Eran las dos menos cinco de la mañana en la ciudad de Rosario. Noviembre había comenzado hacía rato, y los calorcitos de la primavera estaban dejando su lugar a los duros estíos que castigan esta ciudad. Sí, esta ciudad se las ingenia para tener calor a la mañana, la tarde y la noche, debido a su horrorosa humedad. No había un alma en la calle, sólo Gonzalo Rodríguez despertaba algún linyera con el sonido de sus pasos. Gonzalo se dirigía a lo del Negro, su amigo de toda la vida, para charlar acerca de todo y de nada; como venían haciendo desde que hay registro de ellos, convencidos de que cambiarían el mundo con cada una de sus conversaciones. Sus diálogos abarcaban los más diversos temas; iban desde el fútbol hasta la meta final de la humanidad, terminando casi siempre hablando de mujeres, que es el tema favorito de todo hombre.
Gonzalo tiene veintiocho años, es un tipo de mediana estatura, con abundante pelo oscuro y crespo –que toma la forma de un desprolijo nido de caranchos–, y unas cuantas canas que contrastan con su rostro juvenil. Es de contextura mediana, no llama la atención ni se esfuerza por hacerlo. Tiene dos títulos en su haber: Periodista Deportivo, producto de su fanatismo por el fútbol y el deporte en general, llevado al extremo de la irracionalidad cuando se trata de hablar de Newell’s Old Boys. Newell’s, de colores rojo y negro por mitades, es el equipo más popular de Rosario, un club que ha contado con jugadores como Batistuta, Balbo, Pochettino, Sensini, Maxi Rodríguez, Leo Messi, por nombrar sólo unos pocos, y donde también ha despuntado el vicio alguna vez el más grande jugador de todos los tiempos: Diego Armando Maradona. La Lepra, Ñubel, el Glorioso Ñulsolboys, cada vez que Gonzalo dice alguna de estas frases, sus ojos se iluminan, y eso fue entonces lo que lo inclinó por el periodismo. Su otro título es de Guardavidas. Hizo el curso a la par con el de periodista en 2004, se recibió sin contratiempos y espera alguna ocasión para demostrarse a sí mismo si es capaz de ejercer esta profesión o no.
Gonzalo llegó a la casa de su amigo, a lo del Negro. Alejandro Abdula –el Negro– tenía la misma edad que Gonzalo, era algo más petiso aunque más robusto. Su piel morena reflejaba que lo de Abdula no era sólo el apellido: el tipo era un árabe en todos sus rasgos. Le quedó Negro, pero le podría haber quedado Turco (como le dicen en Argentina a todos los árabes) o Gordo. Bueno, también le decían Gordo, pero este apodo lo compartía con Gonzalo. El resto de la banda de amigos siempre se refería indistintamente a Ale o Gonzalo con el mote de Gordo, pese a que ninguno de los dos era exageradamente gordo. También compartía la profesión de Gonzalo, era guardavidas, pero ya había ejercido, y hasta había viajado un par de veces a España donde, dicen, el guardavidas argentino es muy valorado, tanto por sus aptitudes, como por ser mano de obra barata.
Gonzalo se quedó como cinco minutos frente a la puerta. Su rostro era como de abatimiento. Nunca fue un entusiasta de la vida, siempre fue de esos que ven el vaso medio vacío (“Totalmente vacío.” –decía él– “¡Ese vaso no tiene ni una puta gota de agua! Es más, creo que está rajado.”). No obstante eso, ese 10 de noviembre de 2006 lo encontraba diferente. Estaba destruido mentalmente, y eso que pese a todo lo que dijimos de su pesimista personalidad, también era un tipo obstinado y temperamental, de esos que agachan la cabeza y le dan para adelante. Pero estaba derrumbado; parecía no haber pegado un ojo por una semana. Finalmente se decidió y tocó timbre. El Gordo, el Negro, el Turco, o Ale, su mejor amigo, le abrió la puerta de su casa. Su único atuendo era una remera blanca demasiado gastada como para ver su diseño y unos calzoncillos boxers verdes, con algún dibujo indescifrable.
