Gonzalo sigue pensando que ha tenido su sueño más surrealista. Ale sigue pensando que su amigo ha vivido casualidades inverosímiles. Para Gonzalo no puede haber sido real, hay muchas cosas que no recuerda ya, especialmente los nombres de mucha de la gente que conoció. Para Ale, si no es verdad perdió el juicio, porque juraría que hace cinco meses despidió a su amigo que se iba a España, y juraría que hace treinta días lo recibió a la vuelta.
Desde ese mismo momento en que entró en mi vida, ya no fui el mismo. Dejé de ordenar la recorrida que iba a hacer por España en base a los lugares que realmente quería ver, para cambiarlo por estar mucho tiempo en Barcelona, para volver a ver a Laia. Desde que me dejaron en el camping no conocí todavía ninguna ciudad, pienso hacerlo cuando termine, en el tiempo libre que tendré hasta volver a Argentina. Ahora me imagino en Barcelona. Es que pese a que siempre me recordó que tenía novio, también me dijo que si algún día iba a su ciudad no deje de llamarla y nos veíamos. Su mensaje es ambiguo, y creo que lo hace a propósito. Creo que sabe que no puede, y que no quiere nada conmigo, pero es muy tentadora la sensación de tener a alguien interesado en vos.
¿Justo Laia se viene a llamar? Nunca en mi vida conocí una chica con ese nombre, y en este sueño ya es la tercera. Los sueños son muy locos, pero ¿qué significa la superpoblación repentina de Laias en mi vida? La única conclusión que puedo sacar es que las primeras fueron borradores, fue una manera de que se me grabe el nombre, y que la siguiente será la que cuenta, la definitiva, la que hará que todo valga la pena. Siempre que uno se va de viaje, tenés una relación que te revoluciona todo, y que te hace recordar con nostalgia su ciudad, sus costumbres, su casa, sus olores, su risa. Si estás de viaje por París, indudablemente que te va a resultar hermosa –aunque nunca fui–, pero hasta que no conozcas a la parisina que te volará la cabeza, París sólo será otra ciudad en el mapa, con torre Eiffel, Louvre y toda la bocha, pero una ciudad más. Bueno, mi París será Barcelona gracias a Laia. Lo intuí desde el mismo instante en que la vi…
–Ah, ¿sabés qué? En el sueño aparece Ñubel. Yo me levantaba a las 2 de la mañana para ver un partido de Newell’s que televisaban y se veía allá. Claro, es que la diferencia horaria…
–¡Pero qué me importa Newell’s! –cortó Ale, un poco porque simpatiza con el rival de toda la vida de Newell’s y otro poco porque, convengamos, no era el momento– Seguí, ¿que pasó con la mina?
–Desde ese día no pasó más nada. Ella se volvió a Barcelona y yo seguía laburando, sólo que lo hacía terriblemente abrumado por su imagen, que me seguía a donde sea que yo fuera. Además, convengamos, es un viaje en solitario, y te dije que en mi pieza estaba solo, la verdad es que tenía mucho tiempo para pensar.
–¿Todavía pensás que fue un sueño? –inquirió el Negro
–Tiene que haber sido un sueño, no queda otra –contestó Gonzalo con la cabeza gacha, la mirada perdida–. Es todo muy surrealista, mirá si sería surrealista que el día que nos conocimos, se escuchaba por el parlante del bar que la radio estaba pasando “Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo”. ¿La ubicás? Esa canción de Vicentino que grabó en solitario cuando se pensó que tenía que dejar a los Cadillacs. Los sueños son así, además, la historia no podría terminar como termina, ¿qué sentido tendría?
–La cuestión es que seguí mi vida normal en el camping. Obviamente extrañaba montones a la familia, y también a ustedes. Pensaba en mamá, en papá, en mis hermanos, Gabriel y Valeria. Soñaba que llamaba a casa y hablaba con Gabriel.
–Pero si estás peleado con Gabriel… –recordó el Negro.
–Sí, no sé, es como que el estar tan lejos nos volvía a unir. Nos habíamos peleado hacía cerca de diez años por una boludez, por ser dos boludos calentones, y desde entonces estábamos distanciados. Bueno, la distancia nos unía. Después los veía a ustedes, soñaba que te llamaba, que lo llamaba al Fabri, a Tenazas, al Mudo, a todos. Soñaba que me llamaban ustedes a mí.
–¡Te llamamos, boludo! ¡Nos salió 10 pesos la tarjeta para llamarte! –le dijo el Negro.
Uno de los dos estaba totalmente abstraído de la realidad. Si Alejandro está seguro de haber comprado esa tarjeta y de haber hecho la llamada, Gonzalo había viajado. El Gordo, no obstante, seguía pensando que todo había sido un sueño, un sueño muy surrealista.
