NO SOY PARANOICO, SOY PERSPICAZ

jueves, 26 de febrero de 2009

¡Tomá mate!

Como argentinos ya de por sí nos gusta ser diferentes y que se nos marque en el mundo como gente única por sus particularidades. Nos gusta decir que somos el famoso crisol de razas, cuando muchos países del globo lo son y más que nosotros; nos vanagloriamos de los reconocimientos que alcanza el tango, aunque ninguno de nosotros –y me incluyo– podría cantar entero ni siquiera alguno de los más famosos, como Uno; y hasta en el afán de ser los mejores, Maradona sí o sí es más grande que Pelé (por otra parte, un hecho indiscutible).
Con el mate pasa algo similar, y nos hemos querido apropiar de algo que, si bien es nuestro, no es sólo nuestro. En Paraguay se toma mate, como también lo hacen los gaúchos en el sur de Brasil. El porcentaje de la población uruguaya que toma mate será sin lugar a dudas mayor que el de argentinos que lo hacen, al punto que el termo parece ser un tumor benigno que tienen los orientales bajo la axila. Se ha llegado a ver gente tomando mate hasta en Chile, Bolivia y Perú. No importa. No estoy escribiendo para cuestionar nada de esto, sino que simplemente quiero informarte un poco más sobre esta infusión que de seguro alguna vez tomaste, y te sirvió para escuchar a tu vieja, a tu viejo, a tu abuela, para matizar horas de estudio, para compartir largas charlas con tus amigos o hasta de excusa para llevar a una chica al parque.
Origen
La palabra mate deriva de mati, término de origen quechua y que significa vaso o recipiente. Nace en la calabaza que, ya seca, se usa justamente para contener líquidos. Originariamente se la llamó Yerba del Paraguay, ya que se encontraba entre las selvas de los territorios actuales de Paraguay, Misiones y Corrientes (provincias argentinas las últimas dos). Pese a que no hay registros acerca de la fecha en que comenzó a beberse el mate, se sabe que existía desde la época precolonial, ya que fueron justamente los españoles los que extendieron su consumo hasta llegar a Perú o incluso Colombia.
Curación del mate
De acuerdo al tipo de mate que tengas, es probable que debas curarlo. Los mates pueden ser de calabaza, de madera, de metal, de vidrio, de plástico y hasta de partes del animal, como el cuerno (guampa) o la pezuña. Estos últimos me parecen de muy mal gusto. Los de material sintético ni califican, y eso nos deja con los que se curan: los de calabaza y madera.
Antes que nada dejo aclarado que hay que terminar con el extremismo de decir que el mate se toma amargo. Hay amargos, dulces, fríos, con naranja, etc., y son todos mates, punto. Básicamente, si vas a tomar mates amargos: lavás bien el interior del mate con agua caliente, lo llenás de yerba (algunos aconsejan yerba ya usada) y lo llenas con agua caliente. Lo dejás reposar toda la noche y al día siguiente quitás esa yerba y, sin lavarlo, repetís la operación. Al tercer día ya estará listo para usarse. Para los mates dulces: lavás el mate con agua caliente, le echás dos cuacharadas de azúcar, lo sacudís para que se impregne en las paredes del mate, y tirás dentro dos bracitas. Cubrís el mate y lo sacudís por dos minutos hasta que las bracitas se apaguen. Luego lo lavás y lo llenás de yerba. La humedecés y lo dejás reposar toda la noche. Al día siguiente, estará listo.
Cebando el mate
Primero se llenan dos tercios del mate con yerba. Se tapa con la mano y se da vuelta, para quitar el polvillo de yerba que pudiera haber. Volvemos lentamente el mate a la posición original, entonces (y al hacerlo lento) la yerba quedará inclinada, dejando un lugar con muy poca yerba, y estando en el otro casi en la boca del mate. Se echa un poco de agua tibia en la parte más vacía y se deja por un minuto a que absorba. En ese mismo lado se introduce la bombilla, tapando la boquilla para que no se tape. Entonces se echa el agua caliente (80ºC aprox. es importante que no hierva el agua) por ese mismo hueco donde se puso la bombilla. Cuando se lave, esto es, cuando el mate ya perdió el gusto y sólo se ve agua con algún palo de yerba nadando en ella, simplemente se corre la bombilla a un sector con yerba sin utilizar.