–¿Qué te pasa Gordo? –preguntó Ale con cara de pocos amigos.
–Me tenés que ayudar Negro, hace un mes que no puedo dormir.
–¿Bueno pero qué te pasa? –insistió Alejandro.
–Hace un mes que vengo teniendo el mismo sueño…
–¿Qué sueño? ¡Entonces sí podés dormir boludo! –bromeó Ale para cortar la tensión al ver el rostro de su amigo.
–Sí, bueno, vos me entendés lo que quiero decir, pero dejame que te cuente. ¿Puedo pasar? –preguntó Gonzalo cada vez más serio.
Ale se corrió de la puerta y dio paso a su amigo, que entró al departamento. El Negro vivía en ese piso con Verónica –su novia– hacía casi un año. “Estamos probando” –decía el Negro– “y si andamos bien, nos casamos”. El departamento era chico, no era fácil independizarse en un país con una política y una economía tan inestables como un bidón de nitroglicerina. No obstante, había espacio suficiente en el comedor para ubicar un buen sofá y su correspondiente TV, que servía en otras ocasiones para juntarse a ver algún partido. Esta madrugada el televisor permanecería apagado, y Gonzalo vio en el sofá la chance para relajarse, como si estuviera acostado en el diván de un psicólogo. Él odiaba los psicólogos, porque encontraba absurdo contarle a un completo desconocido todos sus problemas y temores. Decía que ese trabajo era absoluta responsabilidad de los amigos (Ad honorem, claro). “Los amigos estamos para prestar el hombro” –decía. Bueno, hoy –y los días por venir– Ale iba a tener que prestarle el suyo.
El Negro se sentó en una silla del comedor frente al sofá, y mientras le entraba a un trozo de torta que encontró en la heladera, que le serviría para terminar de despabilarse –es un tipo de mucho comer–, le dijo: “Bueno Gordo, te escucho, contame”.
Gonzalo tiene veintiocho años, es un tipo de mediana estatura, con abundante pelo oscuro y crespo –que toma la forma de un desprolijo nido de caranchos–, y unas cuantas canas que contrastan con su rostro juvenil. Es de contextura mediana, no llama la atención ni se esfuerza por hacerlo. Tiene dos títulos en su haber: Periodista Deportivo, producto de su fanatismo por el fútbol y el deporte en general, llevado al extremo de la irracionalidad cuando se trata de hablar de Newell’s Old Boys. Newell’s, de colores rojo y negro por mitades, es el equipo más popular de Rosario, un club que ha contado con jugadores como Batistuta, Balbo, Pochettino, Sensini, Maxi Rodríguez, Leo Messi, por nombrar sólo unos pocos, y donde también ha despuntado el vicio alguna vez el más grande jugador de todos los tiempos: Diego Armando Maradona. La Lepra, Ñubel, el Glorioso Ñulsolboys, cada vez que Gonzalo dice alguna de estas frases, sus ojos se iluminan, y eso fue entonces lo que lo inclinó por el periodismo. Su otro título es de Guardavidas. Hizo el curso a la par con el de periodista en 2004, se recibió sin contratiempos y espera alguna ocasión para demostrarse a sí mismo si es capaz de ejercer esta profesión o no.
Gonzalo llegó a la casa de su amigo, a lo del Negro. Alejandro Abdula –el Negro– tenía la misma edad que Gonzalo, era algo más petiso aunque más robusto. Su piel morena reflejaba que lo de Abdula no era sólo el apellido: el tipo era un árabe en todos sus rasgos. Le quedó Negro, pero le podría haber quedado Turco (como le dicen en Argentina a todos los árabes) o Gordo. Bueno, también le decían Gordo, pero este apodo lo compartía con Gonzalo. El resto de la banda de amigos siempre se refería indistintamente a Ale o Gonzalo con el mote de Gordo, pese a que ninguno de los dos era exageradamente gordo. También compartía la profesión de Gonzalo, era guardavidas, pero ya había ejercido, y hasta había viajado un par de veces a España donde, dicen, el guardavidas argentino es muy valorado, tanto por sus aptitudes, como por ser mano de obra barata.
