NO SOY PARANOICO, SOY PERSPICAZ

lunes, 12 de enero de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo I

–¡Me salió el viaje mamá, el viaje que deseé toda mi vida, el que no pude cumplir el año pasado! –le grité a mi vieja mientras colgaba el teléfono.
Me habían llamado de la empresa española, que contrata guardavidas argentinos y los lleva a trabajar a España, a Catalunya para ser más precisos. Yo no tengo ni idea de adónde voy a ir a laburar, pero se que esa es la única oportunidad que tenemos en estos pagos para ir a visitar el viejo continente: ir a romperse el lomo como nunca y tratar de aprovechar el tiempo ahí para darle un giro a tu vida, sobre todo si sos, como yo, un barco a la deriva, sin siquiera un timón para darle rumbo. Darle el giro a tu vida no significa quizás un cambio importante en lo tangible, pero es saber que vas a vivir una experiencia inigualable, según te cuenta todo el mundo, es ver edificios tan antiguos que te cuesta imaginarlos rodeados de gente que los está construyendo, te cuesta situarlos en un contexto real. Y es, por sobre todas las cosas, la oportunidad de conocer un mundo de gente totalmente distinta a lo que estás acostumbrado. Ni mejor, ni peor, pero totalmente diferente en sus maneras. Otras ideas.
Cuando mamá me escuchó, casi se me pone a llorar. Es que mi vieja sabe todas las desilusiones que pasé por la frustración del año pasado. El año pasado me recibí de Guardavidas en una escuela que tiene un convenio con esta empresa española, para que todo aquel que termina el curso se vaya a trabajar a España. Fue la razón por la que hice el curso en esa escuela. Y lo terminé primero que todos, fui el primero en recibirme. Por papeleos típicos de una burocracia que ningún humano termina de comprender, se expidieron los visados a todos los guardavidas menos a mí. No me preguntes porqué, porque tampoco voy a poder contestarte. Y sabés que mi argumento más valedero es que yo tengo una mala suerte que me alcanzaría para dos vidas. Bueno, todo esto lo vivió ella a mi lado el año pasado, todos estos desalientos, estas frustraciones. Y además claro, ella es mi vieja, me conoce, y sabe también que soy un barco sin timón.
Sin tiempo para más, luego de haber ido al consulado español en Rosario para hacer sellar mi pasaporte, armo las valijas y parto rumbo a Buenos Aires para tomar el avión con destino a mi ilusión. Bueno el ticket dice que voy a Barcelona con escala en Madrid, pero yo sé que esos son sólo nombres que la gente ha decidido ponerle a esas ciudades para referirse todos de la misma manera y sin confusiones. Pero todos sabemos que para un tipo que se levanta todos los días a las 6 de la matina para ir a laburar en la construcción, Barcelona puede ser un calvario, para un político corrupto que quiere hacer una obra pública para quedarse con algunos fondos, Barcelona será una oportunidad, y entonces para mí, como ya dije, Barcelona es mi ilusión.
La llegada a Ezeiza –donde está el aeropuerto de Buenos Aires– se me pasa volando (cuatro horas de viaje en una combi de Vantravel), y estoy hecho un manojo de nervios, desde el momento en que ya me cayó la ficha, de que caí en la cuenta de que finalmente me voy a Europa. Se anuncia el vuelo 6844 de Iberia con destino a Barcelona y lo abordo. Ya es todo nuevo para mí, nunca viajé en avión, sigo nervioso. No siento miedo por subirme a la nave, sino incertidumbre por todo lo nuevo que sé que vendrá. Se encienden los motores, el sonido es espectacular, mi asiento vibra. ¡Estoy dentro de una cosa que se va a alejar de la Tierra! El despegue es alucinante, una sensación de vacío en el estómago, y un momento en el que pensás, “¿Será suficiente la potencia de esas turbinas para levantar esta mole?”. Pero supongo que sí y olvido esa idea para volver a pensar en mi próxima llegada a Europa. No consigo visualizar en mi cabeza más que las cosas típicas. Es decir, si voy a Barcelona me imagino en la Sagrada Familia, y si voy a Madrid, viendo la fuente de Cibeles. Pero no veo nada más, y no veo lo más importante, porque tenés que ver lo que es este sueño.
–Bueno pero pará… –me interrumpe Ale– Está bien, te entiendo; el viaje que soñaste, yo ya sabía que lo ansiabas con toda tu alma, sobre todo cuando yo lo hice hace un par de años. Desde ahí se te metió en la cabeza que vos también podías, y bueno, ya está, pero ¿qué pasa con el bendito viaje? Vamos a hacer una cosa: ya son las tres de la matina, así que vos te me quedás a dormir acá en el sofá y mañana seguimos, así estamos todos más despiertos.
Gonzalo asintió al ver que la torta que se había comido su amigo no había surtido el efecto despertador que aquél buscó, como tampoco el flancito que se clavó acto seguido. Se arrellanó en el cómodo sofá y, tras cobijarse con la mantita que le trajo el Negro de su pieza, cayó profundamente dormido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

y........??????? cómo sigue, es verdad que tengo que esperar una semana?????