Cualidades del mate
Dejando mitos de lado, lo que está científicamente probado es su caracter diurético y antioxidante. Reduce el colesterol malo y aumenta el bueno. Además, es un buen antidepresivo y, al contener cafeína, favorece la atención.
¿Qué tul? ¡Tomá mate! Y nunca dés las gracias al que te ceba, que sólo se agradece para indicar que no se quiere tomar más.

lunes, 23 de febrero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo VII

Para los que se pregunten si esta gente no trabaja –porque estos muchachos se encuentran todos los días–, se puede decir que Alejandro sólo trabaja en verano, y que Gonzalo estaba sin trabajo hacía un mes. Razón por la cual –y como Fabrizio sí trabaja– también al día siguiente se encontraron, esta vez fue Ale a lo de Gonzalo, y retomaron el onírico asunto.
–Gordo, estuve pensando. –empezó Ale– Creo que podés tener razón. Quizás fue todo un sueño…
–¡Ah, pero sos un idiota! –bramó Gonzalo– Si yo me estaba empezando a convencer que tal vez fue todo verdad… o por lo menos, algo.
–Creo que somos dos boludos importantes, pero bueno, olvidémonos de lo que acabamos de decir y seguí con la historia. –dijo Ale– Pero eso sí, volvamos a lo de antes, vos creés que fue un sueño y yo que no. Hay veces que la realidad y la ficción están separadas por una línea imperceptible. Y no la estoy yendo de filósofo, sino que hay mucha gente que piensa así. De esa manera termina naciendo el movimiento artístico llamado surrealismo. Lo que hacía Dalí, por ejemplo, es representar en sus obras el subconsciente, despojados de toda razón. Y los cuadros suyos existen. No te olvides que cuando yo fui a España fui y los vi.”
–Sí, yo también lo tengo de algún lado a ese Dalí –contestó Gonzalo con la mirada en el piso, como abstraído de la realidad–. Pero bueno, te sigo contando…
Como te decía ayer, seguí mandándole por el celular mensajes que yo creía ocurrentes, sin obtener respuesta alguna. Finalmente, pese a que era extraño lo que yo estaba haciendo, porque sabés que si una mina no me da bola la dejo de lado y en cambio, con ésta insistí como nunca; finalmente, te decía, me rendí. Me dije “basta, date cuenta, no quiere saber nada, sólo fue simpática aquel día en la pileta y nada más. Si te dijo que tiene novio y todo”, y desistí. Le envié un mensaje despidiéndome y agradeciéndole la buena onda, y prometí no joderla más. Y bueno, sería el final de la historia, pero esa noche, juro que ya sin esperarlo, recibí un mensaje de ella: “Lamento que las cosas no se hayan dado como tú querías. Igualmente, si algún día vienes a Barcelona, no dudes en avisarme. El destino es incierto. Laia.”
–¡No te puedo creer, Gordo! –dijo Ale y saltó de su silla.
Es difícil explicar cómo me sentí cuando leí ese mensajito. Sentí mi sangre correr por todo el cuerpo, sentí eso que te definen como “mariposas en el estómago” sólo porque evidentemente nadie encontró manera de definir ésa, que es una de las mejores sensaciones que ofrece la vida, y alguno que la iba de poeta creyó que diciendo boludeces acerca de las mariposas y los intestinos, podía llegar a acercarse a esa sensación. O no sé, tal vez sólo di un par de vueltas en la cama y seguí durmiendo. En los días que siguieron trabajé sin ganas, no viendo la hora de que terminara la temporada en el camping Vall Bravo y yo pueda comenzar mis vacaciones. Entonces arrancaría sin dudas por Barcelona, que además de ser la ciudad importante que más cerca tenía, era por otra parte la única que me interesaba en ese momento. Eso sí; me interesaba por primera vez sin pensar mucho en el Camp Nou y Ronaldinho, o en La Rambla y la Sagrada Familia.
