NO SOY PARANOICO, SOY PERSPICAZ

lunes, 20 de abril de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo XV

Pasó el tiempo, Gonzalo volvió a sumergirse en su vida, ya no en sueños o realidades irreales. A mediados de 2007 viajó a España, por primera o segunda vez. Conoció Barcelona, aunque muchos paisajes de la ciudad de Gaudí le resultaron conocidos. Conoció gente nueva, aunque muchas caras él hubiera jurado que ya las había visto antes. Visitó el barrio del Clot, se paró frente a un edificio donde él estaba seguro que vivía Laia. Le resultaba todo familiar: el frente, la placita cruzando la calle, el bar al lado. “Este bar…” –pensó para sí, y entró. Ordenó un bocata de lomo y pimiento y se sentó frente al televisor. No dio crédito a sus ojos cuando vio que en la tele estaban dando un partido de fútbol argentino, y jugaba “su” Newell’s. Se emocionó y obviamente se quedó a verlo hasta el final. La Lepra le ganó 2 a 0 a Racing, y según el comentarista se ubicaba en la tercera colocación. Salió del bar rebozando de alegría, y volvió a mirar el edificio. Se quedó parado cerca de quince minutos como un tonto, frente a la puerta. La gente entraba y salía, y él miraba. Igualmente no se animó a tocar timbre en ningún departamento. Tenía miedo de que alguna fuera Laia, o de que ninguna lo fuera. La alegría que portaba su semblante desde el final del partido que acababa de ver, se transformó rápidamente en una mueca de dolor. Se le cruzaron muchas cosas por la cabeza. El día en su departamento, aquella vez que le robaron y ella estuvo a su lado, la noche inolvidable, la despedida en Nord.
Cruzó a la plaza de enfrente y se puso a escribir. Le estaba redactando otra carta, aún cuando la primera nunca tuvo respuesta.

“Laia,
Vuelvo a decirte que no sé si existís o no, y si nos conocemos o no. Si nos llegamos a conocer supongo que tu negativa a contestar mi carta anterior sea por una razón que recién ahora entiendo: fui sólo una noche interesante para vos, nada más.
De mi parte lo entiendo, ¿quién no lo ha hecho alguna vez? Igualmente jamás te sacaré de mi cabeza, tal y como te dije que nunca lo haría. Te quise mucho y eso me hizo suponer que vos sentirías lo mismo, pero no estabas obligada a hacerlo. Sé que no te caigo mal, sino que te resulta más fácil para olvidarme no escribirme más que mantener un contacto sólo como amigos y a trece mil kilómetros de distancia.
Lo que sí te había prometido y no cumpliré es que te dije que no me rendiría y no pararía de buscarte. Habiendo entendido todo lo que escribí arriba, me rindo; aunque no para cuidar mi orgullo, sino para facilitarte la tarea de olvidarme, que supongo ya habías logrado hasta hoy que leés de mí otra vez.
De mi parte sigo agradecido a la vida por ese par de días maravillosos que viví a tu lado.
Gonzalo

P.D.: Y si todo fue un sueño, ¡maldita sea!”

Una vez terminado, fue hasta un kiosco, se hizo de un sobre y metió adentro la carta. En el frente sólo escribió LAIA LLUNELL. Volvió al edificio y tiró el sobre por debajo de la puerta. Se quedó un momento mirándolo, como arrepentido, pero sabiendo que no había vuelta atrás. Se marchó, y nunca más volvió al lugar. Mientras doblaba en la esquina rumbo a la boca del metro, pasó a su lado una joven de pelo castaño largo y ondulado. Tenía un lunar bajo su nariz. Al tiempo que se cruzaban, Gonzalo quitaba alguna basurita de su ojo, que lo hacía lagrimear. No se vieron, y nunca más lo harán.
THE END
(... y al que no le gustó se jodió)