–¿Por qué decís que fue un sueño? –repreguntó el Negro.
–No sé, fue una vivencia única. Fue totalmente diferente a mi vida. Allá yo importaba, era alguien. Yo le hablaba a la gente y me escuchaban, ¿me entendés? Escucharme era interesante, me prestaban atención.
Laia desapareció por completo. Yo tenía su número y le mandaba prácticamente un mensaje por día. Le mandaba elogios, e imaginaba que se emocionaba. Le mandaba algún comentario chistoso, e imaginaba que sonreía. Le mandaba todo tipo de mensajes e imaginaba sus reacciones. Pero sus reacciones deberían ser de borrarlos, porque nunca recibía una respuesta. Todas mis palabras caían en un pozo sin fondo. Así pasaron como diez días; yo enviando cosas, yo queriendo agradar a alguien, y esa alguien no diciéndome nada, ni una palabra. Supongo que sabría que cualquier palabra me daría esperanzas de algo, y querría extinguirlas. Quizás me hacía un favor. El favor que yo no le hice a la segunda Laia. Tendría que haberla ignorado. No lo hice, y aquella Laia entraba en la piel de ésta para, sin decirme nada, decírmelo todo. Claro como el agua, pero yo insistí e insistí. Como nunca en mi vida. Si yo a la primera que me dicen que no, me voy a la mierda. ¿Qué hago insistiendo con esta chica con la que sólo cambié dos palabras? ¿Me entendés? Es un sueño, yo no habría actuado así, al primer mensaje sin responder no lo hubiera intentado más…
Gonzalo ensayaba este monólogo cuando se abrió la puerta y llegó Verónica, que había vuelto de la casa de sus padres. Eran las cinco de la tarde y el Gordo consideró que era tiempo de volver a casa. “Mañana la seguimos, vamos Lucho” –dijo, y, tras salir los dos, cada uno enfiló para su departamento.
Alejandro se quedó pensando en las palabras de su amigo. “Pero al final, ¿este boludo fue o no fue a España?” –se preguntó a sí mismo. Después repitió la pregunta, pero en voz alta; le habló a Verónica. “No sé, Gordo. Para mí fue, pero sólo porque vos hace unos meses me dijiste que se fue, qué sé yo si en realidad fue o dejó de ir. Más vale que no hayas usado que tu amigo se iba a España como excusa para organizar otra salida rara aquel día eh” –le contestó su compañera. Mientras la chica contestaba eso, Alejandro abría su billetera y encontraba una tarjeta telefónica, para hacer llamadas al exterior, válida por diez pesos y sin sacar del envoltorio. “¿Entonces no lo llamamos?” –se preguntó.
Por su parte, Gonzalo ya estaba llegando a su casa y le seguían repercutiendo las palabras de su amigo, diciéndole que nada de esto fue un sueño, que tienen que haber sido todas vivencias reales de él en España, porque definitivamente, él viajó a España. Empezó a dudar. “Quizás sí fui a España, no sé. Eso sí, lo de Laia sí tendrá que haber sido un sueño, porque fue muy gratificante, pero fue efímero.” –se decía a sí mismo y siguió– “Los sueños son efímeros, no duran más que un día. Además, en ese breve lapso en el que estuve con ella, fui feliz. ¿Cómo podría serlo en apenas un día?”. No obstante, podríamos aclararle a Gonzalo en este momento, que dijo una vez una gran persona, que a su vez citaba a algún filósofo, que el ser humano no consigue la felicidad absoluta. En realidad se trata de buscar la felicidad, y aprovecharla, porque no durará mucho. Son los pequeños momentos en los que sos feliz los que cuentan, y te hacen ver la vida con buenos ojos.
El ladrido de un perro disipó los pensamientos en los que el Gordo venía absorto. Era Lola, su perra, que lo saludaba al verlo entrar. Desde hacía unos días, Lola lo saludaba muy efusivamente al llegar. A decir verdad siempre se mostraba alborotada cuando llegaba alguien de la familia, pero cuando llegaba él, es como si lo hubiera extrañado, como si no lo hubiera visto en mucho tiempo.Cuando se hizo la noche, Gonzalo se fue a dormir pensando todavía en todo lo que había hablado con Ale, y fue natural entonces lo que terminó sucediendo. Sí, soñó con Laia. Otra vez, si él tenía razón, o por vez primera si el que estaba en lo cierto era su amigo. Lo concreto es que soñó con ella. Para ser sinceros, tiene que haber sido ella, pero no veía la cara con nitidez. Sólo divisaba su hermoso pelo cayendo sobre sus hombros, y un rostro iluminado, con un lunar sobre la boca. Igual, seguiremos hablando del sueño histórico, del que lo tiene a maltraer, porque éste fue poco más que un sueño erótico.