Bien interesante estaba lo que Gonzalo relataba cuando Ale miraba la habitación y fijó su vista en un cuadro colgado en la pared. En la foto; Gonzalo, Ale y el Fabri –el grupo que estaba unido desde tiempos de secundaria, mejores amigos entre sí– estaban en el estudio de radio, conduciendo su programa, “Es lo que Hay”, donde obviamente, decían disparates a más no poder. “Un momento. –pensó Ale– Si el Gordo está en esa foto entonces no viajó, si el programa hace ya un año que lo hacemos… salvo que la foto sea vieja.” El Turco se dio cuenta que estaba mirando a Gonzalo con cara de “qué pillo soy, ahora todo encaja”, cuando notó que el Gordo llevaba el mismo semblante. El pensamiento de Gonzalo de hacía diez segundos se había disparado cuando, mirando para abajo, percibió que en su tobillo llevaba una cinta de color rojo y amarillo a rayas. “Si no viajé, ¿por qué tengo puesta la senyera en el tobillo? Y peor aún, si no viajé ¿cómo carajo sé qué es la senyera?”. Nadie sabía ya a esta altura quién tenía razón y quién no; ambos fueron cayendo víctimas del surrealismo imperante desde el comienzo.
El resto de mi laburo en el Vall Bravo transcurre igual, monótono y rutinario hasta el fin de los días. Abro la piscina, me siento bajo la sombrilla, casi no le presto atención a nadie más que mis pensamientos sobre Laia, se hacen las ocho y cierro. Ahí, me baño, como algo en la cocina y me voy a dormir. Finalmente, promediando septiembre el destino me mandó un centro: me llamó mi jefe y me dijo que tenía que tomarme dos días libres porque necesitaba darle mis horas de trabajo a alguien que no llegaba al básico. Igual yo quería seguir trabajando, pero me vendría genial para tratar de visitar a Laia. Le mandé un mensaje diciéndole esto y acto seguido, recibí su llamado. Al volver a oír su voz sentí como que estaba flotando. ¡Si hasta me ofreció dormir en su casa!, lo que hizo que yo estuviera al borde del delirio. No obstante, me bajó de un gomerazo repitiéndome que tenía novio y qué sé yo… ya no la escuchaba, sólo repercutía en mi mente aquella frase en el mensaje que me envió: “El destino es incierto”. Así que yo lo iba a intentar una vez más. Estaba con fuerzas renovadas para volver a intentarlo. Ya había olvidado todas las veces que me había ignorado, había olvidado que si era tan linda yo nunca me hubiera animado a hablarle, y acababa de olvidar que me repetía que estaba comprometida, que su corazón tenía dueño. ¡Y yo no quería una chica de una noche! ¡Yo justamente me quería ganar su corazón! Aunque fuera un rinconcito nomás…

lunes, 16 de febrero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo VI

Gonzalo sigue pensando que ha tenido su sueño más surrealista. Ale sigue pensando que su amigo ha vivido casualidades inverosímiles. Para Gonzalo no puede haber sido real, hay muchas cosas que no recuerda ya, especialmente los nombres de mucha de la gente que conoció. Para Ale, si no es verdad perdió el juicio, porque juraría que hace cinco meses despidió a su amigo que se iba a España, y juraría que hace treinta días lo recibió a la vuelta.
Desde ese mismo momento en que entró en mi vida, ya no fui el mismo. Dejé de ordenar la recorrida que iba a hacer por España en base a los lugares que realmente quería ver, para cambiarlo por estar mucho tiempo en Barcelona, para volver a ver a Laia. Desde que me dejaron en el camping no conocí todavía ninguna ciudad, pienso hacerlo cuando termine, en el tiempo libre que tendré hasta volver a Argentina. Ahora me imagino en Barcelona. Es que pese a que siempre me recordó que tenía novio, también me dijo que si algún día iba a su ciudad no deje de llamarla y nos veíamos. Su mensaje es ambiguo, y creo que lo hace a propósito. Creo que sabe que no puede, y que no quiere nada conmigo, pero es muy tentadora la sensación de tener a alguien interesado en vos.