lunes, 13 de abril de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo XIV

Se levantó a la una del mediodía. Se preparó el café con leche, las tostaditas con manteca –ritual que sólo puede cambiar por medialunas saladas– y salió hacia el correo. Tras estampillar el sobre, lo entregó en la oficina correspondiente y se fue a lo de Ale. Estaba radiante. Acababa de jugársela para ver si conoce a esa chica, para ver si cuanto menos existe, y además le tenía que contar a su amigo el sueño de ayer.
–¿Qué hacés gordo? –saludó Alejandro.
–Bien che, estoy mejor. Ayer soñé de nuevo con ella…
–¿Otra vez lo mismo? –preguntó el Negro como aburrido.
–No, tuve un sueño diferente. Siempre sueño que la conozco, que nos vemos, que voy a su departamento, que dormimos juntos. Ayer fue distinto.
Amanezco solo en su habitación. Ella se fue, supongo que a trabajar. Miro para todos lados, examino. Nada. Me levanto para pasar a la cocina y noto que estoy desnudo, lo que me termina de confirmar que es la continuación del sueño anterior. Llego a la mesa del comedor y algo me llama la atención: es un pasaje de ómnibus para ir desde Estació d’Autobusos de Barcelona Nord hasta Aeroport del Prat. Sin comprender lo que sucede miro la fecha y me doy cuenta de que hoy me vuelvo a Argentina. Me cambio rápidamente y salgo volando para la estación Nord. Me doy cuenta de que afortunadamente llegué una hora antes de que llegue el colectivo, así que aprovecho y me voy a la cafetería.
Una cafetería en lugares como éstos –estaciones de ómnibus, puertos, aeropuertos, etc.– se construye por dos razones. La primera, la obvia, es para lucrar. Es fácil; un tipo toma la concesión del establecimiento y le sirve café y otras yerbas a cualquiera para que le den dinero a cambio y así poder subsistir, nada raro. La otra razón es, aún sin haber sido la razón inicial de aquél que toma la concesión, para darle a la gente un punto de despedida. ¿Con qué otra razón se va a uno de estos lugares si no se viaja? Para saludar a alguien que sí lo hará. Es entonces la cafetería de una estación un lugar para los abrazos, para las lágrimas. Para los corazones rotos, para aquellos por romperse; para los que no olvidan, para los que sí lo harán. Para el último adiós, o para el primero de muchos últimos adioses que vendrán. Para inmortalizar la imagen de alguien. Su rostro, su cuerpo, su aroma, su aliento, sus manos, sus caricias, sus abrazos; su risa y sus lágrimas. Las últimas lágrimas que le vas a ver a esa persona. ¿Cuánto cuestan esas últimas lágrimas? ¿Un par de cafés? Bien vale la pena entonces beberlos.
Miro a todos lados y veo esta escena. Un estudiante haciéndole entender a quien supongo será su novia que sólo serán dos semanas, que visitará a sus padres y volverá con ella. Una familia entera que saluda a su hija, de unos 18 años, que se va de vacaciones con sus amigas por un mes a Francia. Veo un tipo vestido de chofer que le da el último beso a su mujer, le tocan cinco días seguidos viajando por toda España hasta volver a Barcelona. Detrás de ellos, un espejo, donde choco con mi propia mirada. Observo mi mesa y sólo hay una persona sentada en ella: yo.
Una voz femenina por el altoparlante anuncia que en quince minutos saldrá el colectivo, que por otra parte ya está listo para abordar. “¿Se podrá subir ya?” –me pregunto, cansado ya de ver despedidas. Enfilo para el ómnibus, esquivo gente que sigue abrazándose, dejo mi mochila en el portaequipaje y una mano me llama la atención, tomándome por el hombro.
“Niño” –escucho al tiempo que me daba vuelta. “Te invito un café” –le dije a ese rostro celestial, a sabiendas que en cualquier momento exteriorizaría mis sentimientos por los ojos.
A partir de ahí no escucho más nada. Estamos los dos en la cafetería, pero la imagen se aleja, como si fuera el final de una película, que termina justo ahí, y la cámara sube y se aleja, mientras empiezan a verse las letras del elenco. Se filmó mi despedida: la abracé muchas veces, como sabiendo que la estaba perdiendo, lloré sabiendo que la perdía. Ella también lloró. Y me desperté…
–¡Qué groso, boludo! –dijo Ale tras unos instantes de silencio.
–Sí, creo que lo necesitaba. Necesitaba despedirme bien de ella, sea sueño, sea realidad, sea lo que sea. Espero que, sí viví todo aquello con ella, también haya vivido esa despedida en Nord, porque me hizo sentir verdaderamente con alguien a mi lado. A decir verdad los sentimientos fueron encontrados. Por un lado sí, me sentí al lado de ella y feliz; y por el otro, eso no dejaba de ser una cafetería, no dejaba de ser una despedida, y no sé si veré a esa chica, o si existe siquiera. De una u otra manera, ya no está en mi vida… y yo tampoco en la de ella.

