Te mentiría si te dijera que ese sueño me mostró disconforme en algún momento de mi estadía en España. La verdad es que disfruté en él todo lo que siempre pensé que sería cuando estuviera en Europa: los edificios de época romana, los de época medieval, los modernísimos, los museos mundialmente conocidos, pero por sobre todas las cosas, la gente. Gente atenta, educada y con buena onda en cualquier rincón que visitara. Ya sea que tratara con holandeses en el trabajo, o con catalanes a la hora de ir a comprar algo, o mexicanos mientras visitaba alguna ciudad (porque no sólo fui a trabajar), toda esa gente tenía muy buena onda, era simpática por naturaleza. Eslovacos, italianos, alemanes, mexicanos, brasileños, ingleses, rusos. Vi gente de todas partes del planeta, y en todas noté la misma predisposición a escuchar en mí una historia diferente. Eso es algo que me hizo sentir muy bien, acostumbrado como estoy a ser un punto más en la ciudad de Rosario, sin nadie a quien le importe escuchar lo que estoy diciendo.
–Aha... –dijo Ale mientras hacía zapping. Pensaba en si llamar al Fabri o no. El Fabri era Fabrizio, el amigo de ambos que completaba esta trilogía de tipos sin mucha idea sobre qué hacer en esta vida. Sí, tendría que llamarlo -pensó para sí mismo.
Pero si todo el mundo era simpático, si todo el mundo quería escucharte, si todo el mundo veía que vos eras alguien, bueno, qué queda entonces para las chicas españolas. No sé qué les pasa a esas chicas, apenas notan que sos argentino, sos el centro de la conversación para ellas. Bueno claro, después te lo tendrás que ganar, que tampoco es soplar y hacer botellas. Les gusta cómo hablamos –pese a que hablamos como el culo–, les gusta que somos muy entradores –pese a que yo por ejemplo soy menos entrador que nadie–, les gusta que somos simpáticos y la chispa que tenemos. Siempre me dijeron esto todos los que viajaron a España, pero en mi sueño, todo aparece exagerado. Bastaba que hablara con una chica para que apenas se diera cuenta me dijera: “¿eres argentino? Me encantan los argentinos”. No es que hablaba con una chica y terminábamos en la cama, pero me encantaba hablarle y que ella no estuviera pensando cuánto tiempo faltaría para que ese pesado desapareciera de su vida (o sea, como me pasa acá). Así, vos les decís “acá”, “vos”, “viste” y ellas ya te dan una sonrisa. Se exagera cuando decís “boludo”, o cuando decís “cashe” en vez de “calle”. No sé, es como que no la entienden. Igual las comprendo, porque nosotros las escuchamos decir “lavabo” o “braguitas” y nos ponemos locos.
–Aha... –dijo Ale mientras hacía zapping. Pensaba en si llamar al Fabri o no. El Fabri era Fabrizio, el amigo de ambos que completaba esta trilogía de tipos sin mucha idea sobre qué hacer en esta vida. Sí, tendría que llamarlo -pensó para sí mismo.
Pero si todo el mundo era simpático, si todo el mundo quería escucharte, si todo el mundo veía que vos eras alguien, bueno, qué queda entonces para las chicas españolas. No sé qué les pasa a esas chicas, apenas notan que sos argentino, sos el centro de la conversación para ellas. Bueno claro, después te lo tendrás que ganar, que tampoco es soplar y hacer botellas. Les gusta cómo hablamos –pese a que hablamos como el culo–, les gusta que somos muy entradores –pese a que yo por ejemplo soy menos entrador que nadie–, les gusta que somos simpáticos y la chispa que tenemos. Siempre me dijeron esto todos los que viajaron a España, pero en mi sueño, todo aparece exagerado. Bastaba que hablara con una chica para que apenas se diera cuenta me dijera: “¿eres argentino? Me encantan los argentinos”. No es que hablaba con una chica y terminábamos en la cama, pero me encantaba hablarle y que ella no estuviera pensando cuánto tiempo faltaría para que ese pesado desapareciera de su vida (o sea, como me pasa acá). Así, vos les decís “acá”, “vos”, “viste” y ellas ya te dan una sonrisa. Se exagera cuando decís “boludo”, o cuando decís “cashe” en vez de “calle”. No sé, es como que no la entienden. Igual las comprendo, porque nosotros las escuchamos decir “lavabo” o “braguitas” y nos ponemos locos.