¿Justo Laia se viene a llamar? Nunca en mi vida conocí una chica con ese nombre, y en este sueño ya es la tercera. Los sueños son muy locos, pero ¿qué significa la superpoblación repentina de Laias en mi vida? La única conclusión que puedo sacar es que las primeras fueron borradores, fue una manera de que se me grabe el nombre, y que la siguiente será la que cuenta, la definitiva, la que hará que todo valga la pena. Siempre que uno se va de viaje, tenés una relación que te revoluciona todo, y que te hace recordar con nostalgia su ciudad, sus costumbres, su casa, sus olores, su risa. Si estás de viaje por París, indudablemente que te va a resultar hermosa –aunque nunca fui–, pero hasta que no conozcas a la parisina que te volará la cabeza, París sólo será otra ciudad en el mapa, con torre Eiffel, Louvre y toda la bocha, pero una ciudad más. Bueno, mi París será Barcelona gracias a Laia. Lo intuí desde el mismo instante en que la vi…
–Ah, ¿sabés qué? En el sueño aparece Ñubel. Yo me levantaba a las 2 de la mañana para ver un partido de Newell’s que televisaban y se veía allá. Claro, es que la diferencia horaria…
–¡Pero qué me importa Newell’s! –cortó Ale, un poco porque simpatiza con el rival de toda la vida de Newell’s y otro poco porque, convengamos, no era el momento– Seguí, ¿que pasó con la mina?
–Desde ese día no pasó más nada. Ella se volvió a Barcelona y yo seguía laburando, sólo que lo hacía terriblemente abrumado por su imagen, que me seguía a donde sea que yo fuera. Además, convengamos, es un viaje en solitario, y te dije que en mi pieza estaba solo, la verdad es que tenía mucho tiempo para pensar.
–¿Todavía pensás que fue un sueño? –inquirió el Negro
–Tiene que haber sido un sueño, no queda otra –contestó Gonzalo con la cabeza gacha, la mirada perdida–. Es todo muy surrealista, mirá si sería surrealista que el día que nos conocimos, se escuchaba por el parlante del bar que la radio estaba pasando “Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo”. ¿La ubicás? Esa canción de Vicentino que grabó en solitario cuando se pensó que tenía que dejar a los Cadillacs. Los sueños son así, además, la historia no podría terminar como termina, ¿qué sentido tendría?
–La cuestión es que seguí mi vida normal en el camping. Obviamente extrañaba montones a la familia, y también a ustedes. Pensaba en mamá, en papá, en mis hermanos, Gabriel y Valeria. Soñaba que llamaba a casa y hablaba con Gabriel.
–Pero si estás peleado con Gabriel… –recordó el Negro.
–Sí, no sé, es como que el estar tan lejos nos volvía a unir. Nos habíamos peleado hacía cerca de diez años por una boludez, por ser dos boludos calentones, y desde entonces estábamos distanciados. Bueno, la distancia nos unía. Después los veía a ustedes, soñaba que te llamaba, que lo llamaba al Fabri, a Tenazas, al Mudo, a todos. Soñaba que me llamaban ustedes a mí.
–¡Te llamamos, boludo! ¡Nos salió 10 pesos la tarjeta para llamarte! –le dijo el Negro.
Uno de los dos estaba totalmente abstraído de la realidad. Si Alejandro está seguro de haber comprado esa tarjeta y de haber hecho la llamada, Gonzalo había viajado. El Gordo, no obstante, seguía pensando que todo había sido un sueño, un sueño muy surrealista.
–¿Por qué decís que fue un sueño? –repreguntó el Negro.
–No sé, fue una vivencia única. Fue totalmente diferente a mi vida. Allá yo importaba, era alguien. Yo le hablaba a la gente y me escuchaban, ¿me entendés? Escucharme era interesante, me prestaban atención.