lunes, 6 de abril de 2009

Catalunya Somnolienta - Capítulo XIII

Alejandro se quedó pasmado en la silla, boquiabierto, contemplando a su amigo, que le acababa de contar una historia de esas que no se olvidan más. Además, estaba cargada de contenido no apto para menores de dieciocho.
–Me dejás helado gordo –fue lo único que atinó a decir.
–¿Viste? Te dije que era un sueño loquísimo. Y eso es todo, ahí termina.
–¿Eh? ¿No pasa más nada? –se sorprendió Ale.
–Nada de nada. Hace noches y noches que vengo teniendo el mismo sueño, y termina ahí, con los dos en la cama. Te lo tenía que contar, hace mucho que me impide dormir en paz, y a alguien se lo tenía que contar.
–No gordo, hiciste bien, pero es que no sé qué decirte.
–Está bien, no me tenés que decir nada. Ya me siento un poco mejor. Creo que me lo tenía que sacar de adentro, ¿viste? Bueno me vuelvo a casa, que ya va a llegar Vero y ustedes van a comer, tampoco quiero estar de invitado todos los días.
–Bueno gordo como quieras. Sabés que podés comer las veces que quieras acá.
Así, nuestro protagonista se fue a su casa, cabizbajo pero en paz. Cabizbajo porque seguía pensando de qué se trataría en definitiva ese sueño, y porqué lo dejaba ahí, justo tras esa acalorada escena, pero sin nada que le dé un final. En paz porque ya no lo pensaba para sí mismo, sino que lo había compartido. El solo contarle a un amigo acerca de los problemas de uno mismo, hace que el alma se tranquilice un poco, es una manera de saber que uno no está solo enfrentando a ese problema, cuenta nada más y nada menos que con su amigo. Y cuando uno tiene a un amigo a su lado es casi invencible, del mismo modo que cuando uno está solo es muy vulnerable y tropieza ante la primera adversidad.
En lugar de encarar para su casa, se quedó caminando por la costa, buscando en el río Paraná que corría deprisa las respuestas que necesitaba. ¿Quién era esa chica, Laia? ¿Por qué el sueño terminaba ahí una y otra vez? ¿Por qué no la veía más?
Así estuvo por más de seis horas, caminando, recostándose en alguna baranda para contemplar la inmensa corriente de agua marrón a sus pies, sentándose bajo un árbol. Eran las ocho y media cuando finalmente se sintió vacío, vacío de comida esta vez, y volvió a su morada.
Las habitaciones le quedaban muy grandes, más de lo habitual. Se sentía sin nada, sin nadie. Estaba sin nadie. Se hablaba a sí mismo en voz alta. En realidad siempre lo hacía, no eran pocos los que lo encontraban un tanto loco, pero ahora parecía hacerlo para no sentirse tan solo. Se preguntaba si esa chica del sueño existía en realidad. Se preguntaba si tendría que rastrearla e ir a buscarla. Se preguntaba si era un sueño o si lo había vivido. Se preguntaba por qué –de haberlo vivido– nunca tuvo noticias de ella. Hasta que se le ocurrió una idea para intentar desvelar muchas de esas incógnitas. “Le voy a escribir una carta” –le dijo a nadie.
La tarea no le fue fácil. El sueño le decía que la chica se hospedaba en el camping Vall Bravo de Platja d’Aro. Buscó entonces Vall Bravo en Internet, y se encontró con que era real; por lo menos el camping. Recordó que su nombre era Laia Llunell, pero ella estaba hospedándose ahí por una semana, ahí sólo veraneaban sus padres. Decidió entonces hacer dos sobres: en el sobre que estaría en el exterior se leía la dirección del camping y Familia Llunell. Con eso le llevarían el sobre a los padres. Dentro de éste, un segundo sobre, que decía “PARA LAIA LLUNELL”, cuestión de que los padres le hicieran llegar a su hija, donde quiera que estuviera, el envío. Finalmente, dentro de ese sobre estaría la carta que escribiría. La cuestión ahora era qué escribirle…

“Laia:
Mi nombre es Gonzalo, quizás me recuerdes, quizás no sabés ni siquiera quién soy. Yo soy guardavidas, y espero haber trabajado el verano pasado en el camping Vall Bravo. Si fue así, nos conocemos; sino, no me preguntes como sé tu nombre porque me sería imposible explicártelo. En realidad sólo quiero que me escribas para contestarme ese dilema. ¿Nos conocemos o no? ¿Existís o no? Si me respondés ya voy a tener una pregunta contestada, en cuanto a la otra, si es negativa no voy a parar hasta encontrarte.
Espero verte algún día. Gonzalo”

Puso la carta dentro del sobre, éste dentro del otro, y dejó ese último arriba de la mesa, listo para mandarlo mañana mismo a primera hora. Se preparó algo de comer, miró algo de tele, y por fin, se fue a dormir. Esa noche volvió a soñar, pero soñó diferente. No tuvo el sueño donde conoce a Laia, donde la ama. Soñó más.

jueves, 2 de abril de 2009

Ayer, hoy y siempre - 27 años de la Guerra de Malvinas

Nada de lo que les diga yo o cuantos escribimos algo al respecto podrá cambiarles algo de la vida que les tocó vivir. Por eso, simplemente gracias de nuevo a todos nuestros héroes de Malvinas. Ya sea que quisieron serlo o que no lo hayan deseado son nuestros héroes para siempre, y sus nombres forman parte de la historia de nuestra Nación. Lamentablemente, el papel en el que fueron escritos sus nombres fue usado -y seguirá siéndolo- por nuestros políticos con fines de higiene personal. Ojalá alguno los recuerde como merecen y a ninguno de ustedes les falte aunque sea un trabajo digno. De nuevo ¡GRACIAS!


P.D.: If you are a citizen of the "Great" Britain, don't forget... YOU OWE US TWO ISLANDS!