-Sí, voy a llamarlo al Fabri. -se dijo el Negro.
Y acá comienzan entonces las rarezas. En pleno verano español, y mientras yo me estaba haciendo la comida en la cocina del camping, cae Nerea, la chica de recepción, con dos amigas. Yo mostrando mi peor faceta, porque estaba con el pantalón de Newell’s y una remera haciendo ilusión a una fecha histórica rojinegra, de cuando salimos campeón en cancha de nuestro mayor rival. Es decir, nada atractivo al ojo femenino. Es que sabés qué es lo que pienso: quiero mostrarle al mundo lo que siento, aún cuando ya sé –porque ya te lo he dicho– que estoy mal vestido cuando uso esas cosas. Me importa más que conozcan ese fanatismo mío. La cuestión es que llegan sus amigas y Nerea las presenta: Neus y Laia. Eran lindas chicas, y esta Laia, cuando me oye presentarme, tira la frase que te dije: “¿eres argentino? Me encantan los argentinos”. La miré de arriba abajo. Era una morocha petisita, con una linda sonrisa. Ya está, esa es toda la descripción, pero sabés que una buena sonrisa, una mina simpática, me compra. Nos quedamos hablando toda la noche, y quedamos en vernos al día siguiente, que yo tenía la tarde libre, para ir a la playa. Lo que siguió fue muy interesante: me llevó a una playa nudista, aunque ninguno de los dos se sacó nada. Estuvimos hablando media hora y cuando caía el sol me dijo que tenía dolor de espalda, que si le podía hacer un masaje.
Bastó pronunciar la palabra “masaje” para que el Negro parara la oreja y pusiera atención a lo que Gonzalo le contaba. No se puede explicar qué sienten los hombres cuando una chica desconocida les pide un masaje. Y menos aún cuando se los da. Las mujeres también sienten algo similar, sólo que cuando el chico les gusta. Los chicos siempre sienten lo mismo, con cualquiera que se ofrezca…
Su puso boca abajo y empecé a masajear su espalda, mientras se desabrochaba el corpiño para que no molestara. Después de un tiempo, pasé a las piernas, primero los muslos y luego la cara interna, acercándome demasiado a la imprudencia. Igual, parece que fue prudente, porque me dijo que ya que estábamos en una playa nudista, no habría problemas en quitarse todo. Y sí: se quitó todo. Continué como pude con lo mío, sin quitar un segundo la vista de encima de su cola. Y el único momento en que lo hice fue cuando separó sus piernas para que la masajeara mejor. El paisaje era ideal. Pude ver y sentir su excitación, y cuando no me quedaba otra que acercarme a aquel bosque que llamaba la atención entre tanta arena, me dijo: “Espera, ahora te hago yo a ti”.
–¡Ah, bueno! –gritó Ale que ya caminaba por toda la habitación, y por supuesto ya había olvidado de momento la idea de llamar a Fabrizio.
Me tumbó boca abajo e imitó mis movimientos. Cuando llegó a la última prenda que me quedaba, me la quitó, y supongo que ella también me habrá encontrado excitado. Continuó su faena, hasta que me hizo dar vuelta e hicimos lo que era evidente que había que hacer.
–¿Y así me lo contás? ¿Ya está, terminó todo? –se enojó el Negro.
–Eh… sí, es que no era importante. Ese fue un momento único e inigualable, pero fue sólo ese momento. Después me vino con que tenía novio y que no sabía qué hacer. Sabés que pienso de eso, que tengo un imán para las chicas con las que no voy a poder estar, tengo atracción para las que no son ni serán para mí, para las que nunca tendré. Bueno, ya me conocés, así que sabrás que me ortivé y la mandé a la mierda, quizás más enojado con el destino que con ella. Era buena mina, pero no me llenó. Esa chica no apareció nunca más en el sueño. ¿Viste que hay veces que parece que uno dominara el sueño? ¿Que fuera una película y uno fuera el director? Bueno, éste fue uno de esos momentos, y me parece que hice limpieza de elenco. Para serte sincero, apareció una vez más, pero para cuando lo hizo, yo tenía la cabeza en otra cosa, en alguien que opacó el resto de las personas que conocí, y casi el resto del viaje mismo.