Laia desapareció por completo. Yo tenía su número y le mandaba prácticamente un mensaje por día. Le mandaba elogios, e imaginaba que se emocionaba. Le mandaba algún comentario chistoso, e imaginaba que sonreía. Le mandaba todo tipo de mensajes e imaginaba sus reacciones. Pero sus reacciones deberían ser de borrarlos, porque nunca recibía una respuesta. Todas mis palabras caían en un pozo sin fondo. Así pasaron como diez días; yo enviando cosas, yo queriendo agradar a alguien, y esa alguien no diciéndome nada, ni una palabra. Supongo que sabría que cualquier palabra me daría esperanzas de algo, y querría extinguirlas. Quizás me hacía un favor. El favor que yo no le hice a la segunda Laia. Tendría que haberla ignorado. No lo hice, y aquella Laia entraba en la piel de ésta para, sin decirme nada, decírmelo todo. Claro como el agua, pero yo insistí e insistí. Como nunca en mi vida. Si yo a la primera que me dicen que no, me voy a la mierda. ¿Qué hago insistiendo con esta chica con la que sólo cambié dos palabras? ¿Me entendés? Es un sueño, yo no habría actuado así, al primer mensaje sin responder no lo hubiera intentado más…
Gonzalo ensayaba este monólogo cuando se abrió la puerta y llegó Verónica, que había vuelto de la casa de sus padres. Eran las cinco de la tarde y el Gordo consideró que era tiempo de volver a casa. “Mañana la seguimos, vamos Lucho” –dijo, y, tras salir los dos, cada uno enfiló para su departamento.
Alejandro se quedó pensando en las palabras de su amigo. “Pero al final, ¿este boludo fue o no fue a España?” –se preguntó a sí mismo. Después repitió la pregunta, pero en voz alta; le habló a Verónica. “No sé, Gordo. Para mí fue, pero sólo porque vos hace unos meses me dijiste que se fue, qué sé yo si en realidad fue o dejó de ir. Más vale que no hayas usado que tu amigo se iba a España como excusa para organizar otra salida rara aquel día eh” –le contestó su compañera. Mientras la chica contestaba eso, Alejandro abría su billetera y encontraba una tarjeta telefónica, para hacer llamadas al exterior, válida por diez pesos y sin sacar del envoltorio. “¿Entonces no lo llamamos?” –se preguntó.
Por su parte, Gonzalo ya estaba llegando a su casa y le seguían repercutiendo las palabras de su amigo, diciéndole que nada de esto fue un sueño, que tienen que haber sido todas vivencias reales de él en España, porque definitivamente, él viajó a España. Empezó a dudar. “Quizás sí fui a España, no sé. Eso sí, lo de Laia sí tendrá que haber sido un sueño, porque fue muy gratificante, pero fue efímero.” –se decía a sí mismo y siguió– “Los sueños son efímeros, no duran más que un día. Además, en ese breve lapso en el que estuve con ella, fui feliz. ¿Cómo podría serlo en apenas un día?”. No obstante, podríamos aclararle a Gonzalo en este momento, que dijo una vez una gran persona, que a su vez citaba a algún filósofo, que el ser humano no consigue la felicidad absoluta. En realidad se trata de buscar la felicidad, y aprovecharla, porque no durará mucho. Son los pequeños momentos en los que sos feliz los que cuentan, y te hacen ver la vida con buenos ojos.
El ladrido de un perro disipó los pensamientos en los que el Gordo venía absorto. Era Lola, su perra, que lo saludaba al verlo entrar. Desde hacía unos días, Lola lo saludaba muy efusivamente al llegar. A decir verdad siempre se mostraba alborotada cuando llegaba alguien de la familia, pero cuando llegaba él, es como si lo hubiera extrañado, como si no lo hubiera visto en mucho tiempo.Cuando se hizo la noche, Gonzalo se fue a dormir pensando todavía en todo lo que había hablado con Ale, y fue natural entonces lo que terminó sucediendo. Sí, soñó con Laia. Otra vez, si él tenía razón, o por vez primera si el que estaba en lo cierto era su amigo. Lo concreto es que soñó con ella. Para ser sinceros, tiene que haber sido ella, pero no veía la cara con nitidez. Sólo divisaba su hermoso pelo cayendo sobre sus hombros, y un rostro iluminado, con un lunar sobre la boca. Igual, seguiremos hablando del sueño histórico, del que lo tiene a maltraer, porque éste fue poco más que un sueño erótico.

lunes, 9 de febrero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo V

Mientras comían las “milangas” –es decir, las milanesas–, Gonzalo siguió con su relato. Su sueño ya estaba llegando a la parte más importante. A la parte donde llegarían sus problemas en su travesía por España, con inconvenientes que sortearía sin dificultad gracias a la ayuda de gente buena que habita el mundo. Y todos nos cruzamos alguna vez en nuestras vidas con alguien bueno o buena, muy buena.