Gonzalo se quedó como cinco minutos frente a la puerta. Su rostro era como de abatimiento. Nunca fue un entusiasta de la vida, siempre fue de esos que ven el vaso medio vacío (“Totalmente vacío.” –decía él– “¡Ese vaso no tiene ni una puta gota de agua! Es más, creo que está rajado.”). No obstante eso, ese 10 de noviembre de 2006 lo encontraba diferente. Estaba destruido mentalmente, y eso que pese a todo lo que dijimos de su pesimista personalidad, también era un tipo obstinado y temperamental, de esos que agachan la cabeza y le dan para adelante. Pero estaba derrumbado; parecía no haber pegado un ojo por una semana. Finalmente se decidió y tocó timbre. El Gordo, el Negro, el Turco, o Ale, su mejor amigo, le abrió la puerta de su casa. Su único atuendo era una remera blanca demasiado gastada como para ver su diseño y unos calzoncillos boxers verdes, con algún dibujo indescifrable.
–¿Qué te pasa Gordo? –preguntó Ale con cara de pocos amigos.
–Me tenés que ayudar Negro, hace un mes que no puedo dormir.
–¿Bueno pero qué te pasa? –insistió Alejandro.
–Hace un mes que vengo teniendo el mismo sueño…
–¿Qué sueño? ¡Entonces sí podés dormir boludo! –bromeó Ale para cortar la tensión al ver el rostro de su amigo.
–Sí, bueno, vos me entendés lo que quiero decir, pero dejame que te cuente. ¿Puedo pasar? –preguntó Gonzalo cada vez más serio.
Ale se corrió de la puerta y dio paso a su amigo, que entró al departamento. El Negro vivía en ese piso con Verónica –su novia– hacía casi un año. “Estamos probando” –decía el Negro– “y si andamos bien, nos casamos”. El departamento era chico, no era fácil independizarse en un país con una política y una economía tan inestables como un bidón de nitroglicerina. No obstante, había espacio suficiente en el comedor para ubicar un buen sofá y su correspondiente TV, que servía en otras ocasiones para juntarse a ver algún partido. Esta madrugada el televisor permanecería apagado, y Gonzalo vio en el sofá la chance para relajarse, como si estuviera acostado en el diván de un psicólogo. Él odiaba los psicólogos, porque encontraba absurdo contarle a un completo desconocido todos sus problemas y temores. Decía que ese trabajo era absoluta responsabilidad de los amigos (Ad honorem, claro). “Los amigos estamos para prestar el hombro” –decía. Bueno, hoy –y los días por venir– Ale iba a tener que prestarle el suyo.
El Negro se sentó en una silla del comedor frente al sofá, y mientras le entraba a un trozo de torta que encontró en la heladera, que le serviría para terminar de despabilarse –es un tipo de mucho comer–, le dijo: “Bueno Gordo, te escucho, contame”.
6 comentarios:
Alto contenido literario basado en vivencias cotidianas e interacciones comunes, de barrio. Lo que te pasa a vos, a mí, a él. Muy buena, muy real, demasiado diría yo. Compro.
muy guai pero.....d qué va el sueño, gonzalooooo???? xd
Esto de que el autor se identifique con el personaje me recuerda al libro que comenzo mi abuelo "Contáselo al Dr. Cosme" y obviamente el Dr. Cosme era mi abuelo jaja. Me encantó reencontrarme con ustedes y estoy ansiosa de que Gonzalo me rescate de una vez de la pileta.
Pablo dejá de escribir tu autobiografía en forma encubierta (ups te deschavé?)Hacete cargo carajo!!!!!
Estoy intrigadita por saber qué lo tenía tan preocupado al gordito, porfi, sigan la historia que está bien chevere.Papi imagino que una coloradita te habrá volado la cabeza, una dulce persona, atlética, que le pone azúcá a la vida y bue, si queres te digo el nombre.... Flavia Giansiatti. Qué loco me estoy identificando.
jajajaja el último comentario me sonó familiar, solo escribo pa formar parte del grupete!!!.
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