Y acá comienzan entonces las rarezas. En pleno verano español, y mientras yo me estaba haciendo la comida en la cocina del camping, cae Nerea, la chica de recepción, con dos amigas. Yo mostrando mi peor faceta, porque estaba con el pantalón de Newell’s y una remera haciendo ilusión a una fecha histórica rojinegra, de cuando salimos campeón en cancha de nuestro mayor rival. Es decir, nada atractivo al ojo femenino. Es que sabés qué es lo que pienso: quiero mostrarle al mundo lo que siento, aún cuando ya sé –porque ya te lo he dicho– que estoy mal vestido cuando uso esas cosas. Me importa más que conozcan ese fanatismo mío. La cuestión es que llegan sus amigas y Nerea las presenta: Neus y Laia. Eran lindas chicas, y esta Laia, cuando me oye presentarme, tira la frase que te dije: “¿eres argentino? Me encantan los argentinos”. La miré de arriba abajo. Era una morocha petisita, con una linda sonrisa. Ya está, esa es toda la descripción, pero sabés que una buena sonrisa, una mina simpática, me compra. Nos quedamos hablando toda la noche, y quedamos en vernos al día siguiente, que yo tenía la tarde libre, para ir a la playa. Lo que siguió fue muy interesante: me llevó a una playa nudista, aunque ninguno de los dos se sacó nada. Estuvimos hablando media hora y cuando caía el sol me dijo que tenía dolor de espalda, que si le podía hacer un masaje.
Bastó pronunciar la palabra “masaje” para que el Negro parara la oreja y pusiera atención a lo que Gonzalo le contaba. No se puede explicar qué sienten los hombres cuando una chica desconocida les pide un masaje. Y menos aún cuando se los da. Las mujeres también sienten algo similar, sólo que cuando el chico les gusta. Los chicos siempre sienten lo mismo, con cualquiera que se ofrezca…
Su puso boca abajo y empecé a masajear su espalda, mientras se desabrochaba el corpiño para que no molestara. Después de un tiempo, pasé a las piernas, primero los muslos y luego la cara interna, acercándome demasiado a la imprudencia. Igual, parece que fue prudente, porque me dijo que ya que estábamos en una playa nudista, no habría problemas en quitarse todo. Y sí: se quitó todo. Continué como pude con lo mío, sin quitar un segundo la vista de encima de su cola. Y el único momento en que lo hice fue cuando separó sus piernas para que la masajeara mejor. El paisaje era ideal. Pude ver y sentir su excitación, y cuando no me quedaba otra que acercarme a aquel bosque que llamaba la atención entre tanta arena, me dijo: “Espera, ahora te hago yo a ti”.
–¡Ah, bueno! –gritó Ale que ya caminaba por toda la habitación, y por supuesto ya había olvidado de momento la idea de llamar a Fabrizio.
Me tumbó boca abajo e imitó mis movimientos. Cuando llegó a la última prenda que me quedaba, me la quitó, y supongo que ella también me habrá encontrado excitado. Continuó su faena, hasta que me hizo dar vuelta e hicimos lo que era evidente que había que hacer.
–¿Y así me lo contás? ¿Ya está, terminó todo? –se enojó el Negro.
–Eh… sí, es que no era importante. Ese fue un momento único e inigualable, pero fue sólo ese momento. Después me vino con que tenía novio y que no sabía qué hacer. Sabés que pienso de eso, que tengo un imán para las chicas con las que no voy a poder estar, tengo atracción para las que no son ni serán para mí, para las que nunca tendré. Bueno, ya me conocés, así que sabrás que me ortivé y la mandé a la mierda, quizás más enojado con el destino que con ella. Era buena mina, pero no me llenó. Esa chica no apareció nunca más en el sueño. ¿Viste que hay veces que parece que uno dominara el sueño? ¿Que fuera una película y uno fuera el director? Bueno, éste fue uno de esos momentos, y me parece que hice limpieza de elenco. Para serte sincero, apareció una vez más, pero para cuando lo hizo, yo tenía la cabeza en otra cosa, en alguien que opacó el resto de las personas que conocí, y casi el resto del viaje mismo.
-Yo lo voy a llamar al Fabri. -dijo Ale meneando la cabeza.