Y ahora viene lo mejor, y lo más raro. Lo atractivo y lo que me hace pasar la noche en vela. Lo único lindo de este sueño, por lo que lucharía toda una vida, y aún así sería una vida perdida.
Es bien entrado agosto, y estoy agobiado por la cantidad de gente que me tiene de un lado a otro: que si usan una pelota en el agua, que si usan los hinchables descomunales, que si dan vueltas mortales para tirarse al agua; no tengo paz. Me quedo bajo la sombrilla deseando que alguno de los idiotas que corren alrededor de la pileta se tropiece y se caiga, así escarmienta. Así entienden todos que cuando les digo algo es para ellos, no para mí. Ya hasta le estoy metiendo cara de culo cuando siento por el rabillo del ojo una silueta a unos metros. Me doy vuelta a mirar: no te puedo explicar. Una chica hermosa, aparenta poco más de veinte, con pelito largo y castaño, liso arriba, se le va ondulando cuando cae, ya en su espalda. Su figura resplandece, no veo a nadie más en todo el recinto. Me olvido de desear que alguien se caiga y me olvido de fijarme si se está cayendo. Sus hermosas piernas la están llevando hacia la pileta. Se tira. No veo absolutamente a nadie más. La espero. La veo salir. Siento como que mi mandíbula se afloja, y sigo mirándola fijamente. Ya no hay nadie más en la piscina. Si me atrajo su cuerpo, imaginate ahora que está mojado. Su pelo, mojado también. Sigo mirándola y lo nota. Me sonríe apenas y sigue rumbo a su lugar. Su cara es un ángel. “Dios me quiere decir algo y entonces envió uno de sus ángeles” –pienso. Sus ojos son castaños también, una naricita delicada y bajo ella un lunar como firma del Creador. “Este trabajito es mío” –puso Dios ahí. No puedo hablarte de su sonrisa. Para eso nos fueron dados los ojos; porque el lenguaje es vasto, pero hay cosas a las que simplemente no llega. Me doy cuenta que la sigo mirando, me doy cuenta que lo vuelve a notar, me doy cuenta que la estoy asustando. En el trabajo no le hablé a nadie en toda la temporada, no quise mezclar las cosas, no quise perder la atención de la gente que se baña, que es mi responsabilidad. Noté que hace rato que perdí la atención y entonces me digo: “Tengo que hablarle, no puede pasar de largo de mi vida así como así”. Y fui a hablarle.
–¿Le hablaste? –dijo Lucho sorprendido. Acá nunca te hubieras animado. Cuando la chica es tan linda como me contás, la considerás fuera de tu alcance.
–Para serte sincero sí, a esta chica también la vi fuera de mi alcance, pero sentí como nunca en mi vida el impulso que te dije, el de decir que no puede alejarse de vos para siempre sin que te hayas sacado la duda. Y sí, le hablé. –dijo Gonzalo visiblemente emocionado.
–¿Y qué le dijiste? –preguntó Ale.
–No, boludeces, ¿que puedo decir yo? –dijo el Gordo que siempre tiraba una broma en el momento más delicado. “Para cortar la acidez” –decía.
Me acerqué y le pregunté si era nueva, porque no la había visto antes. Estaba visitando a sus padres, que tenían una caravana por algún lugar del camping. Hablamos un rato. Trabajaba en un estudio de televisión. Pero ¿sabés que más me dijo? Que tenía novio…
–¡No! –gritó el Negro. ¡Boludo, ahora sí que te creo, tenés un imán para las inalcanzables, para aquellas historias que no terminan bien! ¿Termina bien ésta?
–Mmmm… bueno, igual fue un sueño, pero… –comenzó Gonzalo.
–¡Pero qué sueño, boludo! –interrumpió el Negro.–Esperá que sigo. Se iba al día siguiente, era de Barcelona, otro punto de inaccesibilidad para con esta chica. Pero seguimos hablando. Era muy simpática. Es cuando finalmente encontrás esa chica que la cara le hace juego con la personalidad. Sonríe por fuera porque es simpática por dentro. Muestra un aplomo al hablar que contrasta con los nervios que estoy sintiendo por estar hablándole quizás a la chica más linda de mi vida. Ella muestra buena onda, pero hasta ahí. Pone paños fríos a la conversación, porque claro, tiene novio. De hecho, nos despedimos, sin siquiera un beso, pero me da su número de celular. Estoy tan aturdido por el momento que me olvido de preguntarle su nombre. Ella, que ya se estaba yendo, vuelve sobre sí. Se acerca a la sombrilla, sólo veo sus piernas. Agacha la cabeza, veo otra vez su hermosa sonrisa y me dice: “Ah, por cierto, mi nombre es Laia”.

