olvido de preguntarle su nombre. Ella, que ya se estaba yendo, vuelve sobre sí. Se acerca a la sombrilla, sólo veo sus piernas. Agacha la cabeza, veo otra vez su hermosa sonrisa y me dice: “Ah, por cierto, mi nombre es Laia”.

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