lunes, 2 de febrero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo IV

El Fabri llegó cerca de la una y media. Fabrizio –o Lucho, como lo llamaban– había sido compañero de secundaria del Negro y el Gordo. Siempre a bordo de un Fiat Uno negro en el que apenas entraba debido a su metro noventa y ocho de altura. Le gustaba subirse a cualquier fiesta y terminaba siendo el centro de atención de la misma. El apodo de Lucho provenía de un malentendido. El tipo siempre pensaba en positivo y le gritaba a quien lo escuchara, sobre todo al negativo Gonzalo que la vida había que pelearla. “Yo soy un peleador, yo lucho” –decía. Algún lerdo escuchó ese “yo lucho” y pensó que se estaba presentando. Y ahí le quedó. Pero volvamos a lo nuestro…
–¡Vos sos un pelotudo! –le gritó el Negro a Gonzalo– ¡La dejaste ir!
–Sí, la dejé ir. No fue nada más que un buen rato, no era la historia que ese sueño necesitaba.
–¡Pero qué sueño, salame! –vociferó cada vez más enojado.
–Esperá que te presente a la protagonista vos tampoco vas a dormir, pero todavía falta.
–Che, no tengo ni idea de lo que están hablando. –dijo Fabrizio.
–Acompañame a la cocina y te explico. –espetó el Negro enojado por lo que escuchaba.
Alejandro se levantó y fue con el Fabri rumbo a la cocina. Puso a calentar aceite y sacó de la heladera una bolsa con ocho milanesas. Mientras el Negro terminaba de explicar el curioso problema de Gonzalo, éste se les acercó para continuar contándoles, para continuar descargando sus penas.
Lo de esa chica fue más o menos a mediados de julio. A fin de mes, el destino golpeó mis puertas para jugarme otra broma. Una chica de Barcelona, que era monitora del camping, se me acerca, empieza a simpatizar conmigo y termina viniendo a cada rato para charlar un poco más. Su nombre: Laia.
–¿Y entonces? –preguntó el Negro sin entender.
–¡Laia boludo, como la anterior!
–Ah, claro, seguro. –dijo Ale que notó que no había escuchado ni la mitad de lo que Gonzalo le decía.
–Esta chica era alta para mi gusto, sabés que me gusta que sean petisas, las encuentro más agraciadas. Además era medio hippie y no sé, no me atrajo –explicó el Gordo.
–Sí, a mi también me gustan petisas. –opinó el Negro– Y con anteojos que le den un aire intelectual, como de secretaria, y...
La cuestión –intervino Gonzalo mirando fijo a su amigo, recordándole con la mirada que estaban hablando de su historia, y no de los gustos de aquél en mujeres– es que me tiró onda desde ese momento, y un sábado, que era la despedida de año para unos compañeros suyos, fuimos a comer unas pizzas al centro de Platja. Copa va, copa viene, empecé a perder el control de mis decisiones y tomé la que menos hubiera querido: le di un beso. No quería hacerlo porque yo no me sentía atraído a ella y sabía que ella quería algo. Es decir, no quería darle falsas expectativas, pero lamentablemente se las di. Conclusión, hasta el día de hoy tuve que mentirle para no decirle que no me gusta. Sabés que soy totalmente incapaz de decirle a una chica que no la encuentro atractiva para mí.
–Sí, tu problema es claro; sos un cagón, no te animás a decirle eso en la cara a nadie. Ya sé que es porque no te gusta cuando escuchás que te lo dicen a vos, pero aquel dicho de “no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a vos” tiene un límite. –aclaró Fabrizio.
–Tenés razón, pero no me sale, no puedo. Es más fuerte que yo.
–Bueno no importa, siéntense a la mesa que ya están las milangas. –tranquilizó el Turco– Vamos a comer.